Alguna vez he comentado mis
gustos por la variada cultura de los países de América del Sur, sus escritores,
su historia, pintores, gastronomía, música, creencias, y, como no, las
telenovelas (ahora se llaman series).
Últimamente estoy enfrascada en
el mundo de las telenovelas colombianas. He de confesar que no conocía mucho de
las series de este país. Cuando el boom de “Narcos” no me atrajo en absoluto.
De Colombia mis referentes artísticos eran: García Márquez, Juanes, Carlos
Vives; nada más…y nada menos.
Hace unos meses leí que Mercedes
Milá estaba viendo una serie llamada “Café con aroma de mujer” y que estaba
fascinada tanto por uno de los protagonistas como por el relato situado en el
llamado “eje cafetero” de aquel país. (Hace años ya televisaron una serie
llamada así, pero esta es una versión actualizada). Comencé a verla y me gustó,
no me parecía la típica telenovela, aunque tenía todos los tópicos también
aparecían ingredientes de carácter social que despertaron mi interés y ayudaron
al distanciamiento de la realidad cercana que, por esos días, era bastante
difícil. La acabé pronto, llenó casi por completo mis noches de insomnio y de
duelo.
A partir de ahí, la plataforma en
la que estaba publicada dicha novela comenzó a enviarme sugerencias “porque has
visto …” Y así cada vez me aparecía recomendada una serie colombiana. Ninguna
me atraía, en todas aparecían las palabras “narcotráfico” “cartel” “corrupción”
“violencia” “mafia” … Hasta que hubo una que llamó mi atención “El Cartel de
los Sapos: el origen” que cuenta la historia de los hermanos Villegas, también
llamados los caballeros de Cali. Cuando empiezo una serie le doy dos o tres capítulos
de margen, si no me gusta dejo de verla.
Esta me enganchó: el ambiente
familiar, la normalidad, las maneras diferentes de vivir, las relaciones entre
hermanos, el papel de las mujeres etc. Conforme avanza la historia, que se
sitúa en los inicios del narcotráfico, vas entendiendo como y porqué de algunas
cosas. Aparecen organizaciones estadounidenses como la DEA (que nunca había
oído ni nombrar). Las tramas políticas y judiciales, los periodistas corruptos,
el cartel de Cali, el cartel de Medellín y aprendí que allí la palabra “cocina”
tiene un significado muy diferente. Es la historia de una sociedad en la que
todo tenía un precio, menos la vida de las personas que valía menos que nada.
Paralelamente a los días en que
mis horas de desconexión se iban a Colombia, fueron las elecciones allí. No
pude evitar seguirlas con atención para comprobar que la vida política y social
sigue controlada por los que no tienen interés en que las cosas cambien. Ya
había amenazas de muerte para algunos de los posibles ganadores que
representaban una nueva política.
El pasado domingo, en una conversación
por WhatsApp, alguien me dijo: “¿te has enterado de lo de Ferreras?, échale un
ojo a Twitter” yo que llevaba tres días sin ver noticias ni siquiera por
internet, me conecté a ver que estaba pasando. Después de unos minutos, no
sabía si las noticias y audios que aparecían estaban hablando de España o eran
los trailers de una nueva serie colombiana de Netflix.
(Artículo publicado en el número 1.254 del periódico Infolínea)
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