Una semana cualquiera de hace 50 años, el repartidor de Círculo de Lectores me llevó a casa la esperada novela de García Márquez “Cien años de soledad”. Esa misma semana fui castigada sin salir con mis amigas por alguna razón que para mí era a todas luces injusta. La confluencia de estos dos sucesos hizo que Macondo se convirtiera en mi refugio durante dos intensos días en los que no fui capaz de despegar la mirada de las páginas del libro, sólo para dormir, hasta terminar su lectura.
Fue la primera de otras muchas,
ahora estoy en una de ellas. Desde que supe que se iba a hacer una serie de
esta historia siento inquietud como si tratase de mí y me preocupa el
resultado. Cien años de soledad me han acompañado a lo largo de casi toda la
vida. En la actual sociedad de la imagen emergen paisajes y personajes que no sé si tendrán
algo que ver con los que habitan mi imaginación.
Me parece casi poético este
resurgir apasionante de la novela más mágica, justo cuando el mundo gira desbocado; tampoco
en él reconozco muchas de las imágenes
que, a diario, asaltan mi serenidad.
El “realismo mágico” (¡que
expresión más preciosa!), tiene un espejo que lo refleja en la novela española,
“La Península de las casa vacías” de David Uclés. Desde que empecé a leerla no
pude evitar viajar una y otra vez desde Jándula, donde vive la familia de
Odisto, al pueblo de los Buendía a pesar de no parecerse, aparentemente, en
nada. En ambas, sin embargo, se entremezclan lo mágico y lo real llevando al
lector por caminos y sensaciones inusuales.
La península de las casa vacías
ha sido un gran descubrimiento para mí, por el tema que trata, los años en los
que transcurre la historia y la zona geográfica donde se desarrolla. Aquí no
aparecen mariposas amarillas pero si tórtolas de sal.
En ambas novelas la lluvia tiene
una presencia importante, en Macondo llovió durante cuatro años, once meses y
dos días y durante este tiempo ocurren cosas terribles. En la Península de la
novela de Uclés llovió tanto que se aplicó la Ley Queda por la que se detenía
el conteo de los días hasta que amainara “esta es la razón por la que en los
libros aparece que aquel aguacero se dio solamente en la madrugada del 14 de
julio…..cuando en realidad duró 28 días…”. En las dos obras, la lluvia sirve de
cortina tras la que pasan otras cosas.
La llegada de las compañías
bananeras en una y la Guerra civil en la otra, son el lienzo donde se dibujan historias que narran la
transformación de una sociedad. Todo ello velado por el, muy necesario,
realismo mágico.
Siento que ahora, igual que en
Macondo o Jándula, vivimos un momento crucial. Quizás aquí el detonante haya sido
la pandemia global que nos dejó (como la lluvia de Paiporta) el fango pegajoso
adherido a lo cotidiano hasta el punto de que, a veces, resulta desconocido.
Os deseo a todos una buena
Navidad y espero que nos volvamos a leer en 2025.
Alhama de Murcia, 17 de diciembre
del año 2024.
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