El enorme patio sombreado por los
jazmineros y las parras, el calor y un barreño de cinc con dos palmos de agua,
alrededor del cual jugábamos durante horas, entrando y saliendo de él,
mojándonos, haciendo flotar flores que cogíamos de las macetas de mi abuela.
Este es uno de mis primeros recuerdos veraniegos, aún recuerdo el olor de aquel
ambiente, una mezcla de tierra caliente y agua.
Mientras, las mujeres de la casa,
se afanaban en los quehaceres diarios. Ir por agua a la fuente era uno de
ellos. No se iba todos los días porque las enormes tinajas tenían capacidad
suficiente para abastecer a la familia casi una semana. Ir a la fuente era una
tarea femenina. El agua se traía de la fuente en carretones donde cabían dos
cántaros, había que echar muchos viajes cuando tocaba llenar las tinajas. A mí
me llamaban más la atención las mujeres que sostenían el cántaro en la cabeza,
con destreza y naturalidad.
Lavar la ropa también era tarea
de las mujeres. Hasta que el agua corriente llegó a las casas, se lavaba en el patio, en
la pila, usando un poco de agua para remojar las prendas y restregarlas con jabón
de sosa, después en un barreño aparte se aclaraba toda la colada. Las mujeres
también iban al lavador, sobre todo para las prendas más grandes como las
sábanas que en casa era más difícil. El lavador consistía en una zona
comunitaria que disponía de agua en abundancia y enormes piedras donde poder
restregar la ropa. Este lugar, al igual que las fuentes, se convertía en un
espacio donde las mujeres aprovechaban para hablar, muchas iban con sus críos
que disfrutaban del agua y los juegos mientras las madres lavaban. El calor del
verano intensificaba los olores y colores que vestían este entorno: el olor a
jabón, el color del azulete (con el que se daba luminosidad a las prendas
blancas) y el olor a la ropa recién lavada.
El agua era un bien muy preciado ¡era
tan laborioso conseguirla! Se usaba con cuidado al cocinar y al fregar los
platos, tareas estas que también recaían en las figuras femeninas. Los suelos
se fregaban una vez a la semana, arrodilladas y pasando una bayeta que iban
mojando en un cubo con agua, no recuerdo qué jabón se usaba en este menester
pero si recuerdo que todo quedaba como un espejo.
La higiene personal era escasa,
por lo general consistía en un baño semanal, a los niños se le lavaba en un
barreño, si era verano en el patio, si no, en la cocina. Los cuartos de aseo no
existían como tales, tan sólo estaban los retretes que se limitaban a espacios
muy reducidos, ubicados en los patios. Cuando llovía, que no era con frecuencia,
los patios se llenaban de cubos y barreños donde se recogía el agua de lluvia,
se decía que esta hacía crecer el pelo. El agua, en el hogar, era administrada
y utilizada por las mujeres y la mesura femenina conseguía que fuese bien
repartida.
El agua que, a pesar de ser
masculino, suena a femenino cada vez que se utiliza, sobre todo en una, cuando
la mujer “rompe aguas”, aquí el agua se convierte en principio de vida más que nunca.
Os recomiendo, para terminar, dos películas: “El agua” de Elena López Riera
(Filmin) y “La fuente de las mujeres” de Radu Mihaileanu (Prime)
" El agua"
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