4 mar 2016

LA SEÑORA MARCELINA, “La Tía De Las Hierbas”


RECORDANDO A OTRAS MUJERES EN EL 8 DE MARZO.

 
La vida de las mujeres, en los pueblos, en los años 50/60, al igual que la de todos los españoles, no era fácil, pero la de ellas era un poco más complicada.

En Alhama, la mayoría de las calles en los barrios eran de tierra, no había alumbrado público. Cada casa tenía una bombilla encima de la puerta principal, que se encendía al hacerse de noche y que se apagaba cuando el último en recogerse, generalmente el padre o el hijo mayor, cerraba la puerta.
Por aquel entonces el ámbito público era mayoritariamente masculino, de las puertas para adentro comenzaba el mundo femenino: labores de la casa, pero también creencias, supersticiones, angustia y supervivencia.

Años oscuros y de absoluta falta de derechos. No olvidemos que, las mujeres, aún estaban incapacitadas para hacer cualquier compra o transacción económica; si trabajaban, su sueldo lo podía cobrar su marido, no podían separarse; sí podían ser abandonadas, sin ningún derecho, por sus parejas lo que jocosamente se denominaba el “ahí te quedas”, si enviudaban y tenían un hijo varón este pasaba a ser el cabeza de familia.

En este contexto social, vivía en nuestro pueblo una mujer, poco convencional, que se convirtió en una “aliada” del mundo femenino fue una mezcla de confidente, psicóloga y curandera que les ayudaba en esa soledad que muy pocas veces podían compartir.

Era la señora Marcelina, o como la llamaba todo el mundo, de forma familiar, “la tía de las hierbas”.
Doña Marcelina era una mujer peculiar, su figura se reconocía a la legua. En mi memoria la recuerdo, ataviada con una falda larga, pañuelo a la cabeza y un delantal “milagroso” del que podía sacar cualquier remedio.

Quien la necesitaba se acercaba a su casa para confiarle sus problemas y cuentan que tenía una mesa inmensa, llena de bolsas y recipientes con toda clase de hierbas. Si tenías “tristeza”, (entonces no se conocía la palabra depresión), dolores de cualquier tipo, si los hijos no tenían ganas de comer, si el marido tenia piedra en el riñón…para todo tenía la solución. Sus hábiles manos rebuscaban hasta dar con el remedio adecuado. Incluso llegó a sanar a mujeres que los médicos habían dado como caso perdido (histeria, como diagnosticaban despectivamente, a todo lo relacionado con el desconocido mundo femenino).
Muchas veces visitaba a las mujeres amigas, sin motivo alguno, sólo para saludar y charlar un rato. Yo asistí a alguna de esas visitas desde lejos, a las niñas no se nos permitía estar presentes en las conversaciones de los adultos (costumbre muy sana y que por desgracia se ha perdido). A mí esta mujer me fascinaba, se me antojaba un personaje salido de una novela de Dickens.

Las vecinas hablaban de ella, entre susurros, en aquellos tiempos todo lo que tenía importancia se hablaba entre susurros, unas veces por miedo, otras por cautela.
Con los años he ido conociendo algo más de ella, he preguntado a familiares y vecinos, pero poco es lo que se sabe. Vivía sola, no tenía parientes conocidos y entre la “gente bien” estaba mal considerada porque solía “sacar de apuros” a mujeres solteras o madres con lo justo para dar de comer a los hijos que tenían. También cuentan que visitaba los burdeles y ayudaba a las mujeres que allí trabajaban, cuando se veían en una situación “delicada”.

Mujeres como Doña Marcelina, mujeres sabias que ayudaban a mujeres y que son recordadas solamente por quienes recibieron su ayuda. Mujeres proscritas que nunca formaron parte de ningún libro de mujeres alhameñas, porque eligieron ayudar a esa parte de la sociedad alhameña que nadie quería ver.

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