Últimamente recuerdo, a menudo, cosas de otros tiempos y las comparo con las actuales. Será la edad o aquello que decía Jorge Manrique de que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero no lo creo, no soy persona que me niegue a los avances ni al progreso y pienso que hay tiempos pasados que fueron infinitamente peores.
Aunque si que hay algunas cosas que han cambiado,
y me cuesta entender, una de ellas es la relación de las personas con los animales, sobre
todo con los de compañía. Esto se ha convertido en un tema peliagudo, cuando
sale en una conversación, que hay que tratar con delicadeza extrema.
Empezaré diciendo que no soy de
tener animales en casa, quizás si viviese en una casa con patio o jardín si los
tendría, de hecho, durante un tiempo fue así, pero no creo que un piso sea el
lugar adecuado para ellos. Me parece mal que se utilicen como juguetes de niños/adultos
caprichosos, para ser abandonados cuando el capricho pasa. También soy
contraria a cualquier tipo de maltrato animal, creo que quien maltrata a un
animal es una persona cruel. Por otra parte, nunca he sido capaz de matar, ni
siquiera alguno de los que forman parte de nuestra cultura gastronómica.
Se dice que la domesticación de
perros y gatos comenzó cuando el ser humano se dio cuenta de que necesitaba
establecer lazos con la naturaleza para su propia supervivencia. Pero creo que,
como muchas otras cosas, el tema de los animales se nos está yendo de las
manos.
Desde donde alcanza mi memoria,
los animales domésticos, han tenido una relación natural de convivencia con las
personas, bien como animales de compañía o como ayuda en algunas labores
del campo. Antes las puertas de las casas estaban casi siempre abiertas y tenían pequeños
huecos en ellas (gateras) para que entraran y salieran sin problemas, cuando estaban cerradas; la
convivencia con los perros y los gatos era algo habitual.
Los gatos cazaban ratones y pájaros,
se purgaban con hierbas. Los perros comían las sobras de la comida familiar, cazaban
o guardaban la casa; perros y gatos dormían en el patio que casi todas las
casas tenían, cuando no dormían en la calle porque sus celos les hacían rondar
a los animales vecinos. En las calles había gatos y perros, (cosa inimaginable
en la actual era del “pipican” y de los parques especiales para ellos).
Comprendo que hay mucha gente que
se siente sola y proyecta esa soledad en sus mascotas, sintiéndose complacidos
con un ser vivo que responde a sus demandas, que nunca defrauda ante las mismas,
que se deja cuidar y pasear. Pero otorgarles adjetivos como leal, cariñoso,
amoroso, amistoso, etc… me parece excesivo.
Estamos asistiendo
al fenómeno, a mi parecer, disparatado, de atribuirle a los animales
características, necesidades, y hasta emociones, propias del ser humano. Para
ello, los vestimos, los bañamos y perfumamos, los adornamos con abalorios, los
llevamos a la peluquería canina, los alimentamos con sofisticadas comidas,
incluso hay terapeutas para el estrés animal.
Si en un principio se adiestró a
los animales para la convivencia y relación con el hombre, ahora se utilizan
como sustitutos de las personas. Pero un animal no puede ser nunca un amigo ni
un compañero, no confundamos.
Cuando imponemos a los animales
necesidades propias del ser humano porque imaginamos que también son suyas, les
estamos desproveyendo de su naturaleza y de su capacidad de sobrevivir. Creo que,
por respeto a los animales, deberíamos dejarles vivir como tales, y, de paso, podríamos
emplearnos en ir recuperando , por la parte que nos toca, la humanidad que se nos escapa.
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