Leer un libro, la
mejor forma de evadirte, de protegerte, de trasladarte a otras realidades que te
lleven afuera de la propia realidad. Con la lectura puedes visitar otros
países, otras ciudades, otros pensamientos, otras culturas, otros discursos; conocer
la realidad de otras gentes, a veces literal, a veces fantástica, en cualquier
caso y a pesar de ser las palabras de otro, es tu interpretación de estas lo
que las hace valiosas para ti.
Cualquier libro tiene una
lectura diferente dependiendo de quien lo lea, es más, diría que un mismo libro
tiene lecturas diferentes para la misma persona dependiendo de las
circunstancias en que sea leído, es la magia de los libros.
Siendo adolescente, comenzaba
mi compromiso social, en ese tiempo en el que pensábamos que todo sería posible,
que cuando no hubiese censura y no tuviéramos que leer a escondidas los libros
prohibidos, todo el mundo leería y las bibliotecas inundarían los hogares.
Parece que ese día ya llegó,
se puede encontrar cualquier libro que se desee, en inmensas librerías físicas
y virtuales; desde el pensamiento de los clásicos a las ultimas novedades
editoriales. Ya no hay que esconderse para leer, sin embargo, quien lee sigue
formando parte de una minoría.
Las bibliotecas se visitan
poco y mucho me temo que pocos son los hogares que tienen la suya propia, más
allá de los textos escolares de los hijos o alguna colección de bonitos lomos.
A pesar de las facilidades no
es tiempo de libros. Es el tiempo de la imagen, de
realidades tras un plasma, es tiempo de realities.
El ojo de Gran hermano es hoy
en día un ojo múltiple que en vez de mirarnos sirve para que todos miremos a
través de él, más allá de esa mirada está una realidad construida para ser
consumida en grandes dosis. Diversos informativos cortados
por la misma tijera, escasos programas culturales versus abundantes programas
de cotilleo y, los reyes de la audiencia, los talent-show y los reality-show, moviendo
cifras millonarias.
“Famosos” que ofrecen espectáculo desde enormes cocinas, derrochando ingentes cantidades de alimentos, la mayoría muy caros, en un programa que pagamos entre todos.
Chicos jóvenes, encerrados en
una academia musical, vigilada por cámaras, que para cantar con sentimiento han
de pasar por un “entrenamiento” que les permita mostrar las emociones que aun
no tuvieron la ocasión de experimentar en su corta vida.
Y, el que se lleva la palma en
audiencia, el gran hermano de la telerrealidad, en el que un grupo de personas
conviven y se exhiben dentro de un recinto cerrado lleno de miradas desde el
exterior.
Todos estos programas los he
visto alguna vez, soy curiosa por naturaleza y me gusta saber lo que diariamente ven millones de personas que inundan con sus opiniones las redes
sociales.
Las diferentes cadenas han ido cambiando
año tras año, adaptándose, poniéndose al servicio de todo aquello que genera
audiencia y por lo tanto dinero para la empresa, perdiendo con ello los pocos
códigos éticos y de conducta que en sus inicios tenían.
Audiencias millonarias, se
rinden a los pies de realidades falseadas e interpretadas por otros, que dejan
poco margen a una lectura propia, el espectador sólo puede elegir el sofá, el
mando a distancia y qué engullirá por la boca mientras se atiborra de imágenes
por los ojos, el mínimo esfuerzo para ver la realidad tras la pantalla.
En tiempos de realities donde
unos exponen sus vidas y otros las miran con curiosidad de voyeur, sigo
reivindicando visitar las pequeñas librerías, protegerse tras un libro,
disfrutar de su olor, que el placer de una lectura te lleve a otra lectura, a otra historia,
a indagar en otros relatos que te ayuden a entender el tuyo propio.
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