En nuestras pantallas las imágenes del coronavirus, esas terroríficas esferas símbolo del invisible enemigo que sigue agazapado, han sido sustituidas pon los tanques, las bombas y la destrucción. Sin tregua, sin respiro alguno para las personas. Para quienes sufren directamente los efectos de esta nueva guerra y para el resto del mundo.
Aunque me cuesta pensarlo,
decirlo e incluso escribirlo, el mundo está en guerra. Y, muy pocos, a
excepción de algunos expertos en geopolítica que parecen tenerlo claro, saben
muy bien el porqué de esta locura en pleno siglo XXI.
La otra mañana me comentaba mi padre
con tristeza: “Ahora que parece que íbamos saliendo de una nos meten en otra”,
en ese momento temí todos los daños emocionales que esta nueva situación puede
acarrear. Al llegar a casa puse la televisión y en todos los canales de
información general había imágenes de guerra: bombardeos, edificios destruidos,
niños llorando, mujeres abrazadas a sus bebes en estaciones de metro, hombres
subidos en tanques, ciudades vacías de vida, amenaza de ataque nuclear y, de
nuevo, mucha gente opinando alrededor de una mesa.
Me hice una pregunta: ¿Quién ve
la televisión por las mañanas? La respuesta es que, en su mayoría son gente
mayor, enfermos, parados, personas que ven amenazada, otra vez, su estabilidad.
Muchos de ellos han sobrevivido a una guerra y sus efectos, otros pelean a
diario con la enfermedad, algunos han sobrevivido al Covid 19 y los que no
tienen trabajo afrontan cada mañana la dura sensación de sentirse afuera. Otra
vez los más vulnerables son quienes están en riesgo.
En los últimos meses del pasado año,
los problemas mentales y su gravedad tomaron protagonismo en todos los medios.
La pandemia los sacó de su escondite, ese donde nadie quiere buscar. Con el
nuevo año nadie ha vuelto a hablar de ellos. La remisión de casos de Covid dio
paso a noticias sobre corrupción política en el centro de España, y sobre una
pequeña amenaza de guerra que asomaba por el Este de Europa.
Hace una semana, cuando todo
estalló y la guerra se hizo real, el dolor de las personas pasó a ocupar un
lugar secundario. Las imágenes de hombres y mujeres que sufren son empleadas
para provocar una reacción emocional que nos vincule con su dolor y nos
posicione contra “el malo”. De fondo, aunque en primera línea, bancos, subida
de la Bolsa, mercados, sanciones, subida de precios, inflación, armamento,
poder...
Y…por encima de todo, el miedo,
ese sentimiento pegajoso que ya estábamos consiguiendo quitarnos de encima, el
miedo que nos hace más vulnerables aún de lo que somos, a él se suman más
inseguridad e incertidumbre que han vuelto con actores nuevos. Los problemas de
salud mental de la población desaparecen a pesar de lo presentes que están en
estos momentos.
Mientras, se da visibilidad a una
guerra horrible que no tiene sentido en la que no hay ninguna duda sobre cuál
es el enemigo al que odiar, focalizar el odio, saber que el responsable es “el
otro” es muy reconfortante.
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