El domingo pasado llovió casi todo el día. Fue una lluvia reconfortante, pausada, envolvente que amortiguaba todo lo desagradable, su sonido actuaba como un velo que cubría la oleada de noticias que nos habían acompañado durante la semana. La lluvia nos acunó durante unas horas haciéndonos olvidar por un momento que afuera seguía la vigilia.
Desde hace meses he tomado una
creo que sana costumbre, cada cierto tiempo dejo de seguir las noticias por
unos días. Así consigo distanciarme de la actualidad y puedo verla con cierta
perspectiva para no dejarme llevar de la vehemencia que está tan a la mano.
En uno de esos días sin noticias
un contacto de Whatsapp me preguntó si estaba viendo lo que pasaba en Ceuta,
no, le contesté, e inmediatamente me puse a buscar en las redes y diarios
digitales.
Me encontré algunas noticias que
ya sabía: Palestina, de nuevo siendo el foco del odio y los intereses, Colombia
batiendo récords de violencia y pandemia y, la noticia del día: los casi 6.000
migrantes (de ellos 1.500 menores) marroquíes que se echaron al mar utilizados
como arma arrojadiza sobre nuestro gobierno. Acusaciones, violencia, racismo,
odio. Ausencia de voces templadas y sensatas.
A los marroquíes que se echaron a
la mar, tras la apertura de fronteras de su país, les pusieron autobuses que
los llevaron hasta la frontera. Venían con las falsas promesas de que se iban a
poder curar la diabetes, a los críos les dijeron que en Ceuta se jugaba un
importante partido de fútbol y que podría conocer a su ídolo Cristiano Ronaldo.
Salieron a nado dejando las clases vacías y a padres desolados que veían a
través de las pantallas que sus hijos deambulaban por las calles de Ceuta. Hay
padres reclamando a sus hijos y hay niños en completo desamparo que no son
reclamados por nadie. Considero la utilización de menores, en cualquier
enfrentamiento adulto, uno de los métodos más crueles.
Cada conflicto va acompañado de
una fotografía que se vuelve icónica. En esta ocasión ha sido la de la
voluntaria de Cruz Roja que consolaba con un abrazo a uno de los muchos
migrantes que llegaron a Ceuta llenos de miedo y frío. Esta imagen ha desatado los
ataques más inimaginables y deleznables que cualquier mente en su sano juicio
pueda elaborar. ¿Este es el mundo que iba a salir mejorado de la terrible
pandemia?. Un mundo que esperaba con ansia poder encontrarse y abrazarse y ha
terminado lleno de resentimiento. ¿O el problema es el “color de los abrazos”?
Siento que los enfrentamientos,
los insultos a los que estamos asistiendo son contagiosos. Es difícil escuchar
debates calmados, sin personajes exaltados que pretenden tener razón utilizando
los gritos y exabruptos. “Ruido de inquisidores, nos hablan de libertades.
agrietando con sus gritos su barniz de tolerancia…” (Ismael serrano)
A veces me da la impresión de que
andamos en una etapa sin definir, en una tierra de nadie. La pandemia que todo
lo puso patas arriba ha dejado todo descolocado, nos movemos por aguas embarradas
en las que no hacemos pie y sólo escuchamos el run- run de palabras dichas
desde artilugios mecánicos sin pararnos a discriminar entre el sonido y la
furia.
“Si se callase el ruido, oirías
la lluvia caer, limpiando la ciudad de espectros. Te oiría hablar en sueños y
abriría las ventanas. Si se callase el ruido, quizás podríamos hablar y soplar
sobre las heridas. Quizás entenderías que nos queda la esperanza…” (Ismael
Serrano)
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