Desde semanas antes de que se
declarase el estado de alarma por Covid no había vuelto a viajar en tren. Hace
quince días volví a hacerlo. Salí de Alhama con destino a Madrid en un tren que
hacía el recorrido Águilas-Chamartín cada fin de semana, los viernes salía de
Madrid y el domingo la vuelta a la inversa. Este tren se puso, en un principio,
para satisfacer las demandas de usuarios madrileños o murcianos que trabajaban
en Madrid y querían pasar los fines de semana del verano en las playas
murcianas; mas tarde y debido a la aceptación que tuvo, se dejó funcionando
durante todo el año. Siempre que he usado este servicio, el tren en iba lleno
de viajeros.
Como digo, Sali de Alhama un
domingo, de nuestra pequeña estación una tarde calurosa del mes de septiembre,
el tren venía ya casi lleno y, a pesar de las medidas y precaución actuales,
volví a sentir la emoción de emprender un viaje. Entonces no fui consciente de
que era el último viaje de este tren.
Llegué a Chamartín, estación que
me resulta familiar y que, a pesar de su tamaño, conserva la medida justa para
no hacerte sentir pequeño, con una mirada alrededor abarcas todo el entorno. Durante
mi estancia tuve conocimiento del, ya anunciado, cierre de las líneas de
cercanías Murcia- Águilas y me di cuenta de que ese rato que pasé en la
estación de Alhama un domingo por la tarde no volvería a repetirse.
Para volver, lo hice desde la
estación de Atocha, lo que me resultó bastante estresante: control de
equipajes, control de billetes (dos veces) y una estación inmensa en la que
multitud de viajeros caminaban en las distintas direcciones que les marcaba su
billete. Varias plantas y zonas comerciales que se entremezclaban con los
controles de pasajeros y la presencia, para siempre, de un terrible e
imborrable suceso. El tren que tomé era un Alvia que hizo el trayecto hasta
Murcia en poco más de tres horas, el viaje fue cómodo y, como siempre, lleno de
viajeros.
Cuando llegamos a Murcia ya era
de noche, lo que contribuyó a la sensación de irrealidad que sentí al bajarme
del tren. ¿Dónde estaba la estación? ¿qué era aquello?. Quienes, como yo, hacía
tiempo que no pasábamos por allí, nos mirábamos extrañados y acabamos por
seguir a quienes si parecía que sabían donde estaban. Llegamos a una pasarela alumbrada
con una luz blanca con tonalidades verdosa por el efecto del color de las vigas
que la forman. Esta pasarela te conducía a unos ascensores que subían a una
planta superior donde seguía aquella pasarela cubierta hasta otros
ascensores/escaleras mecánicas que volvían a bajarte a ras del suelo. Salí al
aire libre y me pareció estar en otro lugar. Parecía una zona catastrófica, la
gente comentaba que lo primero que hicieron al cancelar el servicio de trenes
de cercanías fue arrancar las vías para que no hubiese marcha atrás.
Aquello no era ya, ni volvería a
serlo, la estación de tantos recuerdos, de esperas interminables con un libro
en la mano que a veces había comprado en la misma estación (si, hubo un tiempo
en que en las estaciones de tren había librerías). La cercana estación de
policía con sus furgones estacionados en la puerta principal y con las luces de
las sirenas encendidas acentuaron mi sensación de irrealidad y desasosiego.
Creo que viajar en tren no
volverá a ser lo mismo a partir de ahora. ¿más rápido? quizás. Pero se ha
conseguido, en nombre del progreso, quitar todo el placer de viajar sin
prisa, tener puntos de partida con los
que sentirse identificado, que desaparezca el encanto de nuestras preciosas
estaciones de tren (de eso en Alhama ya sabemos algo) y, desde luego, no me
gusta lo que veo.
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