La palabra externalizar no se incluyó en el diccionario de la RAE hasta su 30ª edición, a finales de 2014 (junto a otras como, por ejemplo: feminicidio, botox, o mileurista). En ese momento se consideró que ya formaba parte, y de qué manera, de nuestro hablar cotidiano.
Siempre que había escuchado esta palabra, tenía que ver
con esas empresas a donde iban a parar los servicios públicos, para que la Administración,
(en teoría), se ahorrase dinero. Así durante la época de las “vacas gordas”
hemos ido viendo como casi todos los servicios que prestaban los ayuntamientos,
por poner un ejemplo, han acabado gestionados por empresas privadas. Cuando la
empresa en cuestión tiene ganancias, estas son de la empresa. Si, por el contrario,
no ganan dinero, esto repercute en la calidad de sus servicios.
En su acepción psicológica, se refiere a cuando
responsabilizamos a otro de nuestras cosas, cuando otorgamos a otro el origen
de un sentimiento nuestro, para sentirnos libres de culpa y más tranquilos.
En ambos casos, planea otra palabra: irresponsabilidad
Ando dándole vueltas a todo esto, no por casualidad si no
por “causalidad”.
La dichosa "palabrica", no para de mal-sonar estos días,
relacionada con los refugiados sirios, con Europa, con Turquía.
Se dice que Europa ha externalizado el problema de los refugiados,
es decir ha hecho dejación de funciones, ha dejado de ser la madre Europa y en
vez de dar cobijo, ha vendido su responsabilidad por treinta monedas.
Me vienen a la memoria unos versos de Quevedo que don
Manuel de Unamuno utilizaba en uno de sus escritos para referirse a la
situación de España tras la pérdida de las colonias, y a la ola de
lamentaciones que se escuchaban por doquier.
“Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué”
Nuestra Europa está haciendo lo contrario, arrojar el
espejo, esconder esa imagen, porque le molesta, sin hacer nada por cambiarla y
evitando, de esa manera, ver su horrible, nuestro horrible, reflejo.
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