29 dic 2020

EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES FUTURAS

En la última semana, cercana a la Nochebuena, siento una inquietud mayor de lo normal. Las advertencias sobre los riesgos que suponen hacer grandes celebraciones ante la pandemia del COVID 19 parece que no tienen efecto alguno.

Aumentan las macro fiestas, sin mascarillas y con auriculares para evitar que un excesivo ruido alerte a los vecinos o a la fuerzas de orden público. Quienes asisten a esas fiestas dan un dinero extra, así, si los descubren, pueden pagar la multa entre todos. En un programa de televisión veo la entrevista telefónica al participante de una de esas fiestas “multas por lo de coronavirus ya llevo cuatro, no las he pagado ni las pienso pagar”. También llega a mis oídos que corren entre los jóvenes diferentes grupos de WhatsApp convocando a fiestas clandestinas para los días de Navidad. Por otro lado, una estrella de la canción da un concierto para cinco mil personas, ¿con todas las medidas de seguridad?. Los jóvenes y algunos no tan jóvenes parece que se consideran inmortales.

El señor Scrooge, personaje de Dickens, recibió en vísperas de la Navidad a tres fantasmas que le mostraban su pasado, su presente y su futuro. ¿Qué nos mostrarían hoy esos fantasmas si todos fuésemos el señor Scrooge?

Nos mostrarían quizás un pasado en el que hemos vivido sin pararnos mucho a pensar. “vive el momento” “disfruta de la vida” “compra y se feliz” “tu lo puedes todo” “tanto tienes, tanto vales”. “La navidades con la familia son un rollo, lo mejor la TardeBuena”. “Vamos con los críos al ToysRus para que elijan los regalos que más les gusten” ... “¡Viva el Mal, Viva el Capital! como nos decía la Bruja Avería.

El presente que estamos viviendo nos ha cambiado las reglas de un juego que ya nos sabíamos de memoria y, a pesar de todo, queremos seguir jugando con las antiguas reglas. El modo de vida anterior es tan adictivo que no queremos/podemos cambiar, aunque nos vaya la vida en ello. Queremos seguir consumiendo, aun a riesgo de ser consumidos, y en vez de parar y pensar a donde nos dirigimos, cerramos los ojos y emprendemos una huida hacia adelante, como drogadictos en busca de la próxima dosis, con el riesgo de que esa dosis sea la última.  Seguir comprando. Zonas de tiendas de las grandes ciudades de todo el mundo se ven abarrotadas de gente adquiriendo cosas innecesarias, arriesgando sus vidas, riéndose de quien intenta jugar sin trampas - Sois unos miedosos-

Al señor Scrooge, la visita de estos fantasmas, sobre todo el de las futuras navidades, le hizo recapacitar y le dio la posibilidad de enmendar su erróneo modo de vivir. A nosotros se nos está advirtiendo de como se nos presentará el futuro si no corregimos a tiempo (y nos queda muy poco) todo este despropósito en el que estamos viviendo.

“Algunas personas se reían al ver el cambio, pero él las dejaba reírse sin prestarles atención pues era lo bastante sabio para darse cuenta de que nada bueno sucede en este globo sin que determinadas personas se harten de reír al principio; sabía que tales personas siempre estarían ciegas y consideraba el malicioso brillo y arrugas de sus ojos como una enfermedad cualquiera, con manifestaciones menos atractivas. Su propio corazón reía y con eso le bastaba. (Cuento de Navidad. Dickens)”

Una tercera ola de contagios ya se ha iniciado, (con la aparición de nuevas cepas de Coronavirus aun más virulentas) a la par que oleadas de gente inundan centros comerciales y zonas de ocio. La responsabilidad individual es imprescindible en estos momentos, de igual manera la institucional. Echo de menos medidas que den a los ciudadanos lo que necesitan, no lo que quieren.

¿alguien es capaz de imaginarse las navidades futuras? ¿Cuántos faltarán a la mesa? ¿podrán los Reyes Magos traer juguetes? ¿serán alegres los villancicos?.

   (articulo publicado en el número 1.181 del periódico Infolínea)

22 dic 2020

NO ES PAIS PARA VIEJOS

 



¿En qué momento pasamos a depender de Internet para todo, en qué momento empezaron las máquinas a ser imprescindibles?.

Ayer, a nivel mundial, se cayeron Google, YouTube, Gmail y el sistema de almacenamiento La nube. Esta avería duró 20 minutos, pero el pánico cundió entre los usuarios de estos servicios. Cuando se cae la red, el mundo se paraliza. - No puedo darte el impreso, se me ha caído internet. - No puedo enviar tu pedido se ha caído el servidor. ¿Cuántas veces os habéis encontrado ante un problema similar?

Durante la pandemia, una de las cosas que ha quedado evidente, por la imposibilidad de ir de forma presencial a casi ningún sitio, es la cantidad de analfabetos digitales que hay en nuestro país. Comprar, pagar impuestos, hacer gestiones administrativas, estudiar, examinarse etc.. acciones normales, de la vida cotidiana han tenido que realizarse de forma virtual.

Lo primero que recuerdo fueron los bancos y las tarjetas de crédito, oye que cosa más chula, aunque no tuviese dinero en ese momento, la tarjetica te sacaba del apuro (aunque luego legasen las “madres mías”). Actualmente convivimos con al menos dos generaciones de personas desactualizadas en su mayoría. Todo va demasiado rápido. Son aquellos que iban al banco con la confianza de que allí su dinero estaba a salvo e incluso le rentaba. Conocían al director y recibían un trato amable de vecino. Que a veces sólo se acercaban por allí para actualizar la libreta de ahorros o para ingresarle algunos duros en la libreta infantil que habían abierto como regalo al nieto recién nacido. (Ahora, cualquier banco te exige que utilices los cajeros automáticos para operaciones pequeñas).

No todo el mundo tenía cuenta en un banco, no era obligatorio. Cuando dabas de alta, por ejemplo, la luz de una casa, no te pedían un número de cuenta (muchos no tenían), con la dirección había bastante, por allí se pasaría el cobrador con el recibo correspondiente de cada mes. Igual con el agua, la basura o cualquier otro servicio. “hoy me pillas sin perras, pásate la semana que viene” y el cobrador volvía cuando tú le decías. El trato entre personas era mucho más directo y humano. Hoy, si vas al banco a pagar un recibo devuelto, te dicen, - no puede ser porque el sistema no me lo admite, tiene que ser estos días y a estas horas, - ya, pero es que yo trabajo. - ¿y no podría pagar en el cajero o por Internet.

Todo te lleva al mismo sitio, Internet. La nuevas generaciones que han crecido con el Euro y en la era digital lo gestionan casi todo desde el móvil, hay aplicaciones para todo. Para pagar, para monitorear tu salud, control de embarazo, contar los pasos que andas. Aplicaciones de los diferentes bancos, de colegios, de sitios oficiales etc.… la vida se puede gestionar a través del móvil. ¿de qué manera, poco a poco y casi sin darnos cuenta, el móvil o el ordenador ha pasado a ser una prolongación de nosotros mismos?

No voy a criticar todos estos avances que facilitan la ajetreada vida de nuestra población activa, pero a veces me pregunto si no quedan menoscabados los derechos de esos “analfabetos digitales” para los que, en estos momentos, hacer cualquier gestión del tipo que sea se convierte en una tarea casi imposible. Yo que formo parte de esos supuestos analfabetos, sigo desconfiando de Internet y echo de menos a los cobradores de recibos a domicilio, porque esas máquinas de las que, ahora, depende nuestra vida administrativa pueden también fallar.


  (articulo publicado en el número 1.180 del periódico Infolínea)

16 dic 2020

LA NUEVA NAVIDAD

 

Hace un año, por estas fechas, nuestro pueblo lucía engalanado para la Navidad. Las actividades propias de estas fechas ya estaban programadas, los villancicos se escuchaban en la calle y en todos los locales donde la actividad comercial estaba en ebullición. Los restaurantes hacían acopio de viandas que llenarían las mesas en las comidas de empresa y en las celebraciones posteriores. Las tiendas de ropa, zapatos, alimentación, libros, perfumes etc. encaraban con ánimo una de las fechas más rentables de todo el año.

En los hogares nos preparábamos para vivir las “fiestas más familiares”, poniendo el árbol y los adornos, planificando comidas, pensando en que regalo era mejor para cada uno. La vida transcurría inmersa en la celebración de un evento que a ninguno dejan indiferente

Si entonces nos llegan a decir lo que venía de camino, nadie lo hubiera creído. Esas cosas nunca nos pueden pasar a nosotros, eso sólo pasa en otros sitios.

Pero no sólo nos ha pasado, si no que ya casi nos hemos acostumbrado. Y oímos hablar de contagios y muertos con total normalidad. 67 millones de contagios y mas de un millón y medio de muertos en todo el mundo son los números que nos deja la pandemia que comenzó en marzo. Sólo diez meses han sido suficientes para que hablemos de esas cifras como de algo ajeno a nosotros. Nos hemos acostumbrado a los comunicados oficiales semanales y los miramos como quien mira los resultados del futbol.

Y es que las cifras, los números, son eso, números. Y no queremos ver que detrás de todos y cada uno de los dígitos que forman las cifras hay seres humanos que han dejado de existir. Personas que son padres, madres, abuelos e hijos de otras personas.  Pero claro, viendo sólo los números, todo es mucho más fácil. Cientos, miles, millones, son cantidades sin rostro, sin sentimientos, sin sueños e ilusiones, sin familias, sin vidas.

Ahora nos encontramos inmersos en una “Nueva Navidad”, llena de restricciones impuestas por el gobierno, que cumplimos porque nos obligan.

La pandemia ha dejado al descubierto la fragilidad e inmadurez de nuestra sociedad. A pesar de la gravedad de la situación que se está viviendo, no somos capaces de cumplir las normas mínimas para evitar contagios y tienen que sernos impuestas como si fuésemos niños o adolescentes que intentan, por todos los medios, saltarse las órdenes familiares.

Hace poco coincidí en un comercio de nuestro pueblo con una enfermera que trabaja en un hospital de Murcia, estaba indignada, dolida y triste ante la actitud y comportamiento irresponsable de tanta gente, “me gustaría que estuviesen delante cada vez que tenemos que cerrar la cremallera de una bolsa que contiene un muerto por Coronavirus”, su cara de cansancio decía más aún que sus palabras.

Y no es cuestión de tener o no tener miedo si no de mirar a la realidad y hacerle frente con los medios que tenemos, protegernos y proteger a los demás. Esta Navidad que ahora empieza tiene que ser diferente porque es la única manera de asegurarnos otras navidades.

No hay mayor desatino que un adulto comportándose como un niño. Nosotros ¿seguiremos comportándonos como niños? ¿buscaremos el menor resquicio para saltarnos la ley? ¿seguiremos mirando sólo los números?  ¿diremos como Scarlett O´Hara en Lo que el viento se llevó “hoy estoy muy cansada para pensar, ya lo pensaré mañana”?. Porque, para quienes aún no se ha dado cuenta, es precisamente el mañana lo que hoy está en juego.

 "Villancico de Pandemia" Enkalomao

 

 

 

 



10 dic 2020

LA PURGA DEL TIO BENITO


 



La expresión con la que he titulado este artículo es sinónimo del remedio inmediato para cualquier problema. A mi entender refleja muy bien el modo de vida del que nos deberíamos de ir desacostumbrando.

No hace tantos años si querías, por ejemplo, comunicarte con alguien que no era del pueblo, le escribías una carta que tardaría dos o tres días en llegar a su destino, así que la respuesta la recibirías, como muy pronto, en una semana.

Escribir la carta ya suponía una ilusión, primero pensar en lo que querías decir, luego ver la mejor forma de expresarlo, eligiendo con esmero cada palabra. Una vez echada la carta en el buzón de Correos, comenzaba la espera. Pasados unos días vigilabas cuando el cartero pasaba por tu calle y, expectante, esperabas que llamase a tu puerta. Abrir el sobre unas veces se hacía rápido, otras te recreabas antes de hacerlo, según quien fuese el remitente. Leer la misiva era un momento placentero que solías repetir varias veces, y cada una encontrabas algo que te había pasado desapercibido en las anteriores. Hasta la manera de plegar el papel podía ser diferente. En algunas ocasiones los sobres llevaban más cosas: un puñadito de arena, hojas secas de alguna flor, fotos o una postal del sitio de origen. Todas estas cosas añadían valor al mensaje enviado. Para situaciones de emergencia estaba el telegrama.

Este es sólo un ejemplo, de los muchos que podría poner, que reflejan el drástico cambio de vida que los de mi generación hemos vivido. Como veréis no hay comparación con el modo actual de comunicarnos en el que si a los cinco minutos de enviar un correo electrónico, un Whatsapp o un mensaje, no recibimos respuesta, comenzamos a angustiarnos y se disparan las mil y una posibilidades (casi todas malas) de porqué habrá sido.

También me da por pensar en “La purga del tío Benito” cuando leo la información sobre las ansiadas vacunas. Acostumbrados como estamos a que todo sea de efecto inmediato creemos que el que ya haya noticias sobre el descubrimiento, por parte de varios laboratorios a la vez, de una vacuna contra el Covid19, esto significa que el problema se ha terminado. Creo que estamos equivocados, en primer lugar, porque aún no hay ninguna publicación científica que garantice la validez de cualquiera de ellas, sólo tenemos los comunicados de prensa de las diversas empresas farmacéuticas que están trabajando en este asunto. Por otra parte, hasta donde yo sé, y reconozco que no es mucho, una vacuna forma parte de la medicina preventiva, no cura la enfermedad.

Sin embargo, ante las recientes noticias de que hay una mejora en la situación de pandemia en que vivimos (Dicha mejora sigue manteniendo las cifras escalofriantes de 401 muertos y 19.979 contagiados este último fin de semana) y que, a lo mejor, algunos podrán vacunarse ya en enero, la gente se ha echado a la calle para comprar y consumir la Navidad. Comprendo que hay que reactivar la Economía y que eso sea lo que motive las medidas y mensajes de ánimo ante este periodo de compras.

Pero siempre teniendo en cuenta que, por muchas vacunas que haya, si se produce un contagio, no hay nada específico que cure el coronavirus. Los profesionales de la ciencia y la medicina alertan sobre una tercera y peor ola de infectados a primeros de año si el comportamiento social continua igual que hasta ahora.

Mi generación aprendió a esperar y ellos saben que la carta más deseada, siempre era la que más tardaba en llegar.

                        

                            "Que no se acabe el mundo"                             


 (articulo publicado en el número 1.178 del periódico Infolínea)

3 dic 2020

DES-CONCERTADOS

                                   



                               


Cuando era niña, en el colegio estábamos segregados por sexos. Había un pabellón para los niños y otro para las niñas. Incluso en el recreo, a pesar de compartir patio, un muro invisible nos mantenía a unas y otros separados.

En cuarto curso, los que queríamos pasar al instituto hicimos un examen para acceder a estos estudios (durante los años de la dictadura la enseñanza media en centros públicos era minoritaria, la mayor parte seguía cursándose en centro privados sobre todo religiosos). Para esta prueba de acceso, la dirección del colegio decidió que la mejor forma de que no nos copiásemos era poner en el mismo pupitre a un chico y a una chica, imagino que con el convencimiento de que lo que había separado la represión no lo iba a unir un examen.

En el instituto también estábamos separados. Los chicos eran las clases A. Las chicas las clases B y luego estaban las clases C formadas por repetidores de otros cursos, en esta clase si se mezclaban chicos y chicas. No sé qué base pedagógica amparaba estas medidas que no servían mas que para aumentar la desigualdad en todos los sentidos.

Era un tiempo en el que se veían normales cosas como: que una mujer hasta que no cumpliese los 25 años necesitase el permiso paterno si quería independizarse. Esto no era necesario si querías casarte o ingresar en una orden religiosa.

Hasta 1975 la mujer necesitaba el permiso marital para ejercer cualquier trabajo. Hasta 1978 el adulterio, en las mujeres, era un delito con penas de entre seis meses y un día a seis años. En el caso de los hombres esto se llamaba amancebamiento y sólo cuando tuviera manceba dentro del domicilio conyugal, estaba tipificado como un delito menor.

El hombre podía disponer de los bienes gananciales y tenía derecho a la patria potestad de los hijos. En caso de separación el domicilio conyugal pasaba a ser del marido.

También entraba dentro de la normalidad que algunos maridos pegasen a sus mujeres, esto se consideraba algo que pertenecía al ámbito privado.

El Mal-trato a las mujeres, tanto físico como social, ha sido durante muchos años, la normalidad.

Con la Constitución de 1978 y la reforma del Código Civil de 1981, las mujeres españolas comenzaron a tener los derechos que, como personas, les habían sido negados.

En estos días asistimos a debates sobre modelos educativos que defienden (de nuevo) la segregación en las aulas y el empleo de dinero público para una educación defensora de lo privado.  La inclusión en nuestro sistema educativo de la Enseñanza Concertada fue un paso atrás en los avances democráticos de nuestro país. Algo tan pernicioso socialmente hablando, se está intentando normalizar y defender como un derecho a la libertad de enseñanza.

Pero no olvidemos que, en determinados momentos de la historia, lo considerado normal, no siempre ha sido justo.

Derechos son que exista una educación privada (para aquellos que la deseen y la paguen) y una Educación Pública universal, mejor cada día tanto en calidad como en infraestructuras, para educar en igualdad y prevenir lacras como la violencia de género y los “malos tratos” hechos para dar beneficios a una determinada clase social.

 

                                                        "Los burgueses" Luis Eduardo Aute

                                              

 

 (articulo publicado en el número 1.177 del periódico Infolínea)