Pirulí de la Habana |
Nada más entrar me dieron ganas
de salir pitando, el gentío que llenaba el establecimiento era asombroso, me
recordó los primeros días de pandemia, (algún cliente hizo bromas refiriéndose
a esto). Las cajas funcionaban a toda marcha, las colas de compradores ante
ellas eran interminables. Compré con rapidez, suelo llevar una lista con lo que
necesito, y salí a la calle con una sensación de irrealidad.
Conforme pasan los años me doy
cuenta de que me voy desacostumbrando a muchas cosas de nuestro actual modo de
vida, también me obligo a pensar que las cosas pueden ser de otra manera. Ese día
recordé como vivíamos en mi casa cuando era pequeña donde nunca nos faltó
comida en la mesa a pesar de que nunca vi una compra tan grande como la más
pequeña de los carros del supermercado.
Mi madre iba los martes al
mercado y compraba lo más esencial, sobre todo verduras, la fruta la solía
traer del campo mi padre cuando llegaba de trabajar. Las legumbres, conservas y
otras cosas como el azúcar las comprábamos en la tienda del barrio, el pan lo
llevaba el panadero. Carne y huevos de los conejos y gallinas que criábamos en
el corral (la carne de cordero se compraba en la plaza de abastos, también los
embutidos) la leche de una cabra que también teníamos.
No teníamos frigorífico, en casa
había una pequeña despensa y una especie de jaula llamada fresquera dónde se
metían la carne y otros alimentos frescos que, de todas formas, habría que
consumir en pocos días. En verano se hacían conservas y mermeladas que
consumiríamos en invierno. La primera vez que en casa se compraron yogures fue
como una celebración. Todos los días había un plato de guiso en la mesa, fruta
y ensalada.
No conocíamos marcas ni
golosinas. El pan con chocolate de la merienda, los dulces de navidad que se
hacían en la panadería de mis abuelos, eran las cosas más sofisticadas que
comíamos, junto a los pirulís “pirulís de La Habana que se comen sin gana” y
turrones que se vendían en la feria.
No recuerdo esta vida como
perfecta. Había muchas carencias, no precisamente alimenticias. Teníamos lo
justo para comer e injusticia para casi
todo lo demás.
Ahora tenemos tantas cosas que se inventan necesidades innecesarias, como es casi todo lo que consumimos, para que andemos como el burro tras la zanahoria, entretenidos en conseguirla, sin mirar a los lados donde ocurre lo que, de verdad, importa.
Una de "El KanKa
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