En los años de mi infancia no nos
hacíamos muchas fotos, quizás por eso las de aquellos años tienen un valor
distinto. Casi nadie tenía máquina de retratar y se recurría a profesionales
para que plasmasen en una cartulina las imágenes en blanco y negro de los
eventos más importantes de la vida. Por aquel entonces no se les llamaba fotos,
eran retratos, y el profesional que nos las hacía era el retratista. A mi me
parece un nombre muy apropiado, retrato tiene más que ve con el retrato en la
pintura, era algo único y especial, llevaba su tiempo, la mayoría de las
personas se vestían con sus mejores galas para esa ocasión especial.
Al retratista se le llamaba para
las ocasiones familiares importantes, otras veces se hacían fotos de estudio
que daban mas realce al evento. En las fiestas como Semana Santa, se veía a
estos profesionales entre la gente para hacer fotos de familias o grupos de
amigos que se lo pedían.
Recuerdo en especial al fotógrafo
del parque, que cada fin de semana lo podías encontrar si querías hacerte una
foto con tu pandilla de amigos en el quiosco del Lolo, o alguna más artística
en otro rincón cualquiera. Creo que no habrá una casa en Alhama que no tenga
fotos hechas por este señor.
El boom de los móviles con cámara
incorporada llegó bastantes años después y llegó para cambiar, de forma
drástica, la importancia de plasmar un momento concreto de la vida.
La vida de antes cabía en un
álbum de fotos o dos. Ahora hay quien necesitaría un álbum a la semana.
Durante la semana pasada que, a
pesar de su nombre, no ha tenido nada de “santa”. Las redes sociales se han
llenado de fotos, de miles de fotos. Parece que todos tenemos la necesidad de
que se sepa donde hemos estado, aunque eso signifique descubrir que no se está
cumpliendo la ley.
Hemos visto a deportistas,
influencers, miembros de la realeza, artistas etc. Colgando fotos que
demostraban que se habían saltado los limites perimetrales dictados por la
pandemia. Grupos de jóvenes y menos jóvenes, en terrazas abarrotadas, con las mascarillas
en el bolsillo, en el cuello o en la frente. Fotos artificiosas que muestran
una cara y nos dejan adivinar la contraria.
Donde ha quedado el instinto de
supervivencia, ese que dicen que tenemos para superar agresiones y dificultades
con el fin de que la especie sobreviva. Creo que a este le supera la necesidad
de exhibirse, aunque esto vaya en perjuicio de la propia salud y la de los
demás. Alardeando de lo que, en algunos casos, podrían ser considerados
delitos.
Entre toda esta avalancha de fotos
que han aparecido en los medios hay una que para mí refleja lo incongruente de
las situaciones que se están viviendo.
La foto en cuestión la hizo una
neumóloga catalana que trabaja en la planta COVID del Hospital del Mar. En ella
se ve, a través de las ventanas de la planta donde están ingresados los
enfermos de Coronavirus, grupos de personas, en la playa, haciendo botellón sin
ninguna medida de seguridad. La sanitaria colgó esta foto en Twitter y la llamó
“Paradoja de un viernes por la noche: ver botellones desde la planta COVID”
Hay fotos, como esta, que son una
denuncia y una protesta. Las otras miles de millones son, en su mayoría, retratos
que, como los de Goya, muestran una fealdad que permanece a pesar de Photoshop.
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