Hasta hace unos años, cada vez
que había tormenta de noche o hacía mucho frío, recibía la llamada telefónica
de mi madre, su pregunta siempre era la misma: ¿estáis todos recogidos en la
casa?
El pasado martes, día 29, al
mismo tiempo que oscurecía, se abrieron los cielos en Valencia y el agua, que
tanto necesitábamos, cayó como una maldición sobre las casas de miles de
personas que vieron como sus vidas y las de sus vecinos se ponían en peligro.
“En mi país la lluvia no sabe
llover, o llueve poco o llueve demasiado. Si llueve poco es la sequía, si
llueve mucho es la catástrofe. ¿Quién llevará la lluvia a la escuela? ¿Quién le
dirá como llover?…” (“en mi país la lluvia”) Raimon.
Recordé aquellas llamadas que
solía hacer mi madre cuando puse la radio (que emitió en directo durante toda
esa larga noche) y escuchaba a tantas y tantas personas angustiadas que querían
saber dónde estaban sus familiares, si estaban seguros, si estaban “recogidos
en casa”.
Pero estas preguntas no tenían
respuesta. Valencia estaba completamente incomunicada, sin luz, sin teléfono,
sin Internet. La noche del 29 de octubre de 2024 se convirtió en la noche
oscura de los tiempos más remotos del hombre, esa que estaba poblada de miedo y
de monstruos.
No pude seguir escuchando mucho
tiempo el horror inenarrable de toda esta gente. La impotencia ante lo que
estaba pasando me angustiaba de tal manera que me propuse olvidarme durante
unas horas de esta tragedia. No lo conseguí y mis pensamientos volaban a esa
oscuridad en la que el agua y el lodo se enseñoreaban como los amos de todo.
A lo largo de los días que han
seguido al 29, he escuchado a menudo que esto ha pasado siempre, que la
historia está llena de riadas (así las llamábamos antes) que arrasaban cultivos
y casas, arrastrando enseres y ahogando a personas. Esto es verdad, en nuestra memoria y las de nuestros familiares
ha habido riadas importantes que marcaron una época.
Lo chocante es que no se haya
aprendido nada de la historia para que, cuando la Naturaleza actúe no haya
tanto riesgo. Todo lo contrario. Las
imágenes que hemos podido ver son impactantes y reveladoras: amasijos
imposibles de coches taponando las calles; edificios construidos en cauces de
ramblas que las fuerzas de las aguas han socavado hasta hacerlos caer;
urbanizaciones nacidas al amparo del desarrollo inmobiliario descontrolado,
desaparecidas …
No, no es hora de buscar
culpables, pero sí es hora de actuar con responsabilidad. Como lo han hecho los
miles de jóvenes voluntarios que no se lo pensaron dos veces antes de
enfundarse las botas, armarse de palas y escobas, para ayudar, aunque sólo
fuese con un abrazo o un vaso de agua a quienes están sufriendo de forma tan
terrible. “¿Quién me rescatará de mis años de desinformación y desmemoria?”
(“En mi país la lluvia”).
"En mi país la lluvia". Raimón.
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