Cuando era niña, en el colegio
estábamos segregados por sexos. Había un pabellón para los niños y otro para
las niñas. Incluso en el recreo, a pesar de compartir patio, un muro invisible
nos mantenía a unas y otros separados.
En cuarto curso, los que queríamos
pasar al instituto hicimos un examen para acceder a estos estudios (durante los
años de la dictadura la enseñanza media en centros públicos era minoritaria, la
mayor parte seguía cursándose en centro privados sobre todo religiosos). Para
esta prueba de acceso, la dirección del colegio decidió que la mejor forma de
que no nos copiásemos era poner en el mismo pupitre a un chico y a una chica,
imagino que con el convencimiento de que lo que había separado la represión no
lo iba a unir un examen.
En el instituto también estábamos
separados. Los chicos eran las clases A. Las chicas las clases B y luego
estaban las clases C formadas por repetidores de otros cursos, en esta clase si
se mezclaban chicos y chicas. No sé qué base pedagógica amparaba estas medidas
que no servían mas que para aumentar la desigualdad en todos los sentidos.
Era un tiempo en el que se veían
normales cosas como: que una mujer hasta que no cumpliese los 25 años
necesitase el permiso paterno si quería independizarse. Esto no era necesario
si querías casarte o ingresar en una orden religiosa.
Hasta 1975 la mujer necesitaba el
permiso marital para ejercer cualquier trabajo. Hasta 1978 el adulterio, en las
mujeres, era un delito con penas de entre seis meses y un día a seis años. En
el caso de los hombres esto se llamaba amancebamiento y sólo cuando tuviera
manceba dentro del domicilio conyugal, estaba tipificado como un delito menor.
El hombre podía disponer de los
bienes gananciales y tenía derecho a la patria potestad de los hijos. En caso de
separación el domicilio conyugal pasaba a ser del marido.
También entraba dentro de la
normalidad que algunos maridos pegasen a sus mujeres, esto se consideraba algo
que pertenecía al ámbito privado.
El Mal-trato a las mujeres, tanto
físico como social, ha sido durante muchos años, la normalidad.
Con la Constitución de 1978 y la
reforma del Código Civil de 1981, las mujeres españolas comenzaron a tener los
derechos que, como personas, les habían sido negados.
En estos días asistimos a debates
sobre modelos educativos que defienden (de nuevo) la segregación en las aulas y
el empleo de dinero público para una educación defensora de lo privado. La inclusión en nuestro sistema educativo de
la Enseñanza Concertada fue un paso atrás en los avances democráticos de
nuestro país. Algo tan pernicioso socialmente hablando, se está intentando
normalizar y defender como un derecho a la libertad de enseñanza.
Pero no olvidemos que, en
determinados momentos de la historia, lo considerado normal, no siempre ha sido
justo.
Derechos son que exista una
educación privada (para aquellos que la deseen y la paguen) y una Educación Pública
universal, mejor cada día tanto en calidad como en infraestructuras, para educar
en igualdad y prevenir lacras como la violencia de género y los “malos tratos”
hechos para dar beneficios a una determinada clase social.
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