En los primeros años del siglo
pasado, en Madrid, como en otras muchas ciudades, la castañera era una figura
familiar y habitual, durante el invierno, en las calles del centro de la ciudad. Era frecuente verlas
por los alrededores del Teatro Real y la Plaza de Oriente, sentadas junto al
brasero donde se asaban, lentamente las castañas. Allí esperaban la salida de
las damas y caballeros de la alta sociedad que acudían a las representaciones
teatrales.
Cuentan que una noche fría y
nevada (entonces aún nevaba), una castañera ataviada con un raído vestido y un
pobre mantón, removía, aterida, las castañas que reventaban al calor de las
brasas.
De pronto se abrieron las
puertas del teatro y comenzaron a salir señores envueltos en enormes y cálidas
capas, señoras cubiertas de abrigos de pieles y mitones. La anciana miraba
fascinada el espectáculo. ¡Una vez, hace años, llegó a ver, a lo lejos, al mismísimo rey!, e
ilusionada hacía cucuruchos de papel para envolver los calientes frutos,
mientras, para sí, decía ¡hay que ver lo bien que vivimos los españoles!
Por suerte ahora todo es bien
distinto, porque los tiempos no son los mismos, ¡ni mucho menos!, ahora ya casi
no vemos castañeras por las calles. Tampoco se ven hombres ataviados con capas ni
mujeres arropadas con pieles pues, cuando se dirigen a algún sitio, aunque sea
a la vuelta de la esquina, van todos, calentitos en sus coches.
Cada vez más, las calles son espacios
para los vehículos, están construidas y señalizadas anteponiendo el derecho de
quien maneja una máquina al del peatón. Por cierto, que en estos días la
polémica ha estado servida por la decisión de la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, que ha
intentado equilibrar la balanza, cerrando calles al tráfico rodado, recuperándolas
para el uso de los viandantes. Hay quienes piensan que esto está mal, que
cerrar el paso a los vehículos es crear el caos; según parece pasear por la
calle es entorpecer la normalidad de la ciudad.
Sinceramente, ¿a quién se le ocurre
salir a la calle? ¡Y andando!, con lo bien que se está en casa, en el brasero (este año he tenido que volver a sacarlo)
viendo por la tele todos esos magníficos programas navideños con gente
guapísima y bien vestida, también están esos (que te cortan el rollo navideño,
la verdad) en los que, famosos, piden dinero para los pobrecitos de otros países
que pasan hambre y frio en esas lanchas en medio del mar. ¡Y en la Nochebuena, tenemos el
mensaje del rey!.
Yo es que es ver cualquiera de
ellos y pensar ¡hay que ver lo bien que vivimos los españoles!
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