3 mar 2017

LA NENA, LA BURRUCHA

             
                                                         
Cada año, cuando llega el 8 de marzo, echo hacia atrás la mirada y pienso en esas mujeres que vivieron otros tiempos en los que, a pesar de los encorsetamientos sociales, no pasaban desapercibidas, por ser distintas, por no ceñirse a las normas, por vivir la vida de manera diferente. Mujeres que han ido quedando ocultas en la memoria.  Hoy quiero rememorar, pero sobre todo dar a conocer a las nuevas generaciones de hombres y mujeres, a una alhameña que fue cualquier cosa menos corriente.
Mis recuerdos sobre esta mujer se remontan a la infancia. Me parecía una mujer formidable, que imponía con su sola presencia, creo que todo en ella era excesivo, su risa, su aspecto, su voz y su sabiduría.
Recuerdo sus visitas a la casa de mis abuelos, donde siempre era bien recibida. Solía llegar a media tarde y se quedaba a merendar con nosotros, en el fresco patio emparrado. Era una persona admirada por mi entorno. A mí me gustaba escuchar lo que contaban de ella: su maestría a la hora de interpretar los más diferentes instrumentos musicales, su habilidad pintando sobre seda, la maña con que bordaba refajos y mantones. Creo que incluso llegó a componer alguna que otra pieza musical.
Fue durante las tardes de un caluroso verano, que acompañé a un familiar a la casa donde la Nena, en la calle Fulgencio Cerón cava, impartía clases de laúd, bandurria, guitarra y demás. El calor asfixiante de la calle se quedaba en la puerta nada más cruzar el umbral de su vivienda, no sé si porque dentro hacía más fresco o porque el interior me asombraba tanto, que cualquier otra sensación desaparecía.
No soy capaz de describir aquel entorno, era tan caótico que mirase donde mirase, había algo que atrapaba mi atención, telas, cuadros, instrumentos musicales, entre ellos un piano, estanterías atestadas de todo tipo de cosas, cajas, partituras, mesas, sillas, jarrones, floreros…y una manada de gatos que se enseñoreaban por entre todos los elementos de este, para mí, fantástico escenario. Durante el tiempo que duraba la clase, nos invitaba a una limonada casera ¡con hielo! Que traía en una jarra de cristal. Aquello me parecía el más sofisticado de los placeres y la bebía lentamente para que durase lo máximo posible.

Siempre tuve la impresión de que a esta mujer le gustaba disfrutar de la vida, de los placeres sencillos. Me viene a la cabeza su imagen riendo, a carcajadas o hablando con voz potente, mientras se abanicaba con prisa.
Su anárquica forma de encarar la vida hizo que fuese catalogada como una excéntrica más que como lo que era en realidad, una gran maestra de las artes más diversas. Probablemente, si viviese hoy en día, sería considerada una artista completa, compleja y excepcional.
Vivía con lo mínimo mientras atesoraba el producto de su trabajo de tantos años. La codicia acompañó y empañó su muerte y los buitres acudieron a repartirse todo aquello a lo que ella nunca prestó atención.
La Nena la Burrucha, como se la conoció siempre, fue una mujer diferente, una mujer única, no convencional, que vivió en una sociedad de mentes muy estrechas y murió en una sociedad de manos muy largas

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