30 jun 2021

PRE- POSICIONES


Este año el verano nos pilla a todos entre cansados e ilusionados. El agotamiento mental después de tanto tiempo de estrés pandémico se une a la esperanza de ver que la población inmune es cada vez mayor. La vida se abre paso, con más fuerza, tras año y medio de echarle un pulso a la muerte.

Sin embargo, la simple complejidad del ser humano no deja de sorprenderme. A pesar de mi escepticismo sobre aquello de que “saldríamos mejores”, si que pensé que aprenderíamos de lo que nos estaba pasando. Lo que se dice aprender hemos aprendido algo, pero poco.

Ahora sabemos que las mascarillas ffp2 son mejores que las quirúrgicas; que el coronavirus se contagia por el aire; que la higiene de manos es fundamental; que la llamada “distancia social” es un modo efectivo para evitar contagios… Si nos damos cuenta, hemos adquirido técnicas y prácticas de comportamiento. En cuanto a mejoras en relación con lo humano, tengo mis dudas.

Escuchaba hace unos días a un profesor de filosofía presentar su libro llamado “Filosofía ante el desánimo” y reconocí la importancia de escribir “ante” en unos momentos en que casi todo es “contra”. Creo que quizás hay que actuar desde ahí, desde esa preposición. Posicionarnos y hacer cosas ante las vicisitudes más o menos difíciles que nos pueda presentar la vida, ir contra ellas es muy posible que nos lleve a un estado de continua angustia.

Como casi todo lo que es beneficioso, actuar ante algo es difícil, mucho más fácil ir a la contra. Sin ir más lejos, cuando he comenzado a escribir este artículo tenía en mente cantidad de cosas contra las que ir, pero me he parado y he echado el freno para ver qué decir y cómo decirlo.

Uno de los temas sobre los que opinar era con relación a la llamada violencia de género. El año 2021 está siendo un año aciago, las mujeres asesinadas han superado cifras que no se daban desde el 2012, a partir de la finalización del estado de alarma está siendo la peor etapa. Contra esto me salían ideas, palabras, frases, sin tener que pensar mucho.

Leyendo, en algunos diarios digitales, noticias que tenían que ver con este tema, me he dado cuenta de que los comentarios a las mismas eran casi tan terribles como las propias noticias: ¡que lo maten! ¡que se lo dejen a la familia! ¡la justicia no sirve para nada!...amén de toda clase de insultos. La visceralidad, cuando se dan casos de este tipo, se adueña del pensamiento.

Acordándome de las preposiciones anteriores he vuelto a replantearme la cuestión de la violencia de género. La violencia existe, es real, y llevamos muchos años de lucha contra ella, quizás sería bueno preguntarnos qué hacer ante esta situación que no sólo no cambia, sino que empeora. Ahora, la mayoría de sus protagonistas son los hombres y las mujeres jóvenes educados ya en Democracia. Sin olvidar que, como otra pandemia más, la violencia es algo que afecta a todo el mundo, independientemente del modelo de gobierno; con la salvedad de que, donde priman las políticas sociales, hay mejores recursos para quienes la sufren.

“La violencia no es sólo matar al otro. Hay violencia cuando uno emplea una palabra agresiva, cuando hace un gesto de desprecio a una persona, cuando obedece porque tiene miedo…” (Jiddu Krishnamurti. Filósofo)

 "Parar la tierra" Viva Suecia

    (Artículo publicado en el número 1.205 del periódico Infolínea)

 

 

 

 

 

22 jun 2021

INFANCIA

                                         


Acaba por estos días un curso escolar diferente a cualquier otro conocido hasta ahora. Comenzó, como casi todo, sumido en la incertidumbre. El curso anterior se concluyó con clases virtuales, pero este que ahora se iniciaba ¿Cómo sería? ¿comenzarían las clases o no?, ¿Estarían los niños seguros? ¿Y los Maestros?. Cuando se decidió la asistencia a clase, nuevos protocolos, nuevas normas para alumnos y maestros y…sobrevolándolo todo, el miedo y la inseguridad. Este año tan extraño, también lo ha sido en el ambiente docente. Los niños son los que han ido incorporando con más naturalidad los cambios producidos fuera y dentro del colegio, para ellos ha sido un aprendizaje más.

Recuerdo cuando llegaba el último día de curso en mi infancia, las largas vacaciones de verano se abrían ante mi llenas de expectativas: juegos; siestas llenas con lecturas clandestinas de tebeos y libros; la vida en la calle con hermanos, amigos, vecinos. Cuando somos niños todo parece, y lo es, una nueva aventura que afrontamos llenos de curiosidad. En aquellos años la mayor parte de mi barrio eran solares sin edificar, lugares donde nuestra imaginación infantil construía mil y una historias.

Durante uno de esos largos veranos hubo una plaga de grillos en mi calle. Las noches pobladas de grillos se les hacían insoportables a los padres que no podían dormir entre el calor y el chirriar de los insectos. Una tarde, volvía a mi casa después de estar en casa de una amiga y me encontré a la chiquillería con las manos cargadas con botes de conserva, tarros de cristal, bolsas de papel… que corrían de un lado a otro, agitados y riéndose.

Al preguntarle por lo que hacían, me contaron que estaban cazando grillos porque una vecina les había dicho que en la farmacia los compraban para hacer jarabe y que te daban bastantes pesetas. Yo me eché a reír al ver el truco que había ideado la vecina para deshacerse de los molestos bichos, pero les dije que eso no era verdad (ellos ya estaban pensando ir esa tarde a llevárselos a Pepe el de la farmacia), que no se hace jarabe con los grillos. La pandilla de críos y crías que se habían juntado para recolectar me miraron entre enfadados y escépticos, querían creer más a la vecina que lo que yo les estaba diciendo. Me fui y los dejé con sus dudas.

Las dudas que podían tener, algún padre las despejó del todo. Luego me enteré de que, enfadados, vaciaron todos los botes de grillos por encima de la pared del patio de quien había tenido la idea. Esa noche en casa de la vecina no se apagaron las luces y los grillos y los alpargatazos para acabar con ellos fueron la banda sonora de aquella noche de verano. Esta anécdota aún nos hace sonreír al recordarla. Tengo muchos y buenos recuerdos de las vacaciones de verano de mi infancia, en un mundo tan diferente al que hoy vivimos.

En aquella época también había miedo, las madres echaban mano del “Tío Saín” y del “Hombre del saco” para que no nos saliésemos de los límites que nos marcaban. Estas dos figuras eran hombres que se llevaban a los niños metidos en un saco y no dejaban que se escapasen de ninguna manera para que no volviesen a ver a sus padres. Se contaban historias espeluznantes sobre lo que estos individuos hacían con los niños.  Muchas veces no todo es leyenda y existe una base de verdad, no en vano la mayor parte de los cuentos infantiles, tienen su origen en truculentas historias adultas.

Mi escrito de hoy va dedicado a todos los niños y niñas que disfrutan de su niñez y a quienes han visto sus pequeñas vidas truncadas. “En su cunita de tierra, la arrullará una campana. Mientras la lluvia le limpia, su carita en la mañana..” (Rin del angelito. Violeta Parra)

 

 "Rin del angelito" interpretado por Inti Illimani

   (Artículo publicado en el número 1.204 del periódico Infolínea)



16 jun 2021

EL MÉDICO DEL ODIO

                                                     


Esta semana comenzaré mi escrito con un chiste. Me parece que los chistes son una de las manifestaciones del lenguaje más interesantes (Freud las relacionaba con el inconsciente).

Hay un chiste muy popular que cuenta la conversación entre un paciente y el médico. “Paciente: doctor, odio a mis vecinos, odio a mis hijos, odio a mi mujer, odio a todo el mundo. Médico: muy bien y ¿por qué me cuenta a mí todo eso?. Paciente: Porque usted es el médico del odio. Médico: del oído, soy el médico del oído.

Los chistes muchas veces se basan en la confusión de palabras por similitud fonética para provocar una respuesta hilarante en quien escucha. En el caso del chiste al que me refiero sólo con fijarse en las palabras que provocan el equívoco: “odio” y “oído”, nos damos cuenta de que, a pesar de sonar casi igual, significan cosas distintas. Sin embargo, vamos a dar otra vuelta de tuerca, a lo mejor tienen más relación la una con la otra de lo que parece.

El odio es un sentimiento de rechazo o aversión, intenso, que se siente de manera casi irracional hacia otras personas, otras nacionalidades, otras ideologías etc. Ese sentimiento no se sabe muy bien de donde sale y se justifica con conductas o expresiones relativas al otro, que en muchas ocasiones tienen que ver más con nosotros que con él. Los seres humanos tenemos una tendencia infinita a equivocarnos y, cuando lo hacemos, muy rara vez vemos nuestra participación involuntaria en el desaguisado.

El oído tiene que ver con la escucha, con las palabras que se pueden utilizar de tantas maneras, sirven para entablar diálogos y llegar a acuerdos, para deshacer nudos, para entablar conversaciones amables en las que el odio se diluya como un azucarillo en una taza de café caliente.

Hay ocasiones, como en el chiste anterior, en las que enfermamos de “odio”, pero vamos al médico del “oído”, lo físico parece más fácil de solucionar que lo intangible.

La actual situación sociopolítica está impregnada de ese odio que se manifiesta de maneras diferentes: Cataluña/España. Sahara Occidental/Marruecos. Población autóctona /Migrantes. Machismo /Feminismo. Pro-vacunas/ Negacionistas. Rocío Carrasco/Antonio David… La lista podría llegar a ser interminable. Situados en posiciones de atrincheramiento en la que cada uno habla de “su libro” y no se ven signos que apunten a bajadas temporales de bandera que acerquen unas posturas y otras, que permitan hablar y escuchar, para utilizar las palabras y los gestos de forma constructiva.

Se nos llena la boca de términos como Justicia, Libertad, Igualdad, Derechos. Siempre hay en marcha mesas de diálogo o programas de televisión para debatir y solucionar tal o cual injusticia, hay cadenas informativas con eslóganes como el de “doce meses, doce causas”. Mucho aparece el odio, la acusación; casi nunca el oído, la escucha.

Doña Manuela Carmena, anterior alcaldesa de Madrid decía estas palabras en el acto donde recibió la llave de oro de la ciudad, con ellas se refería al terreno político pero muy bien podrían extenderse a todos los sectores, desde el núcleo social más pequeño. “Me gustaría pedirle a este patrono el milagro civil, no hoy sino siempre, de tener un debate distinto, un debate político en el que reine la obligación esencial que rige la democracia, escuchar al otro. Porque quizá el otro tenga algo muy importante que decir”

"La canción del odio" Nacha Guevara




  (Artículo publicado en el número 1.203 del periódico Infolínea)

 

 



9 jun 2021

EN PAUSA.


Hace unas semanas era la alcaldesa de Barcelona, doña Ada Colau, quien comunicaba su abandono casi total del uso de las redes sociales. Ahora ha sido la ministra de trabajo, doña Yolanda Díaz, quien ha puesto en conocimiento de todo el mundo que, por consejo médico, tenía que apartase de la vida pública ante el riesgo de quebrarse (colapsar) por el estrés.

Estas dos decisiones que pueden parecer banales me parecen de bastante importancia. Que dos figuras de relevancia hayan sido lo suficientemente valientes para decir que “todo no se puede” creo que es una buena señal.

Claro está que no solo sufren acoso mediático los políticos, estoy segura de que esto le ocurre a muchísima gente a niveles diferentes. Lo importante es saber salirse.

Que el estrés planea sobre la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, es una realidad, más aún ahora que vivimos un tiempo incierto. Lo importante es saber parar.

Esto no es fácil de hacer, a veces no sabemos parar. Consideramos una debilidad decir “no puedo”, (pasa mucho a las mujeres que en el afán igualitario parece que necesitamos demostrar lo fuertes que somos, asumiendo responsabilidades, las nuestras y las de otros, o acumulando tareas para no decir “yo no puedo más”).

Otras veces ocurre que, en el fondo, nos creemos imprescindibles, que sin nosotros las cosas no funcionarán. La mayoría de estas veces lo mejor para que todo vaya bien (sobre todo para uno mismo) es tomar distancias y ocupar otros lugares.  

Hubiera sido muy fácil para doña Yolanda dar cualquier otra razón, al fin y al cabo, es ministra y hemos visto a otros ministros decir cualquier cosa, sin embargo, ella ha tenido la fortaleza de mostrarnos su debilidad, de decirnos que hay que escuchar a nuestro cuerpo cuando este nos dice que es la hora de decir “hasta aquí”.

Nadie es imprescindible. La pandemia (de la que, por fin, estamos saliendo) y los muertos que ha dejado tras de sí, nos lo ha dejado bien clarito. Aprender a reconocer nuestra fragilidad, saber cuando cambiar de tercio, apoyarse en los demás cuando uno no de más de sí, saber pedir ayuda sin considerarlo un menoscabo de la fortaleza personal si no todo lo contrario; incorporar a nuestra vida cosas que nos ayuden a ser más fuertes y más humanos.

Lo flexible es mucho más difícil de romper que lo rígido y estático. Ya lo decía el Dúo Dinámico en esa canción que nos inundó hace un año “ser como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”. Lo rígido se quiebra con facilidad ¿Cuántas veces hemos visto, asombrados, como personas que parecían duras y fuertes, se han roto?. Creo que, en lo colectivo, está la salvación de todos nosotros. Ser flexibles, cooperar y llegar a acciones consensuadas con los demás para conseguir beneficios que, muy difícilmente, conseguiremos de forma individual.

Escuchaba, en una entrevista, a don Iñigo Errejón decir estas sabias palabras: “…eso de que basta con pensamiento positivo, actitud positiva y puedes todo lo que te propongas, en realidad es una fábrica de infelicidad. Claro que existen límites, se trata de superarlos colectivamente, pero tú por mucho que te lo propongas, leas autoayuda y salgas todos los días dispuesto a comerte el mundo, no puedes…..si no se les da a la gente medidas para superarlo, lo que fabricas es infelicidad. -Lo puedes tener todo, luego si no lo tienes algo habrás hecho mal- …”

Un amigo de Facebook me recordaba, a raíz de esto, las palabras de don Julio Anguita “El mayor logro del Capitalismo es hacernos creer que los pobres tenemos la culpa de serlo”

                                                    "Volar" El Kanka y Zenet


 (Artículo publicado en el número 1.202 del periódico Infolínea)

 

3 jun 2021

SI SE CALLASE EL RUIDO…

 


El domingo pasado llovió casi todo el día. Fue una lluvia reconfortante, pausada, envolvente que amortiguaba todo lo desagradable, su sonido actuaba como un velo que cubría la oleada de noticias que nos habían acompañado durante la semana. La lluvia nos acunó durante unas horas haciéndonos olvidar por un momento que afuera seguía la vigilia.

Desde hace meses he tomado una creo que sana costumbre, cada cierto tiempo dejo de seguir las noticias por unos días. Así consigo distanciarme de la actualidad y puedo verla con cierta perspectiva para no dejarme llevar de la vehemencia que está tan a la mano.  

En uno de esos días sin noticias un contacto de Whatsapp me preguntó si estaba viendo lo que pasaba en Ceuta, no, le contesté, e inmediatamente me puse a buscar en las redes y diarios digitales.

Me encontré algunas noticias que ya sabía: Palestina, de nuevo siendo el foco del odio y los intereses, Colombia batiendo récords de violencia y pandemia y, la noticia del día: los casi 6.000 migrantes (de ellos 1.500 menores) marroquíes que se echaron al mar utilizados como arma arrojadiza sobre nuestro gobierno. Acusaciones, violencia, racismo, odio. Ausencia de voces templadas y sensatas.

A los marroquíes que se echaron a la mar, tras la apertura de fronteras de su país, les pusieron autobuses que los llevaron hasta la frontera. Venían con las falsas promesas de que se iban a poder curar la diabetes, a los críos les dijeron que en Ceuta se jugaba un importante partido de fútbol y que podría conocer a su ídolo Cristiano Ronaldo. Salieron a nado dejando las clases vacías y a padres desolados que veían a través de las pantallas que sus hijos deambulaban por las calles de Ceuta. Hay padres reclamando a sus hijos y hay niños en completo desamparo que no son reclamados por nadie. Considero la utilización de menores, en cualquier enfrentamiento adulto, uno de los métodos más crueles.

Cada conflicto va acompañado de una fotografía que se vuelve icónica. En esta ocasión ha sido la de la voluntaria de Cruz Roja que consolaba con un abrazo a uno de los muchos migrantes que llegaron a Ceuta llenos de miedo y frío. Esta imagen ha desatado los ataques más inimaginables y deleznables que cualquier mente en su sano juicio pueda elaborar. ¿Este es el mundo que iba a salir mejorado de la terrible pandemia?. Un mundo que esperaba con ansia poder encontrarse y abrazarse y ha terminado lleno de resentimiento. ¿O el problema es el “color de los abrazos”?

Siento que los enfrentamientos, los insultos a los que estamos asistiendo son contagiosos. Es difícil escuchar debates calmados, sin personajes exaltados que pretenden tener razón utilizando los gritos y exabruptos. “Ruido de inquisidores, nos hablan de libertades. agrietando con sus gritos su barniz de tolerancia…”  (Ismael serrano)

A veces me da la impresión de que andamos en una etapa sin definir, en una tierra de nadie. La pandemia que todo lo puso patas arriba ha dejado todo descolocado, nos movemos por aguas embarradas en las que no hacemos pie y sólo escuchamos el run- run de palabras dichas desde artilugios mecánicos sin pararnos a discriminar entre el sonido y la furia.

“Si se callase el ruido, oirías la lluvia caer, limpiando la ciudad de espectros. Te oiría hablar en sueños y abriría las ventanas. Si se callase el ruido, quizás podríamos hablar y soplar sobre las heridas. Quizás entenderías que nos queda la esperanza…” (Ismael Serrano)

 

"Si se callase el ruido" Ismael Serrano.


(Artículo publicado en el número 1.201 del periódico Infolínea)