Esta semana voy a recordar con vosotros algunas películas que tengo en mi fresquera particular y que tienen que ver con el verano. Como casi toda mi generación yo fui de aquellas adolescentes que acudíamos en masa a ver Tiburón, era la época en que las superproducciones comenzaban a llegar a las pantallas de los cines de barrio, para delicia de muchos. Sin embargo, esta entretenida producción, no pasó a formar parte de mi dieta cinematográfica. Pelis de consumo rápido que atiborran, pero no alimentan. Hubo otras, también ambientadas en verano, que siempre estarán ahí, dispuestas para saciar las ganas de ver buen cine. Traigo dos españolas y una estadounidense.
“Las largas vacaciones del 36”
(1976) fue una de las primeras películas españolas que trató el espinoso tema
de la Guerra Civil española. Con Franco recién fallecido y la censura aún
haciendo de las suyas. Su director fue Jaime Camino, Gutiérrez Aragón colaboró
en el guion. La historia cuenta las vivencias de un grupo de familias
catalanas, de diferentes ideologías, durante las vacaciones de 1936, unas
vacaciones que, para los niños, se alargarían más de lo esperado. Concha
Velasco, José Sacristán, Paco Rabal y Angela Molina, entre otros, dieron vida a
los personajes. Sufrió la censura y los jóvenes la veíamos casi de forma
clandestina.
En 1984, la Transición estaba
transformando la sociedad española, eran los años de la “Movida” madrileña
cuyos ecos resonaban en todo el país. En este año se estrenaba “Las bicicletas
son para el verano” la película dirigida por Jaime Chávarri basada en la obra
de teatro de Fernando Fernán Gómez. La acción, al igual que en la anterior,
transcurre en 1936 pero en Madrid, en el entorno de una familia acomodada, donde
se entrecruzan historias de señores y criados con el trasfondo del incipiente
conflicto bélico y los deseos infantiles de tener una bicicleta. Esta película
ya se pudo ver con absoluta libertad y aún recuerdo la emoción de cuando la vi
por primera vez. Agustín González, Marisa paredes, Emilio Gutiérrez Caba,
Aurora Redondo…actores y actrices que llenaban de emoción la pantalla.
La última obra de la que os hablaré,
la más antigua y, de las tres, la última que conocí. Se trata de un filme del
director estadounidense Joseph L. Mankiewicz basada en la obra teatral de
Tennesse Williams llamada “De repente, el último verano”. Es del año 1959 pero
en nuestro país no pudo verse hasta pasados veinte años desde su estreno. Los
censores pensaban (por algo sería) que, aunque no se menciona en la obra, la
parte rodada en España hacía alusión a esta tierra.
Si digo que es una de las
películas que más me ha impresionado, no exagero nada. Los temas tratados en
ella van desde las nefastas prácticas llevadas a cabo en aquellos años en la
instituciones mentales, hasta el tema de la homosexualidad, (ambos, temas
incómodos en el ambiente Hollywoodiense de la época). La vi hace poco y de
casualidad, atraída por la autoría de Tennesse Williams y las interpretaciones
de tres de mis mitos cinematográficos: Katherine Hepburn, Montgomery Clift y
Elizabeth Taylor que, aquí, como tantas otras veces, no me defraudaron en
absoluto.
Esta magnifica obra se mueve
entre la metáfora y la mas descarnada realidad, entre lo sublime y lo perverso,
entre lo poético y el horror. Sin duda
es, de los tres largometrajes, el más complejo, una obra que me tuvo pegada a
la pantalla, casi manteniendo la respiración. La he vuelto a ver varias veces y
siempre descubro algo que no había visto antes.
Necesitamos el séptimo arte sobre
todo cuando cuenta historias que tienen que ver con el ser humano, con sus
debilidades, sus pasiones, sus fortalezas; cuando se atreve a mirar dentro de
lo que resulta más difícil, eso que a veces nos echa para atrás. Aprovecho para
reivindicar el cine y la necesidad de que se sigan haciendo películas, con las
palabras del maestro Aute: “cine, cine, cine, cine, más cine por favor, que
toda la vida es cine y los sueños, cine son”.
"Cine, cine" Luis Eduardo Aute
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