20 dic 2022

RETAZOS DE NAVIDAD



 

En esta época del año me resulta inevitable no sentir añoranza por lo que ya no está aunque siga vivo en mi memoria. Casi todo está relacionado con la vida en casa de mis abuelos maternos que estos días se transformaba para mí en el mejor sitio del mundo para pasar las vacaciones de Navidad. Es increíble la capacidad de los niños para convertir, con su imaginación, cualquier lugar en algo fantástico. Ahora que soy abuela lo veo en mis nietos, me maravilla como la realidad tiene para ellos una lectura diferente.

La casa de mis abuelos estaba llena de rincones que mi imaginación vestía de historias. En la habitación de mi bisabuela, de la que ella apenas salía, pasaba largas horas sentada a su lado  escuchando lo que me contaba de su vida en África cuando su marido era sastre del ejército español en Marruecos, del viaje de vuelta a España en barco que fue una dolorosa y larguísima travesía con un bebé muerto en brazos…En un rincón de su habitación había un enorme arca donde se guardaban los dulces que quedaban después de la Navidad y que se iban sacando poco a poco.

Otro rincón favorito era en el que me escondía para leer las novelas de amor de mi tía o los comics de uno de mis tíos. Sabía esconderme tan bien que a veces pasaban casi a mi lado y no me veían. Yo escuchaba mi nombre una y otra vez pero me resistía a salir del lugar donde me encontraba en secreto con parejas enamoradas o superhéroes con capa.

Como era la nieta mayor, a veces mi abuela me concedía el capricho de darme un vasito de café de malta con mucho azúcar o con leche condensada. A mí me sabía a gloria aquella bebida calentita que me hacía sentirme mucho mayor e importante, sobre todo si la compartía con ella. En esta casa vivía mi tía que era modista, el ser la sobrina mayor (aunque sólo tendría nueve o diez años) también supuso que se me incluyera en su círculo de modistillas que todas las tardes se reunían a coser, charlar y escuchar radionovelas. Algunas tardes la reunión era en casa de una modista de más edad que era la maestra, se llamaba Teresa. Durante esas tardes aprendía mucho del mundo femenino de aquella época y de sus opiniones sobre los hombres. Estas tardes tenían una banda sonora que incluían, además de las radionovelas, el consultorio de Elena Francis y las canciones de Adamo y Raphael.

Mis abuelos no querían que les llamase abuelos así que, hasta muy tarde, para mi fueron Mercedes y Jesús. Esto enfadaba a la familia y todos les decían que era una falta de respeto que una nieta llamase a sus abuelos por el nombre. Yo no lo entendía así, sabía que eran mis abuelos y los quería y respetaba pero también sabía que eran dos personas llamadas Mercedes y Jesús. Con el tiempo ganaron los convencionalismos y les llamé abuelos.

La nostalgia, quizás este año más que otros, es un sentimiento frecuente durante el mes de diciembre, pero es una nostalgia bonita, de recuerdos amables llenos de conversaciones, rincones secretos y fantasía alimentada por todo lo que me rodeaba. La niña que aún vive en mí se pasea por el pasado y vuelve a oler el café de malta, el arca de los dulces, las telas que cosían con hábiles manos las modistas y el fragante aroma de la leña quemada que invadía las calles.

"Tombe la neige" Salvatore Adamo.



                                      

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