El sudor es levadura para la tierra
no su tributo.
La tierra henchida
no desea homenaje por sus labores.
El sudor es levadura para la tierra
no un homenaje para un dios en su fortaleza.
Tu manos de tierra negra desencadenan
la esperanza de mensajeros de la muerte,
de caninomanoides endogámicos que resultan
más macabros que La Parca,
insaciables predadores de la Humanidad, su carne.
El sudor es levadura, pan, Ujamaa
pan de la tierra, por la tierra
para la tierra. La tierra es la gente.
Wole Soyinka (Nigeria. 1934)
En Alhama, a últimos de verano y principios del otoño, comenzaba la recolección de los pimientos de bola con los que se elabora el pimentón. Los mismos que, en ristras y secos, se convierten en ñoras, utilizadas en tantos guisos de nuestra gastronomía.
Hace años (los 60-70), en nuestro pueblo, era mucha la tierra que se dedicaba a este cultivo y muchas las personas, hombres , mujeres y jóvenes, temporeros, que formaban parte de los diferentes tajos para ir a coger pimientos.
La tierra pertenecía a personas pudientes que la arrendaban cada temporada a cambio de un dinero. Si la cosecha iba mal ellos seguían cobrando igual, era el arrendatario quien se exponía en esta transacción.
Los campos eran trabajados por manos alhameñas sin que ello supusiese un menoscabo de la dignidad, al contrario, muchos que habitualmente no trabajaban en el campo, esperaban esta época para poder ganar algún dinero extra que servía de alivio a la economía familiar.
Una vez recogidos los frutos se llevaban a la era, donde otras manos, aquí exclusivamente de mujeres, realizaban otra labor, la de seleccionar y abrir los pimientos que posteriormente se ponían a secar en los zarzos hechos de caña.
Mujeres trabajadoras, en la era situada en la calle López Pinto de Alhama de Murcia. Años 60.
Este trabajo femenino se hacia en la misma era o a la sombra de un barracón, en el suelo del cual se vaciaban sacos y sacos de aquellas bolas rojas, al lado se sentaban las mujeres para realizar el trabajo mientras conversaban entre ellas y cuidaban de sus hijos que correteaban a su alrededor, si eran muy chicos los acomodaban dentro de un capazo, de los mismos que se utilizaban para la faena.
Los hombres se dedicaban a traer los frutos desde el campo de recogida y a sacar la cáscara (así se llamaba a los frutos ya casi secos) de los zarzos para meterlos en sacos que luego se llevarían al secadero donde acabaría el proceso.
Era frecuente que las tormentas de verano hiciesen correr a las mujeres que trabajaban en el barracón y a los hombres que trajinaban en la era . Cuando asomaban las nubes, casi no daba tiempo, todos se apresuraban para apilar y tapar los zarzos, llenos de pimientos a medio secar, con otros zarzos inclinados, apoyados unos sobre otros y cubrirlos todos con lonas impermeables.
Estas son labores que han desaparecido por completo. La tarea que se realizaba en las eras fue lo que primero dejó de hacerse, con el avance industrial se hizo innecesario ese proceso manual y los pimientos iban desde el campo al secadero directamente.
Hoy en día ya no se cultiva el pimiento de bola en nuestro pueblo.
Llegó un tiempo en el que, en el mundo laboral, trabajar en el campo era considerado lo peor, los trabajadores querían que sus hijos fuesen obreros de las diferentes fábricas que había en nuestro pueblo, la industria del calzado y la cárnica estaban en todo su apogeo.
Trabajar la tierra era inseguro e inestable (aún lo sigue siendo), siempre se dependía de la Naturaleza. La administración no protegía esta parte tan importante de nuestra economía. En nuestro país se apostó más por ser receptor de turistas que por defender la tierra, base de todo sustento.
El concepto de nuestro pueblo cambió y pasó de ser "eminentemente agrícola" a depender, casi exclusivamente, de la industria emergente.
En la actualidad todo eso también ha cambiado. La industria del calzado ha desaparecido por completo y de las cárnicas sólo queda una fábrica. Ahora Las tierras de cultivo son cada vez menos, gracias a recalificaciones que han ido favorecido el terreno urbanizable en perjuicio del rústico. El tiempo a demostrado que los ladrillos no pueden comerse pero unos pocos han sabido muy bien comer de ellos.
Sólo los parrales y algunos frutales se han mantenido en nuestro paisaje agrícola a través de los años, junto a otros cultivos nuevos, trabajados casi todos por manos inmigrantes, ya que lo de trabajar en el campo sigue sin recuperar, entre los del terreno, su verdadero valor. Y yo me pregunto ¿Vamos por el buen camino?
Canción para la tierra
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