21 oct 2021

ESTACIONES

                                             


Desde semanas antes de que se declarase el estado de alarma por Covid no había vuelto a viajar en tren. Hace quince días volví a hacerlo. Salí de Alhama con destino a Madrid en un tren que hacía el recorrido Águilas-Chamartín cada fin de semana, los viernes salía de Madrid y el domingo la vuelta a la inversa. Este tren se puso, en un principio, para satisfacer las demandas de usuarios madrileños o murcianos que trabajaban en Madrid y querían pasar los fines de semana del verano en las playas murcianas; mas tarde y debido a la aceptación que tuvo, se dejó funcionando durante todo el año. Siempre que he usado este servicio, el tren en iba lleno de viajeros.

Como digo, Sali de Alhama un domingo, de nuestra pequeña estación una tarde calurosa del mes de septiembre, el tren venía ya casi lleno y, a pesar de las medidas y precaución actuales, volví a sentir la emoción de emprender un viaje. Entonces no fui consciente de que era el último viaje de este tren.

Llegué a Chamartín, estación que me resulta familiar y que, a pesar de su tamaño, conserva la medida justa para no hacerte sentir pequeño, con una mirada alrededor abarcas todo el entorno. Durante mi estancia tuve conocimiento del, ya anunciado, cierre de las líneas de cercanías Murcia- Águilas y me di cuenta de que ese rato que pasé en la estación de Alhama un domingo por la tarde no volvería a repetirse.

Para volver, lo hice desde la estación de Atocha, lo que me resultó bastante estresante: control de equipajes, control de billetes (dos veces) y una estación inmensa en la que multitud de viajeros caminaban en las distintas direcciones que les marcaba su billete. Varias plantas y zonas comerciales que se entremezclaban con los controles de pasajeros y la presencia, para siempre, de un terrible e imborrable suceso. El tren que tomé era un Alvia que hizo el trayecto hasta Murcia en poco más de tres horas, el viaje fue cómodo y, como siempre, lleno de viajeros.

Cuando llegamos a Murcia ya era de noche, lo que contribuyó a la sensación de irrealidad que sentí al bajarme del tren. ¿Dónde estaba la estación? ¿qué era aquello?. Quienes, como yo, hacía tiempo que no pasábamos por allí, nos mirábamos extrañados y acabamos por seguir a quienes si parecía que sabían donde estaban. Llegamos a una pasarela alumbrada con una luz blanca con tonalidades verdosa por el efecto del color de las vigas que la forman. Esta pasarela te conducía a unos ascensores que subían a una planta superior donde seguía aquella pasarela cubierta hasta otros ascensores/escaleras mecánicas que volvían a bajarte a ras del suelo. Salí al aire libre y me pareció estar en otro lugar. Parecía una zona catastrófica, la gente comentaba que lo primero que hicieron al cancelar el servicio de trenes de cercanías fue arrancar las vías para que no hubiese marcha atrás.

                                        

Aquello no era ya, ni volvería a serlo, la estación de tantos recuerdos, de esperas interminables con un libro en la mano que a veces había comprado en la misma estación (si, hubo un tiempo en que en las estaciones de tren había librerías). La cercana estación de policía con sus furgones estacionados en la puerta principal y con las luces de las sirenas encendidas acentuaron mi sensación de irrealidad y desasosiego.

Creo que viajar en tren no volverá a ser lo mismo a partir de ahora. ¿más rápido? quizás. Pero se ha conseguido, en nombre del progreso, quitar todo el placer de viajar sin prisa,  tener puntos de partida con los que sentirse identificado, que desaparezca el encanto de nuestras preciosas estaciones de tren (de eso en Alhama ya sabemos algo) y, desde luego, no me gusta lo que veo.

        

   (Artículo publicado en el número 1.217  del periódico Infolínea)

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