Una de las cuestiones que más opiniones ha
generado durante estos meses han sido los escolares y la forma de conseguir que
no se queden atrasados con su educación en esta sociedad de la competencia. Con esto ha pasado como con casi todo,
queríamos la solución y la queríamos ¡ya!. Apenas se activó la alerta nacional
por pandemia, la comunidad escolar se movilizó para ver que se hacía.
Rápidamente se decidió convertir cada hogar en
una escuela, para que, en casa, los escolares, pudiesen recibir clases
impartidas desde una pantalla, por profesores que tampoco lo están llevando muy
bien. Deberes, tareas, un ordenador (quien lo tiene) para compartir entre los
hermanos, la madre y el padre.
Posiblemente piense de forma irresponsable,
pero considero que todo esto es una situación un poco delirante. Añadir mas
agobio a las familias durante la cuarentena, a lo mejor no es el factor más
adecuado para que los niños aprendan.
Y digo yo, si, por una casualidad, los niños
tuviesen que perder un curso ¿Qué problema habría? Hay niños, en la actualidad,
que viven en campos de refugiados o en países pobres, que asisten a clase en
una tienda de campaña, con sólo el encerado, cuatro sillas y un maestro; estos
niños no sólo no tienen escuelas, es que no tienen casas, ni comida, ni
derechos, ni futuro.
Pero a nosotros, los padres que vivimos en el “Primer Mundo”, ahora que
estamos en medio de la mayor crisis que recuerda la historia, cuando miles de
personas han muerto y la salud de toda la Humanidad está en entredicho, lo que
más nos preocupa es que nuestros hijos no se queden atrás, que puedan
examinarse, que pasen de curso, que sean los mejores; cuando quizás deberíamos
de estar ocupados en enseñarles, sin pantallas de por medio, lo verdaderamente
importante que, a veces, no aparece en los libros. Mostrarles que es la
Solidaridad, la Generosidad, la Paciencia, el Respeto, la Escucha…
Según parece, los niños (dejando aparte el tema
educativo) están disfrutando de esta situación, por lo novedosa, pero sobre
todo porque la mayoría de los críos sólo convivían con el padre y la madre los
fines de semana, si acaso; luego, entre semana, con el colegio, las actividades
extraescolares y los trabajos paternos, la relación paterno filial era casi
inexistente. Ahora tienen a los padres en casa, para compartir, aprender, jugar
y sentirse queridos. En esto consiste también educar, no basta sólo con adquirir
conocimientos de mano del maestro. Por otra parte, es un aprendizaje para ser
padres, que a eso no hay libro que te enseñe.
Por eso
pienso que este año, podría ser muy valioso para los menores y para los adultos,
a lo mejor el mas valioso de sus vidas. Durante el mismo los niños van a
aprender cosas sobre la vida y la muerte, lo importante y lo superfluo,
impensables en otro momento y captarán de los adultos como afrontan estos la
incertidumbre y el cumplimiento de las normas imprevistas.
Igual sería
bueno aprovechar esta situación excepcional para que olvidásemos, de momento,
evaluaciones, exámenes, deberes, ordenadores, y tratásemos de recuperar el
tiempo perdido con los hijos. Ese tiempo esquilmado por la necesidad de
trabajar, por los horarios deshumanizados y por las prisas para no quedarnos
atrasados en una carrera de fondo que todavía no sabemos bien a dónde nos lleva.
Así este
curso podría llegar a ser un curso ganado, más que un curso perdido, de
nosotros depende.
“Educar es
lo mismo; que poner un motor a una barca; hay que medir, pensar,
equilibrar; y poner todo en marcha. Pero para eso, uno tiene
que llevar en el alma; un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta,
y un kilo y medio de paciencia concentrada”. Gabriel Celaya.
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