20 mar 2016

SOLO LE PIDO A DIOS (a cualquier dios)


“En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color, del cristal con que se mira”.
Soy una lectora bastante heterogénea, pero desde niña he tenido debilidad por las novelas de misterio y la novela negra. Desde las aventuras de Los cinco y las de los Siete Secretos a las clasistas novelas de Agatha Christie y Conan Doyle, o las más sociales de Dashiel Hammet y Raymond Chandler.
Estas novelas, que algunos consideran un subgénero literario, me gustan para leer cuando hace calor. Hace unos cuantos veranos empezó a ponerse de moda la novela negra sueca, a raíz de la conocida “Los hombres que no amaban a las mujeres”. He de decir que durante ese verano y algunos más, he leído unas cuantas de esta nueva "corriente literaria".
Captaron mi interés desde la primera que leí, las historias, ambientadas en Escandinavia, eran totalmente diferentes; después de la campiña inglesa de miss Marple, el oscuro Londres de Sherlock Holmes o el glamour y los hombres duros del crimen organizado, la novela negra escandinava era otra cosa; modos de vida desconocidos, marcados por el clima y por una historia totalmente ajena.

Una de esas historias, se situaba en una tierra helada, donde la luz y la oscuridad se alternaban tras largos periodos de tiempo y en la que las auroras boreales eran un fenómeno casi normal, la gente vivía en, acondicionadas, casas de madera donde comían arenques ahumados y carne de reno con mermelada de arándanos, y donde los policías tomaban café con bollos de canela. La acción transcurre en una sociedad bastante religiosa, con diferentes creencias de origen luterano, de echo la trama tiene mucho que ver con lo religioso.
En el transcurso de la misma ocurría algo que me chocó muchísimo: desde un principio y sin motivo aparente, quienes son señalados como sospechosos eran los integrantes de una comunidad católica que acababa de instalarse en el pueblo, se referían a ellos como si fuesen una secta fundamentalista, intransigente y retrograda de la que había que mantenerse alejado.
Para mí fue como ver nuestra imagen en el espejo, vi lo inverso de nuestra sociedad, enraizada en el catolicismo y fui consciente de que lo “normal” no existe
 
La necesidad de creer en algo es inherente a la condición humana, desde el principio de los tiempos en los que se veneraba al Sol, a la Luna o la lluvia porque eran fenómenos que escapaban al entendimiento.

El Hombre, es el animal más frágil, necesita creer para sostenerse, necesita un objetivo, una finalidad, necesita saber que vive por algo y para algo. Esa necesidad está presente en quienes eligen como motor de sus vidas la lucha diaria por el ser humano y sus derechos: la Igualdad, la Tolerancia, el Respeto, la Libertad o la Solidaridad; pero también es campo fértil para creencias y religiones.
 
Las creencias religiosas de cada cual forman parte del ámbito privado e íntimo, en él es donde se deberían practicar y transmitir, ya que vivimos en un estado laico. Las creencias en valores y respeto a los DDHH, sin embargo, abarcan todo el espectro público y social, al que pertenecemos todos los seres humanos, independientemente de la particular elección por uno o ningún dios.

Las creencias que se vuelven costumbres no se cuestionan y al pasar del ámbito privado al público, se “normalizan”.

Todo esto me da vueltas en la cabeza después de ver como es condenada por un juez  una política que, al parecer, se comportó de forma irrespetuosa en un ámbito religioso/privado que, a su vez, estaba dentro de un centro educativo/público o cuando se siguen sufragando actos religiosos/privados con el dinero de la administración pública de un país, supuestamente, laico.

Mientras, lloramos en público, ante imágenes, de mentira, de una madre sufriendo por su hijo muerto, a la vez que consentimos y ocultamos lo que está pasando con madres y padres, de verdad, que lloran por sus hijos, de verdad, porque están muriendo, de verdad, mientras buscan refugio.

Antonio Flores y Ana Belén "Solo le pido a Dios"
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.

que lo injusto no me sea indiferente,
que no me abofeteen la otra mejilla
después que una garra me arañó  de esta suerte.

que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

que el engaño no me sea indiferente
si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.

que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.

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