24 oct 2023

NI TANTO, NI TAN POCO

Pirulí de la Habana

 El sábado pasado fui a un conocido supermercado de nuestro pueblo, no me gusta ir a comprar en fin de semana porque suele haber mucha gente, pero me pillaba al paso y entré a por dos o tres cosas que necesitaba.

Nada más entrar me dieron ganas de salir pitando, el gentío que llenaba el establecimiento era asombroso, me recordó los primeros días de pandemia, (algún cliente hizo bromas refiriéndose a esto). Las cajas funcionaban a toda marcha, las colas de compradores ante ellas eran interminables. Compré con rapidez, suelo llevar una lista con lo que necesito, y salí a la calle con una sensación de irrealidad.

Conforme pasan los años me doy cuenta de que me voy desacostumbrando a muchas cosas de nuestro actual modo de vida, también me obligo a pensar que las cosas pueden ser de otra manera. Ese día recordé como vivíamos en mi casa cuando era pequeña donde nunca nos faltó comida en la mesa a pesar de que nunca vi una compra tan grande como la más pequeña de los carros del supermercado.

Mi madre iba los martes al mercado y compraba lo más esencial, sobre todo verduras, la fruta la solía traer del campo mi padre cuando llegaba de trabajar. Las legumbres, conservas y otras cosas como el azúcar las comprábamos en la tienda del barrio, el pan lo llevaba el panadero. Carne y huevos de los conejos y gallinas que criábamos en el corral (la carne de cordero se compraba en la plaza de abastos, también los embutidos) la leche de una cabra que también teníamos.

No teníamos frigorífico, en casa había una pequeña despensa y una especie de jaula llamada fresquera dónde se metían la carne y otros alimentos frescos que, de todas formas, habría que consumir en pocos días. En verano se hacían conservas y mermeladas que consumiríamos en invierno. La primera vez que en casa se compraron yogures fue como una celebración. Todos los días había un plato de guiso en la mesa, fruta y ensalada.

No conocíamos marcas ni golosinas. El pan con chocolate de la merienda, los dulces de navidad que se hacían en la panadería de mis abuelos, eran las cosas más sofisticadas que comíamos, junto a los pirulís “pirulís de La Habana que se comen sin gana” y turrones que se vendían en la feria.

No recuerdo esta vida como perfecta. Había muchas carencias, no precisamente alimenticias. Teníamos lo justo para comer  e injusticia para casi todo lo demás.

Ahora tenemos tantas cosas que se inventan necesidades innecesarias, como es casi todo lo que consumimos, para que andemos como el burro tras la zanahoria, entretenidos en conseguirla, sin mirar a los lados donde ocurre lo que, de verdad, importa.

                                                                 Una de "El KanKa


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