Acaba por estos días un curso
escolar diferente a cualquier otro conocido hasta ahora. Comenzó, como casi
todo, sumido en la incertidumbre. El curso anterior se concluyó con clases virtuales,
pero este que ahora se iniciaba ¿Cómo sería? ¿comenzarían las clases o no?,
¿Estarían los niños seguros? ¿Y los Maestros?. Cuando se decidió la asistencia
a clase, nuevos protocolos, nuevas normas para alumnos y maestros
y…sobrevolándolo todo, el miedo y la inseguridad. Este año tan extraño, también
lo ha sido en el ambiente docente. Los niños son los que han ido incorporando con
más naturalidad los cambios producidos fuera y dentro del colegio, para ellos
ha sido un aprendizaje más.
Recuerdo cuando llegaba el último
día de curso en mi infancia, las largas vacaciones de verano se abrían ante mi
llenas de expectativas: juegos; siestas llenas con lecturas clandestinas de
tebeos y libros; la vida en la calle con hermanos, amigos, vecinos. Cuando somos
niños todo parece, y lo es, una nueva aventura que afrontamos llenos de
curiosidad. En aquellos años la mayor parte de mi barrio eran solares sin
edificar, lugares donde nuestra imaginación infantil construía mil y una
historias.
Durante uno de esos largos
veranos hubo una plaga de grillos en mi calle. Las noches pobladas de grillos
se les hacían insoportables a los padres que no podían dormir entre el calor y
el chirriar de los insectos. Una tarde, volvía a mi casa después de estar en
casa de una amiga y me encontré a la chiquillería con las manos cargadas con
botes de conserva, tarros de cristal, bolsas de papel… que corrían de un lado a
otro, agitados y riéndose.
Al preguntarle por lo que hacían,
me contaron que estaban cazando grillos porque una vecina les había dicho que
en la farmacia los compraban para hacer jarabe y que te daban bastantes
pesetas. Yo me eché a reír al ver el truco que había ideado la vecina para
deshacerse de los molestos bichos, pero les dije que eso no era verdad (ellos ya
estaban pensando ir esa tarde a llevárselos a Pepe el de la farmacia), que no
se hace jarabe con los grillos. La pandilla de críos y crías que se habían
juntado para recolectar me miraron entre enfadados y escépticos, querían creer
más a la vecina que lo que yo les estaba diciendo. Me fui y los dejé con sus
dudas.
Las dudas que podían tener, algún
padre las despejó del todo. Luego me enteré de que, enfadados, vaciaron todos
los botes de grillos por encima de la pared del patio de quien había tenido la
idea. Esa noche en casa de la vecina no se apagaron las luces y los grillos y
los alpargatazos para acabar con ellos fueron la banda sonora de aquella noche
de verano. Esta anécdota aún nos hace sonreír al recordarla. Tengo muchos y
buenos recuerdos de las vacaciones de verano de mi infancia, en un mundo tan
diferente al que hoy vivimos.
En aquella época también había
miedo, las madres echaban mano del “Tío Saín” y del “Hombre del saco” para que
no nos saliésemos de los límites que nos marcaban. Estas dos figuras eran
hombres que se llevaban a los niños metidos en un saco y no dejaban que se
escapasen de ninguna manera para que no volviesen a ver a sus padres. Se
contaban historias espeluznantes sobre lo que estos individuos hacían con los
niños. Muchas veces no todo es leyenda y
existe una base de verdad, no en vano la mayor parte de los cuentos infantiles,
tienen su origen en truculentas historias adultas.
Mi escrito de hoy va dedicado a
todos los niños y niñas que disfrutan de su niñez y a quienes han visto sus
pequeñas vidas truncadas. “En su cunita de tierra, la arrullará una campana.
Mientras la lluvia le limpia, su carita en la mañana..” (Rin del angelito.
Violeta Parra)
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