Cuando era niña, en casa no teníamos tele. La radio era el centro de diversión e información de la clase obrera que no se podía permitir comprar el periódico a diario ni ir al casino para leerlo. En cada casa había una.
Tengo recuerdos muy marcados relacionados con la radio, a lo largo de mi vida: escuchar la voz irrepetible de Luis del Olmo cada mañana en “De costa a
costa”, descubrir a un Andrés Aberasturi de ideas progresistas, la víspera de las
primeras elecciones democráticas, en “Así es la vida” o conciliar el sueño con Jesús
Quintero en “El loco de la colina”.
De pequeña la escuchaba en casa
de mis abuelos, retransmitían programas infantiles y cuentos que me divertían y
me hacían soñar a parte iguales. Al crecer me fui aficionando a las
radionovelas, las escuchaba en un aparato más moderno, el transistor. Disfrutaba
con aquellos dramas y enredos sentimentales. Los nombres de sus actores y
actrices quedaron para siempre en mi memoria: Matilde Conesa, Juana Ginzo, Pedro
Pablo Ayuso…. Escucharlos, me lleva sin darme cuenta a aquel taller de modistas
que dirigía mi tía, al sabor del pan con chocolate de la merienda y al olor de
las telas que se mezclaba con el de las flores de la ventana que daba al patio.
Cuando la televisión ya ocupaba
un lugar en todos los hogares, llegó otro formato ideado para el público femenino, la telenovela. No me gustaban, coincidieron con mi
adolescencia y rebeldía contra casi todo, de esa época recuerdo que emitían “Los ricos también lloran”.
Más tarde, ya por los años noventa llegó el furor absoluto por telenovelas como
“La dama de rosa” “Cristal” “Rubí” “Topacio” etc… todas ellas hechas en
Venezuela y con una grandísima audiencia, compuesta tanto de hombres como de
mujeres. He de reconocer que después, en otros momentos, alguna si he visto y que
hasta me han sido de ayuda para retomar el orden dentro del caos horario.
Con el paso de los años se va
descubriendo la realidad tras el deseo, también en estos temas. Descubrí que
Juana Ginzo era una mujer que para nada se parecía a “Ama Rosa”, una frase suya,
que le escuché en una entrevista, me dio que pensar: “Yo gané la libertad cuando
perdí la reputación”. Me enteré que Elena Francis era un personaje femenino
interpretado por una mujer, pero escrito por un hombre. Es lo que tiene crecer,
por un lado acabas conociendo cosas que te habría gustado no saber y, por
otro, te falta tiempo para buscar y rebuscar lo ignorado
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