28 mar 2016

COCINA, TRADICIÓN Y EVOLUCIÓN


La aparición del fuego en la vida del hombre supuso un punto de inflexión que dispararía su evolución de muy distintas formas. El fuego permitió cocer los alimentos, esto facilitaba la digestión y los nutrientes se asimilaban mejor lo que influyó en la modificación del cerebro consiguiendo un aumento de la memoria a largo plazo y la capacidad de solucionar problemas; por otra parte, la vida no se acababa con el fin del día, la noche se convirtió en un apartado social en el que, alrededor del fuego, se ampliaba la comunicación entre las personas y por consiguiente el lenguaje. Considero que cocinar los alimentos es una de las pocas cosas que nos diferencian a los seres humanos de los animales.
Empecé a cocinar siendo casi una niña, al ser la hermana mayor de una familia en la que la madre trabajaba hizo que pronto me arrimara a los fogones, pero lo que más me gustaba era hacer comidas diferentes, tener el horno de pan del negocio familiar facilitó muchos de los experimentos en los que participábamos todos los hermanos. Cuando llegó a casa el primer frigorífico con congelador las posibilidades se multiplicaron, en verano hacíamos helado de casi todo.
Ordenando papeles acabo de encontrar la primera receta que aprendí fuera del ámbito familiar, fue en unos cursos que se impartían,para chicas, en la Agencia de Extensión Agraria, en ellos se aprendía protocolo, cocina y demás, yo tenía entonces 12 o 13 años, mi profesora se llamaba Pepa y era hija de uno de los barberos del pueblo,(con el tiempo y por azares de la vida mi profesión acabo siendo la de cocinera, pero en aquellos tiempos ni se me pasaba por la cabeza), la receta es de una tarta de chocolate, no tan sofisticada como las de ahora, pero estaba muy rica y la hice muchas veces.
 
Durante la recién acabada semana santa, he escuchado mucho la palabra comida, relacionada unas veces con costumbres, como comer torrijas o arroz con leche por esta época, otras veces relacionadas con lo que podríamos llamar “ritos religiosos” como hacer en casa el potaje de vigilia, o el guiso de patatas con bacalao, para no comer carne según qué días. Son costumbres de arraigo católico pero que casi nadie sabe por qué se hacen
Esto me ha llevado a recordar tantas costumbres y tradiciones que por perniciosas y retrógradas para las personas se han ido eliminando y han dejado de serlo, desde el “derecho de pernada”, “la ley de Talión” o aquello de dar a los niños un vaso de vino dulce para abrir el apetito.
 
Hay dos películas basadas en sendas novelas que tienen mucho que ver con la cocina, las tradiciones arcaicas y el chocolate.

La primera es “Como agua para chocolate” que trata de una injusta costumbre para las mujeres en México, la más pequeña de las hijas de cualquier familia no podía casarse, tenía que quedarse a cuidar de los padres.

La otra es “Chocolat” en ella se habla de un pueblo en el que sus gobernantes fundamentalistas/católicos reaccionan irracionalmente ante la llegada de un soplo de libertad en época de cuaresma.
 En ambas las ganas de ser libre se sobreponen a la intransigencia y los convencionalismos.
Cuando escucho, en pleno siglo XXI, que se acatan, como inamovibles e incuestionables, según qué costumbres/tradiciones siento un poco de tristeza al ver lo fácilmente que olvidamos y nos acomodamos, lo que nos cuesta pararnos a pensar y seguir avanzando. Para crecer y evolucionar como hombres y mujeres es preciso soltarse de la oscuridad que nos sigue encadenando a la caverna donde aún no había llegado la luz del fuego.

 

 

 


20 mar 2016

SOLO LE PIDO A DIOS (a cualquier dios)


“En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color, del cristal con que se mira”.
Soy una lectora bastante heterogénea, pero desde niña he tenido debilidad por las novelas de misterio y la novela negra. Desde las aventuras de Los cinco y las de los Siete Secretos a las clasistas novelas de Agatha Christie y Conan Doyle, o las más sociales de Dashiel Hammet y Raymond Chandler.
Estas novelas, que algunos consideran un subgénero literario, me gustan para leer cuando hace calor. Hace unos cuantos veranos empezó a ponerse de moda la novela negra sueca, a raíz de la conocida “Los hombres que no amaban a las mujeres”. He de decir que durante ese verano y algunos más, he leído unas cuantas de esta nueva "corriente literaria".
Captaron mi interés desde la primera que leí, las historias, ambientadas en Escandinavia, eran totalmente diferentes; después de la campiña inglesa de miss Marple, el oscuro Londres de Sherlock Holmes o el glamour y los hombres duros del crimen organizado, la novela negra escandinava era otra cosa; modos de vida desconocidos, marcados por el clima y por una historia totalmente ajena.

Una de esas historias, se situaba en una tierra helada, donde la luz y la oscuridad se alternaban tras largos periodos de tiempo y en la que las auroras boreales eran un fenómeno casi normal, la gente vivía en, acondicionadas, casas de madera donde comían arenques ahumados y carne de reno con mermelada de arándanos, y donde los policías tomaban café con bollos de canela. La acción transcurre en una sociedad bastante religiosa, con diferentes creencias de origen luterano, de echo la trama tiene mucho que ver con lo religioso.
En el transcurso de la misma ocurría algo que me chocó muchísimo: desde un principio y sin motivo aparente, quienes son señalados como sospechosos eran los integrantes de una comunidad católica que acababa de instalarse en el pueblo, se referían a ellos como si fuesen una secta fundamentalista, intransigente y retrograda de la que había que mantenerse alejado.
Para mí fue como ver nuestra imagen en el espejo, vi lo inverso de nuestra sociedad, enraizada en el catolicismo y fui consciente de que lo “normal” no existe
 
La necesidad de creer en algo es inherente a la condición humana, desde el principio de los tiempos en los que se veneraba al Sol, a la Luna o la lluvia porque eran fenómenos que escapaban al entendimiento.

El Hombre, es el animal más frágil, necesita creer para sostenerse, necesita un objetivo, una finalidad, necesita saber que vive por algo y para algo. Esa necesidad está presente en quienes eligen como motor de sus vidas la lucha diaria por el ser humano y sus derechos: la Igualdad, la Tolerancia, el Respeto, la Libertad o la Solidaridad; pero también es campo fértil para creencias y religiones.
 
Las creencias religiosas de cada cual forman parte del ámbito privado e íntimo, en él es donde se deberían practicar y transmitir, ya que vivimos en un estado laico. Las creencias en valores y respeto a los DDHH, sin embargo, abarcan todo el espectro público y social, al que pertenecemos todos los seres humanos, independientemente de la particular elección por uno o ningún dios.

Las creencias que se vuelven costumbres no se cuestionan y al pasar del ámbito privado al público, se “normalizan”.

Todo esto me da vueltas en la cabeza después de ver como es condenada por un juez  una política que, al parecer, se comportó de forma irrespetuosa en un ámbito religioso/privado que, a su vez, estaba dentro de un centro educativo/público o cuando se siguen sufragando actos religiosos/privados con el dinero de la administración pública de un país, supuestamente, laico.

Mientras, lloramos en público, ante imágenes, de mentira, de una madre sufriendo por su hijo muerto, a la vez que consentimos y ocultamos lo que está pasando con madres y padres, de verdad, que lloran por sus hijos, de verdad, porque están muriendo, de verdad, mientras buscan refugio.

Antonio Flores y Ana Belén "Solo le pido a Dios"
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.

que lo injusto no me sea indiferente,
que no me abofeteen la otra mejilla
después que una garra me arañó  de esta suerte.

que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

que el engaño no me sea indiferente
si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.

que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.

15 mar 2016

ARROJAR LA CARA IMPORTA, QUE EL ESPEJO NO HAY POR QUÉ





La palabra externalizar no se incluyó en el diccionario de la RAE hasta su 30ª edición, a finales de 2014 (junto a otras como, por ejemplo: feminicidio, botox, o mileurista). En ese momento se consideró que ya formaba parte, y de qué manera, de nuestro hablar cotidiano.
 


 
Siempre que había escuchado esta palabra, tenía que ver con esas empresas a donde iban a parar los servicios públicos, para que la Administración, (en teoría), se ahorrase dinero. Así durante la época de las “vacas gordas” hemos ido viendo como casi todos los servicios que prestaban los ayuntamientos, por poner un ejemplo, han acabado gestionados por empresas privadas. Cuando la empresa en cuestión tiene ganancias, estas son de la empresa. Si, por el contrario, no ganan dinero, esto repercute en la calidad de sus servicios.
En su acepción psicológica, se refiere a cuando responsabilizamos a otro de nuestras cosas, cuando otorgamos a otro el origen de un sentimiento nuestro, para sentirnos libres de culpa y más tranquilos.

En ambos casos, planea otra palabra: irresponsabilidad

Ando dándole vueltas a todo esto, no por casualidad si no por “causalidad”.
La dichosa "palabrica", no para de mal-sonar estos días, relacionada con los refugiados sirios, con Europa, con Turquía.
Se dice que Europa ha externalizado el problema de los refugiados, es decir ha hecho dejación de funciones, ha dejado de ser la madre Europa y en vez de dar cobijo, ha vendido su responsabilidad por treinta monedas.
Me vienen a la memoria unos versos de Quevedo que don Manuel de Unamuno utilizaba en uno de sus escritos para referirse a la situación de España tras la pérdida de las colonias, y a la ola de lamentaciones que se escuchaban por doquier.
“Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué”
Nuestra Europa está haciendo lo contrario, arrojar el espejo, esconder esa imagen, porque le molesta, sin hacer nada por cambiarla y evitando, de esa manera, ver su horrible, nuestro horrible, reflejo.


 


4 mar 2016

LA SEÑORA MARCELINA, “La Tía De Las Hierbas”


RECORDANDO A OTRAS MUJERES EN EL 8 DE MARZO.

 
La vida de las mujeres, en los pueblos, en los años 50/60, al igual que la de todos los españoles, no era fácil, pero la de ellas era un poco más complicada.

En Alhama, la mayoría de las calles en los barrios eran de tierra, no había alumbrado público. Cada casa tenía una bombilla encima de la puerta principal, que se encendía al hacerse de noche y que se apagaba cuando el último en recogerse, generalmente el padre o el hijo mayor, cerraba la puerta.
Por aquel entonces el ámbito público era mayoritariamente masculino, de las puertas para adentro comenzaba el mundo femenino: labores de la casa, pero también creencias, supersticiones, angustia y supervivencia.

Años oscuros y de absoluta falta de derechos. No olvidemos que, las mujeres, aún estaban incapacitadas para hacer cualquier compra o transacción económica; si trabajaban, su sueldo lo podía cobrar su marido, no podían separarse; sí podían ser abandonadas, sin ningún derecho, por sus parejas lo que jocosamente se denominaba el “ahí te quedas”, si enviudaban y tenían un hijo varón este pasaba a ser el cabeza de familia.

En este contexto social, vivía en nuestro pueblo una mujer, poco convencional, que se convirtió en una “aliada” del mundo femenino fue una mezcla de confidente, psicóloga y curandera que les ayudaba en esa soledad que muy pocas veces podían compartir.

Era la señora Marcelina, o como la llamaba todo el mundo, de forma familiar, “la tía de las hierbas”.
Doña Marcelina era una mujer peculiar, su figura se reconocía a la legua. En mi memoria la recuerdo, ataviada con una falda larga, pañuelo a la cabeza y un delantal “milagroso” del que podía sacar cualquier remedio.

Quien la necesitaba se acercaba a su casa para confiarle sus problemas y cuentan que tenía una mesa inmensa, llena de bolsas y recipientes con toda clase de hierbas. Si tenías “tristeza”, (entonces no se conocía la palabra depresión), dolores de cualquier tipo, si los hijos no tenían ganas de comer, si el marido tenia piedra en el riñón…para todo tenía la solución. Sus hábiles manos rebuscaban hasta dar con el remedio adecuado. Incluso llegó a sanar a mujeres que los médicos habían dado como caso perdido (histeria, como diagnosticaban despectivamente, a todo lo relacionado con el desconocido mundo femenino).
Muchas veces visitaba a las mujeres amigas, sin motivo alguno, sólo para saludar y charlar un rato. Yo asistí a alguna de esas visitas desde lejos, a las niñas no se nos permitía estar presentes en las conversaciones de los adultos (costumbre muy sana y que por desgracia se ha perdido). A mí esta mujer me fascinaba, se me antojaba un personaje salido de una novela de Dickens.

Las vecinas hablaban de ella, entre susurros, en aquellos tiempos todo lo que tenía importancia se hablaba entre susurros, unas veces por miedo, otras por cautela.
Con los años he ido conociendo algo más de ella, he preguntado a familiares y vecinos, pero poco es lo que se sabe. Vivía sola, no tenía parientes conocidos y entre la “gente bien” estaba mal considerada porque solía “sacar de apuros” a mujeres solteras o madres con lo justo para dar de comer a los hijos que tenían. También cuentan que visitaba los burdeles y ayudaba a las mujeres que allí trabajaban, cuando se veían en una situación “delicada”.

Mujeres como Doña Marcelina, mujeres sabias que ayudaban a mujeres y que son recordadas solamente por quienes recibieron su ayuda. Mujeres proscritas que nunca formaron parte de ningún libro de mujeres alhameñas, porque eligieron ayudar a esa parte de la sociedad alhameña que nadie quería ver.