No hace tantos años si querías,
por ejemplo, comunicarte con alguien que no era del pueblo, le escribías una
carta que tardaría dos o tres días en llegar a su destino, así que la respuesta
la recibirías, como muy pronto, en una semana.
Escribir la carta ya suponía una
ilusión, primero pensar en lo que querías decir, luego ver la mejor forma de
expresarlo, eligiendo con esmero cada palabra. Una vez echada la carta en el
buzón de Correos, comenzaba la espera. Pasados unos días vigilabas cuando el cartero
pasaba por tu calle y, expectante, esperabas que llamase a tu puerta. Abrir el
sobre unas veces se hacía rápido, otras te recreabas antes de hacerlo, según
quien fuese el remitente. Leer la misiva era un momento placentero que solías
repetir varias veces, y cada una encontrabas algo que te había pasado
desapercibido en las anteriores. Hasta la manera de plegar el papel podía ser
diferente. En algunas ocasiones los sobres llevaban más cosas: un puñadito de
arena, hojas secas de alguna flor, fotos o una postal del sitio de origen.
Todas estas cosas añadían valor al mensaje enviado. Para situaciones de
emergencia estaba el telegrama.
Este es sólo un ejemplo, de los
muchos que podría poner, que reflejan el drástico cambio de vida que los de mi
generación hemos vivido. Como veréis no hay comparación con el modo actual de
comunicarnos en el que si a los cinco minutos de enviar un correo electrónico,
un Whatsapp o un mensaje, no recibimos respuesta, comenzamos a angustiarnos y
se disparan las mil y una posibilidades (casi todas malas) de porqué habrá
sido.
También me da por pensar en “La
purga del tío Benito” cuando leo la información sobre las ansiadas vacunas.
Acostumbrados como estamos a que todo sea de efecto inmediato creemos que el
que ya haya noticias sobre el descubrimiento, por parte de varios laboratorios
a la vez, de una vacuna contra el Covid19, esto significa que el problema se ha
terminado. Creo que estamos equivocados, en primer lugar, porque aún no hay
ninguna publicación científica que garantice la validez de cualquiera de ellas,
sólo tenemos los comunicados de prensa de las diversas empresas farmacéuticas
que están trabajando en este asunto. Por otra parte, hasta donde yo sé, y
reconozco que no es mucho, una vacuna forma parte de la medicina preventiva, no
cura la enfermedad.
Sin embargo, ante las recientes
noticias de que hay una mejora en la situación de pandemia en que vivimos (Dicha
mejora sigue manteniendo las cifras escalofriantes de 401 muertos y 19.979
contagiados este último fin de semana) y que, a lo mejor, algunos podrán
vacunarse ya en enero, la gente se ha echado a la calle para comprar y consumir
la Navidad. Comprendo que hay que reactivar la Economía y que eso sea lo que
motive las medidas y mensajes de ánimo ante este periodo de compras.
Pero siempre teniendo en cuenta
que, por muchas vacunas que haya, si se produce un contagio, no hay nada
específico que cure el coronavirus. Los profesionales de la ciencia y la
medicina alertan sobre una tercera y peor ola de infectados a primeros de año
si el comportamiento social continua igual que hasta ahora.
Mi generación aprendió a esperar
y ellos saben que la carta más deseada, siempre era la que más tardaba en
llegar.
(articulo publicado en el número 1.178 del periódico Infolínea)
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