Aunque tópico, es inevitable, cuando acaba un año, echar atrás la mirada y hacer recuento. Quizás los años se empezaron a contar con ese fin, para poder poner limites al tiempo y dar una oportunidad a la reflexión. Y así, en nuestra cada vez más alocada manera de vivir, tener la obligación, queramos o no, de hacer un punto y aparte o un punto y seguido.
Es
con el paso de los años cuando una se va dando cuenta de la verdadera
importancia que tiene pasar de un año a otro y que no tiene mucho que ver con
las fiestas navideñas, aunque esté incluido en ellas.
Parece impensable un
mundo sin fechas ni coordenadas que nos ayuden a ordenar y delimitar nuestra
forma de vivir. Solo de imaginarlo nace un sentimiento de agobio y angustia.
A
veces creo que ahí está uno de los problemas importantes de nuestro tiempo, los
límites se diluyen cada vez con mas rapidez, incluso los temporales. La angustia se ha convertido en algo contemporáneo.
Y
no es nostalgia de otras épocas, es constatación de una realidad.
No
hace mucho, el invierno era época de recogimiento en el hogar, el día terminaba
pronto y también las labores en el campo y las fábricas (no había turnos de noche), los hombres llegaban pronto
a casa donde las largas noches invitaban a las charlas en familia o entre
vecinos alrededor de la estufa, de juegos de cartas en la mesa de camilla, de lecturas
bajo las mantas. Aun cuando llegó la televisión la programación terminaba
pronto y las casas quedaban en silencio mucho antes de la medianoche.
El
verano, por el contrario, se vivía en las calles, si hacia mucho sol, se buscaban
las sombras de los árboles, los emparrados de los patios o las zonas de las
casas donde el fresco se dejaba notar. Nada más amanecer, el bullicio llenaba
el pueblo, los hombres a su trabajo, las mujeres al suyo, los niños a ayudar y después
a jugar. Al ponerse el sol, el ambiente se relajaba, los vecinos y vecinas salían
a la calle a tomar el fresco y a conversar hasta bien entrada la noche, los críos
jugaban hasta caer rendidos. Cuando llegó la televisión muy pocos eran los que podían
comprársela, pero entonces, era habitual que, quienes disponían de una, la
sacasen a la calle para que todos los vecinos pudiesen disfrutar de ese
novedoso espectáculo. Se dormía poco en verano, es verdad, pero se vivía y se convivía.
No
sé si queda claro a donde quiero llegar, pero siento que ahora, en
invierno, las casas están vacías y silenciosas, cuando vuelven a ellas sus
habitantes, es, la mayoría de las veces, para dormir y poco más; vienen de
trabajos sin horarios, de actividades extraescolares que no son sino recursos
para tener a los críos entretenidos. Y siento que, en verano, las calles están vacías,
nadie soporta ya el calor y todos nos recogemos en lugares donde el frio
artificial nos provoca placer inmediato y, a la larga, algún que otro dolor.
Los
avances tecnológicos, tan importantes en campos como la medicina,
están borrando por otro lado los límites necesarios para los seres humanos pero
que estorban a una sociedad que necesita 24h al día, los 365 días del año producir
y consumir.
Hoy,
el último día del año, es posiblemente un ejemplo de esto, una jornada ajetreada
en la que casi todo el mundo tiene prisa, para llegar a tiempo a comprar sin
límite para cenar en exceso y brindar sin límite….
La
ultima noticia que me ha sorprendido en esta carrera de la que no conocemos donde
está la meta, es la nueva moda llamada “Speed watching”, se trata de ver las
series al 160% de velocidad para poder verlo “todo”.
"Danubio Azul" Johan Strauss