Hace
unos días viajé en el AVE por primera vez. El tren siempre me ha gustado como
medio de transporte pero esto es diferente.
En el
AVE la dimensión tiempo cambia y el viaje que antes duraba cuatro horas o más,
ahora sólo dura dos horas y media. Salí de Murcia a las dos del mediodía y a
las cuatro y media ya estaba en Madrid.
Esto,
unido a la mayor amplitud de los vagones (aún yendo en segunda clase) hace que
el viaje sea mucho más cómodo. Hay conexión a Internet y enchufes para poder
cargar el móvil. Aparentemente todo son ventajas ¿o no?.
Ahora
disfruto menos del viaje, esas casi cinco horas que tardaban los trenes
antiguos se convertían en un paréntesis lo suficientemente largo para
desconectar mientras te dejabas llevar. Leer un libro, escuchar música mientras
disfrutaba del paisaje que cambiaba según iba avanzando o dependiendo de la
estación del año, podías dormir, tomar un te, escribir… echo de menos esto
aunque ahora llegue más descansada.
Este
diferente modo de viajar en tren va más acorde con la vida actual en la que
cada vez, hay menos tiempo para reflexionar o simplemente para dejar que los
pensamientos desconecten del estrés diario. La excesiva velocidad hace que el
paisaje apenas lo disfrute, además hay bastantes tramos soterrados. Tampoco soy
capaz de leer ni escribir, es como si el tiempo se me escapase y no diese para
mucho. Aprovecho para escuchar algún programa de radio.
Sin
duda lo más reconfortante del trayecto es cuando, llegando a la primera parada,
los altavoces anuncian: Próxima parada “Orihuela-Miguel Hernández “ y en la
última, llegando a Madrid: Próxima parada “Madrid Chamartín-Clara Campoamor”,
la otra estación madrileña es “Madrid puerta de Atocha-Almudena Grandes”.
Estos
detalles, aunque pequeños, me hacen seguir creyendo en esa rendija por donde se
cuela la luz.
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