En ciertas ocasiones me tengo que
parar y pensar dos veces cuando soy consciente de los cambios que hemos vivido
quienes, como yo, nacimos en la segunda mitad del siglo XX. Estos últimos meses
en los que el precio de la luz es noticia un día sí y otro también, me ha
ocurrido a menudo.
Cuando era niña, se iba la luz
con mucha frecuencia, eso formaba parte de la normalidad de entonces. En cada
casa había diferentes formas de hacer frente a estos imprevistos. En las casas
de los abuelos, que en un principio no tuvieron luz eléctrica, había candiles
de aceite hechos de latón donde se impregnaba una mecha de algodón que cuando
se hacía arder iluminaba suavemente la estancia donde estaba, también había
velas de cera.
En casa de mis padres, que ya
tuvieron luz desde el principio, cuando esta faltaba se echaba mano del quinqué
de petróleo, estos tenían un depósito de cristal donde se echaba el combustible
y donde se ponía la mecha de algodón que salía a la tulipa también de cristal. Al
encenderse, mediante una ruedecita, se podía dar más o menos luz según se
sacase más o menos mecha. Estos quinques alumbraban mejor que los candiles y no
producían humo; por supuesto nunca faltaban las velas. Fue todo un
acontecimiento el día en que mi padre apareció con una linterna.
En nuestro pueblo eran muy
comentados los apagones cuando estos ocurrían durante la proyección de una
película en el salón Espuña, el trajín que se producía en la oscuridad y las
idas y venidas del acomodador con su linterna.
Los apagones no nos importaban a
los niños, podíamos seguir jugando o leyendo a la luz del quinqué. Los mayores
tampoco se preocupaban mucho, “ya vendrá”, no había comida que pudiese echarse
a perder, la poca que se tenía en las casas de aquellos tiempos se guardaba en
la fresquera o colgada, si se trataba de algún tipo de embutido.
Quien tenía el lujo de una
nevera, esta solía abastecerse con barras de hielo que se repartía por las
casas. Estas neveras tenían un pequeño grifo por el que salía el agua del
deshielo, (nunca he probado un agua más rica).
No sé en qué momento cambió todo.
Un día dijeron que la luz que teníamos que era de 125 iba a ser de 220; yo no
sabía muy bien que quería decir aquello, pero sí que todo se iluminaría mejor pero
que habría que renovar la instalación. La luz dejó de irse. Las casas se
llenaron de artilugios que necesitaban electricidad y que poco a poco se fueron
haciendo imprescindibles. Los candiles y quinqués pasaron a formar parte de la
decoración hogareña. Se pusieron farolas en todas las calles del pueblo.
Aparecieron en las cocinas los tubos fluorescentes que en las pelis americanas
se llamaban de neón.
La expansión eléctrica que se
vivía en los hogares se multiplicaba cuando hablamos de industria, ocio y demás
sectores de la economía. Las ganancias del sector eléctrico pasaron a tener una
gran importancia. Hoy en día no podríamos pasar sin la energía eléctrica. Aires
acondicionados, calefacciones, frigoríficos, televisiones, ordenadores,
móviles, vehículos de transporte etc. Dependemos de ella y por ello, desde hace
mucho tiempo hay quienes se aprovechan y utilizan cargos públicos para medrar
en cualquiera de las empresas que gestionan este tipo de energía.
Ya vamos de camino al invierno
del año 21 del siglo XXI y, a pesar de todos los avances y de todos los
bolsillos que se han llenado con sólo girar una puerta, hay zonas en nuestro
país como la Cañada Real de Madrid que siguen inmersas en un apagón sin fin.
Cuando me paro a pensar…
"Algoritmo" Laura Sam y Juan Escribano.