He de reconocer que, en muchos
momentos, de esta larga y a veces angustiosa etapa, me ha atraído la idea de
negar la evidencia. Por eso, en cierto modo, entiendo a los negacionistas.
Hay días que transcurren
normalmente y hay otros en los que, cuando salgo a la calle, me siento fuera de
lugar. Me cuesta acostumbrarme a los cambios: ir con mascarilla y ver a los
demás con ella; hacer cola para ir al médico, al banco, a la panadería, a la
librería…; Ver por todos lados mensajes de advertencia para protegernos del
virus; Las puertas de los colegios cubiertas de carteles sobre como guardar los
protocolos de prevención. En esos desubicados días parece que toda esta nueva
realidad salta a los ojos y dan ganas de no verla.
Es un pensamiento muy goloso dejarse
llevar por la creencia de que todo lo que está pasando no es verdad, que el
virus no existe y que son los poderes, más o menos conocidos, quienes están
creando todo esto, para someternos y manipularnos. Esta creencia, por un lado,
nos produce rabia que utilizamos como autodefensa cuando tenemos que
enfrentarnos a la realidad y por otro nos hace sentir que somos diferentes,
incluso superiores, a quienes obedecen las normas.
Negar que existe una pandemia no
es sino negar lo que se teme: el contagio, la muerte, el cambio del mundo
conocido por otro en el que nos sentimos extraños. Esto lleva a mucha gente a
cometer actos imprudentes como manifestarse, sin mascarilla y sin distancia,
pidiendo Libertad o saltarse las normas en botellones y fiestas clandestinas. Creo
que es la manera que tienen de decir “estamos aterrados”.
El negacionismo está muy cercano
al pánico irracional, alimentado de creencias que no permiten la más mínima
duda “NO existe el virus” “o NO pasa nada”. Esto es perjudicial porque, aunque
momentáneamente te liberes de la angustia, ahí siguen estando los millones de
infectados y de muertos en todo el mundo, eso no hay como taparlo.
Por otro lado, es muy peligroso. Esta
forma de pensar se ha convertido en terreno abonado para ideologías extremistas
que, aprovechando ese malestar que todos sentimos en mayor o menor medida, nos
quieren vender la solución más rápida y satisfactoria: señalar a un culpable
(el gobierno) e intentar desestabilizar el país en unos momentos en los que
todos deberíamos de actuar como una piña. (Alguien me decía hace unos días, hablando de
la Covid 19: “y lo peor de esto es que, a ver a quien le echas la culpa”).
Los partidos de extrema derecha
han descubierto un filón, donde captar adeptos, entre estas personas que forman
parte de los movimientos negacionistas. Como ejemplo, por todos conocido,
tenemos al expresidente de EE. UU. Donald Trump. Que no sólo se permite negar
la pandemia si no que la ha utilizado para hacer campaña electoral,
postulándose como un “Superman”. En el panorama nacional tenemos nuestros propios
“superhéroes”, os dejo que saquéis vuestras propias conclusiones.
Hay que ser lo suficientemente
valientes y honestos con nosotros mismos para reconocer que sentimos miedo.
Miedo ante una pandemia desconocida, anárquica e imprevisible que se extiende
por todo el mundo.
Sentimos miedo porque tenemos
ganas de vivir, por ello nos cuidamos y nos protegemos. Nos ponemos
mascarillas, nos guardamos los abrazos y mantenemos las distancias a la espera
de que esto pase (que pasará) y podamos reencontrarnos con los afectos que
ahora mantenemos alejados.
(articulo publicado en el número 1.176 del periódico Infolínea)
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