Hace unos días leí que la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, había cancelado su cuenta en una red social,
Twitter concretamente (esto lo anuncia a través de otra red social, Facebook),
sus razones son que quiere hacer buena política y que estar ahí le impide
hacerlo “Parece que haya que estar opinando de todo, todo el rato” “Es muy
fácil acabar entrando en discusiones y peleas con adversarios políticos” y se
despidió con: “Para que el amor gane al odio, ¡arrideverci Twitter!
He escogido esta noticia para
ilustrar algo que me cuesta comprender. No entiendo a los cargos políticos de
alto nivel, con poder en las diferentes administraciones, que se comunican
entre sí y con los demás a través de las redes. Hemos podido ver como
intercambian “opiniones” sobre el otro, a diversos cabezas de listas
electorales, y los continuos rifirrafes que trascienden del lugar político. Podéis
llamarme antigua, pero echo mucho de menos la política seria, los debates
argumentados con exposiciones de ideas que tengan más de 140 “caracteres”.
Nuestros representantes también
han caído en la trampa narcisista de la comunicación mediática, basada en la
inmediatez y en la necesidad de, nada más decir cualquier cosa, obtener respuesta.
Los medios de comunicación audiovisuales ya han agregado a sus contenidos un
apartado donde se publican los mensajes con más “me gusta” o los que se
convierten en “virales”, de los
diferentes líderes y allegados.
Me parece que la reflexión
política está cada vez más ausente y los ciudadanos de a pie, consumidores de
esa información exprés, pueden ir de pensar una cosa a la contraria en cuestión
de unos cuantos “likes”. Hemos pasado de “es verdad porque lo dice la tele” a
“si a tanta gente le gusta este comentario, será que tiene razón”.
Aunque suene fatalista, creo que
todo esto no es bueno. La rapidez con la que las cosas pasan y se olvidan. A
veces somos como los mosquitos en verano que merodean siempre alrededor de la
luz que más brilla, sin tener en cuenta quien la ha encendido ni con qué
intención.
Entiendo que las redes sociales
no son absolutamente perjudiciales ni totalmente beneficiosas, todo depende del
uso que se haga de ellas. Los debates y discusiones a través de ellas son, la
mayoría de las veces, dañinos y superfluos, nacidos de la pasión en vez del
razonamiento.
Me reconozco usuaria de Internet,
leo algunos diarios digitales, comparto artículos de escritores que me gustan,
publico noticias que considero de interés… lo que no hago es participar en
discusiones donde gente, escondida tras un seudónimo, alienta sentimientos de
odio.
No se puede ir en contra de los
tiempos (¿o sí?). De cualquier forma, yo seguiré prefiriendo leer la prensa en
papel, escuchar el debate político en el Congreso y hacer las tertulias
alrededor de una mesa.
Hoy quiero terminar con las
palabras de un escritor que ya predijo, en su obra escrita en los años 50, lo
que pasaría.
“dale a la gente concursos que
puedan ganar recordando las letras de las canciones más populares o los nombres
de las capitales del Estado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales
encima tantos “hechos” que se sientan abrumados. Entonces tendrán la sensación
de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán
felices. No les des Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos, eso
les llevaría a la melancolía” (Ray Bradbury, Fahrenheit 451. Año 1.953)