“Imaginemos por un momento una olla de agua muy caliente,
si echamos dentro una rana, automáticamente saltará fuera del recipiente. Pero
pongamos el caso de que la cazuela contenga agua templada, si sumergimos la
rana en ella nadará plácidamente de un lado para otro, le parece agradable. La
temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que
suele gustarle a la rana. Pero ella no se inquieta y además el calor siempre le
produce algo de fatiga y somnolencia. Ahora el agua está caliente de verdad. A
la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin
fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. Así, la temperatura
del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el
momento en que la rana acaba hervida y muere sin haber realizado el menor
esfuerzo para salir de la cazuela.” “SINDROME DE LA RANA HERVIDA”
Esta
es una metáfora muy utilizada en discursos de superación personal, para
evidenciar la necesidad de actuar antes de que, poco a poco nos vayamos
acostumbrando a una muerte lenta.
Nuestro
proceso vital se produce más o menos de esa manera. Dicen que si con veinte
años nos mostrasen la imagen que vamos a tener con setenta, sería algo
inmensamente traumático. Sin embargo, mirándonos al espejo, cada día, año tras
año, vamos asimilando los cambios lentamente y casi sin darnos cuenta.
Si
trasladamos esta analogía a la política podríamos imaginar, por ejemplo, lo que
pasaría si, de golpe, un país nos invadiese. Inmediatamente, tanto el ejercito
como los ciudadanos nos movilizaríamos para defendernos; o por ejemplo si de un día
para otro cerraran todos los bancos, quedándose con todo nuestro dinero o con
nuestras casas, con el consentimiento del gobierno de turno o que nos dejaran
sin sanidad pública o sin educación pública y tuviéramos que pagar para
curarnos o para que nuestros hijos tuviesen una enseñanza digna. Nuestro
instinto de supervivencia nos haría, salir a la calle y organizarnos para,
defender nuestros derechos como personas.
Pero
la realidad es muy diferente, la realidad es que, al igual que las ranas del
cuento, estamos sumergidos en un caldo. Ese caldo era en un principio,
templado, agradable, en él se nos proveía de todo lo necesario sin casi
buscarlo: hipotecas, subvenciones, préstamos bancarios. Luego se volvió más
agradable aun y teníamos lo que necesitábamos y lo que no era, en absoluto,
necesario: diversión fácil y barata, deseos satisfechos de inmediato,
televisiones para todos los gustos, móviles de ultimísima generación, internet,
centros comerciales abarrotados para satisfacer cualquier demanda y así “ad
infinitum”.
Esta
sustancia se llamó, por parte de las clases dirigentes, unas veces Progreso,
otras, Estado de Bienestar y todos chapoteábamos alegre e inconscientemente,
mientras el caldo iba subiendo de grados sin que nadie se diese cuenta. Si
alguien llamaba la atención sobre el aumento de temperatura, (al que denominaban
Capitalismo), lo peligroso que era acostumbrarse a ello y el no tener interés
por salir de la olla, era acusado de antisistema y considerado como enemigo público.
Y,
como en el cuento, llegó el momento en que la situación fue caldeándose más y más,
un día nos recortaban un poco en sanidad, otro día en educación, los trabajos
se volvían precarios etc…pero teníamos los medios de comunicación, sobre todo
las televisiones, que nos reconfortaban diariamente diciéndonos qué teníamos
que pensar o decidir, ¡habrá cosa más cómoda que eso!
Entonces
aparecieron grupos de ranas más críticas y que no acababan de creerse todo lo
que les decían, que sentían que estábamos muriendo lentamente sin hacer nada, y
hubo muchas que oyeron sus palabras, pero no escucharon, escuchar significaba
actuar y era tan cómodo creer que todo estaba bien, que todo iba a cambiar
(para que todo continuase), eran tan agradables esas voces que nos
tranquilizaban, tenían el efecto de un mantra plácido y adormecedor….
En los mentideros, se comenta, que ya hay quienes están preparando tenedores y cuchillos para dar cuenta de las ranas, en el banquete que se va a celebrar, próximamente, donde van a ser servidas, bien cocidas, sobre bandejas de plata.
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