17 jun 2016

AQUELLOS VERANOS EN LOS QUE TODO ERA CIERTO


 













Cuando acababa la escuela, se presentaba ante mí un inmenso espacio de tiempo que emplearía en hacer todo lo que me gustaba. El ultimo día de clase, en cuanto salía del colegio, me iba a casa de mis abuelos, era allí donde pasaría mis vacaciones.
Un año tras otro se sucedían las mismas cosas, las mismas rutinas que comenzaba a saborear mucho antes de que ocurrieran: los desayunos con el pan recién hecho, mojado en aceite de oliva y espolvoreado con azúcar; las comidas, a la misma hora, cada uno en su sitio; las lecturas en el silencio de la siesta; las meriendas bajo el emparrado del patio; los polos de limón del carrito del Chambi; tomar el fresco mientras veía Estudio 1 o Historias para no dormir. Veranos deliciosos e interminables, de los que disfrutaba cada momento, en los que la sensación de placidez se hacía extensiva a todo lo que me rodeaba.
 
Siempre estaré agradecida a quienes me regalaron mis veranos infantiles, que supieron mantenerme al margen de la dura realidad, que entonces se vivía, alejada del miedo, de la angustia, de la incertidumbre, porque con ello hicieron que fuese una niña feliz.
Luego llegaron otros veranos y lo cierto se tornó incierto. Estos veranos eran cada vez más cortos, y sólo recuerdo los días de lluvia, donde vislumbraba que crecer significaba preguntar cada vez más y saber cada vez menos. Así, inversamente proporcional a mi aprendizaje era mi desconocimiento, cuanto más creía saber más se encargaba la vida de demostrarme que andaba errada, aprendí a manejarme en el caos y a construir a partir del mismo.
En el caótico verano que ahora empieza, nada me recuerda a aquellos de mi infancia, nada parece estar en su sitio y quienes creen estar en su sitio no deberían estarlo.
Pero claro, ahora también veo lo que entonces no veía: que es importante lo que se dice y no lo que se grita; que es más fuerte quien acaricia que quien golpea; que es más poderoso quien manda en sí mismo que quien manda en los demás; que no hay mayor fanático que quien no tiene ideas en las que sustentarse ni nadie más débil que un tirano; que lo flexible tarda más en romperse que lo rígido y que la incertidumbre es indispensable para crear algo nuevo.
 
"Saber que se puede, querer que se pueda
Quitarse los miedos sacarlos afuera
Pintarse la cara color esperanza
Entrar al futuro con el corazón"

 
En un verano, plagado de incertidumbres, comparto estas palabras: “en tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza, junto a otros” (Enrique Pichon-Riviére)

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