Por pura casualidad he dado en
los últimos días con dos noticias distanciadas en tiempo y en espacio pero
que acaban siendo increíblemente parecidas.
Una la publicó el Heraldo de
Aragón y ocurrió en la ciudad turca de Inegöl en 2021. Al parecer tras una
noche de fiesta un grupo de amigos echó de menos a uno de ellos. Alarmados,
acudieron a las autoridades y rápidamente se formaron grupos de búsqueda por
los bosques cercanos al lugar donde habían estado celebrando. Tras comprobar
que no aparecía después de varias horas, comenzaron a gritar su nombre,
comprobando asombrados como un componente de uno de los grupos gritó “¡ese soy
yo!”. El hombre en cuestión al escuchar que alguien se había perdido,
rápidamente se unió a la búsqueda con toda su buena voluntad, sin pensar por un
momento que se trataba de si mismo. Tampoco nadie se fijó en que, quien
buscaban, iba con ellos.
La otra noticia la publicó La
Vanguardia, esta pasó en Islandia en 2012 y la protagonista fue una mujer que
estuvo un día entero ayudando a la policía en las labores de búsqueda de una
persona antes de darse cuenta de que se trataba de ella misma. La mujer
protagonista de esta noticia formaba parte de un grupo de excursionistas a
Eldgjá, un cañón volcánico situado al sur del país. Cuando tocaba regresar, el
conductor del autobús, convencido de que faltaba una pasajera, esperó durante
una hora antes de salir de vuelta. Al llegar a la ciudad, el conductor dio
parte a las autoridades, dando una pormenorizada descripción de la
excursionista ausente.
Ninguno de los viajeros relacionó
la definición, con la “desaparecida”, ni ella se reconoció. Tras un día de
búsqueda, en la que la que participó activamente, cayó en la cuenta que la
descripción se parecía mucho a la suya propia. La explicación que dieron
después, los buscadores, es que se había cambiado de ropa.
En un principio son noticias que
provocan una sonrisa y un juicio. Dejo a vuestra imaginación lo que podría
pensarse. Yo me reí y juzgué en el momento de leerlas, pero luego se quedaron
rondándome y dándome qué pensar.
Quizás no es tan raro que ocurran
cosas como estas en el mundo que vivimos; tan deshumanizado que, posiblemente,
quienes acompañaban a las personas que andaban perdidas, miraban más dentro de
la pantalla del móvil que a quienes tenían a su alrededor. O dieron más
importancia a la vestimenta, a la marca, que a la persona.
En cuanto a quienes se perdieron
y emprendieron su propia búsqueda formando parte de grupos de ayuda,
demostraron su carácter generoso y solidario, dedicando su tiempo para
encontrar a esas personas desaparecidas que no eran otras que ellas mismas. Pero,
a veces es necesario, para reconocerse y encontrarse, escuchar tu propio nombre.
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