13 ene 2021

2020. EL AÑO QUE NO EXISTIÓ

 


No sé cómo serán los años futuros, tampoco como será tratado por las generaciones venideras este que acaba. Si me preguntan a mí que ha pasado en 2020, solo sé responder Pandemia.

Tengo la impresión ambivalente de haber perdido un año y a la vez siento que ha sido un año en el que, como decía aquella película, hemos vivido peligrosamente.

Parece un contrasentido, pero así lo siento, no ha existido nada de lo vivido anteriormente, pero está la pandemia que nos envuelve y busca cualquier resquicio para invadir nuestro cuerpo y nuestra sociedad.  El peligro constante ha hecho que sintamos más que nunca la cercanía de la muerte y, por tanto, la consciencia de estar vivos y las ganas de seguir estándolo.

El dueño absoluto que ha sido (y aún es) el Coronavirus nos ha dejado desnudos y expuestos, despojándonos de esos rituales y convencionalismos que rellenan muchas veces el vacío; símbolos que nos ayudan a formar parte y reconocernos en unos grupos sociales u otros.

Rituales festivos como Semana Santa, Los Mayos, La Feria, La fiesta de la Matanza, La Navidad etc. marcan y ordenan la vida social. Este año un día ha sido igual a otro, no ha habido cortes, ha sido un continuo pasar de tiempo. Cuando nos fuimos quedando sin puntos de encuentro, surgieron otros de forma espontánea en los que se cantaba en la distancia o se hablaba a través de pantallas, otras formas de estar conectados y sentirnos menos aislados.

De los ritos sociales, quizás han sido los entierros los que más nos han afectado emocionalmente. Despedir a un ser querido en la distancia o no poder consolar a las familias de un amigo fallecido con un abrazo que, a la vez, nos consolase a nosotros.  La ausencia de contacto es difícil para personas acostumbradas a concretar un acuerdo con un apretón de manos.

Los jóvenes, han vivido situaciones que se han ido sumando a algunas de las anteriores, como ha sido el que muchos de sus actos estén controlados por el Estado. Generaciones de poco control parental, se han visto de golpe y porrazo en medio de una serie de restricciones ante las que no saben desenvolverse.

Todos en mayor o menor medida sufrimos una sacudida a primeros del año pasado, de la que nos costará recuperarnos. No hay parte de nuestras vidas que no se haya visto trastocada, aunque considero que son los adolescentes el grupo social más desubicado en esta etapa de nuestra historia y más desamparado de cara al futuro.

Durante este año, que ojalá no hubiese existido, nos hicimos conscientes de nuestra vulnerabilidad y de nuestras fortalezas. Viendo reacciones que van desde la negación a la cooperación entre los grupos humanos.

Los niños nacidos en plena pandemia aprenderán a reconocer a las personas por la mirada y por la voz. Nuestros escolares han normalizado la distancia social, el uso de gel o las mascarillas, incorporando a sus juegos palabras y comportamientos nuevos.

La cronología ya no tendrá como punto de referencia una guerra como ha sido el caso de las más recientes, II Guerra Mundial y nuestra Guerra Civil Española. Nuestros nietos ya no hablarán de “antes de la guerra” o “la posguerra”. Su historia irá ligada a una pandemia mundial que trastocó la forma de vida del planeta.

Una Pandemia de la que nosotros, hoy en día, aún no conocemos cual será su alcance.

(articulo publicado en el numero 1.182 del periódico Infolínea)

 

 

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