Cuando los padres envejecen o mueren, la casa se convierte en otra cosa distinta al lugar donde se reunía la familia en las fiestas o dónde se iba de vez en cuando a visitar a los padres cuando te lo permitía la ajetreada vida.
Los hijos redescubrimos una casa
que ya no es la que dejaste cuando te fuiste de ella. Las nuevas obligaciones
te llevan a abrir cajones y baúles, sacar enseres de los armarios y cómodas. En
estos quehaceres descubres cosas que nunca habías visto y otras que habías
olvidado.
En una de estas ocasiones me
encontré con una prenda que me produjo una fuerte emoción. Se había colocado en
el montón de “cosas para tirar” y es que, a simple vista, era un trozo de
tejido de lana, áspero y amarillento que no parecía servir para nada pero mis
recuerdos lo trajeron a la memoria como algo muy familiar. Era la primera
prenda que me envolvió de bebé en los días fríos. En aquellos tiempos de
llamaba “pingo” a esta mantita de lana, que no es que estuviera amarillenta, es
que era de lana cruda, sin someter a ningún proceso de blanqueado, el tejido
era simple, al reconocerla ya no me pareció tan áspera.
Me la llevé a casa y la tengo
sobre mi regazo mientras escribo. Me dice tantas cosas. Me habla de la pobreza
de mis padres y de los pocos lujos que se podían permitir, me cuenta de la
pobreza que existía en la sociedad trabajadora y de las madres que preparaban
la canastilla del recién nacido con pañales, ombligueras, chambritas, faldones
y fajas confeccionadas por ellas mismas. Quizás este pingo fuese lo único
comprado o quizás fue el regalo de algún familiar.
También me habla de que nada se
tiraba. Recuerdo que cuando di a luz por primera vez, mi madre sacó del fondo
de un armario, prendas de bebé que habíamos usado los cuatro hermanos.
Guardadas como un tesoro, que yo en ese momento no supe valorar.
Esto que cuento, ahora sería
impensable. Las canastillas de recién nacido van, obligatoriamente, preparadas
hasta el más mínimo detalle para proteger la piel y hacer menos traumáticas las
primeras horas del niño y la madre que dará a luz sin dolor y con todos los
cuidados. Los departamentos de bebés de los centro comerciales están
abarrotados de prendas de todo tipo que facilitan el día a día (aunque se
pierde la prenda tejida por la madre para el hijo que viene y cuya elaboración
anticipa su llegada)
Pienso en mi madre que estuvo
trabajando en el campo hasta poco antes de nacer yo, en las cuatro cosas que
pudo juntar para mi nacimiento, que casi le costó la vida, (muchas otras no
tenían esa suerte y morían de
“sobreparto”). Creo que aunque queda mucho camino por andar, la vida de las
mujeres sí que ha cambiado desde hace 60 años, al menos en nuestro país.
Con la mantita (pingo) en mi
regazo pienso en otras madres, tantas en todo el mundo, viviendo en la pobreza
y haciendo frente al frio del invierno con niños pequeños, desplazados en
lugares como Afganistán, Ucrania u Oriente medio, donde las temperaturas pueden
descender a los -20º. “para muchos de los desplazados forzados que hay en el
mundo, este invierno será un desafío mucho mayor que el de los últimos años.
Muchas familias no tendrán otra opción que elegir entre comida o calor, y se
enfrentarán a enormes dificultades para calentar sus hogares, conseguir ropa de
abrigo o conseguir comida caliente” (ACNUR).
"Pañales de Luna"
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