No sé cómo serán los años
futuros, tampoco como será tratado por las generaciones venideras este que
acaba. Si me preguntan a mí que ha pasado en 2020, solo sé responder Pandemia.
Tengo la impresión ambivalente de
haber perdido un año y a la vez siento que ha sido un año en el que, como decía
aquella película, hemos vivido peligrosamente.
Parece un contrasentido, pero así
lo siento, no ha existido nada de lo vivido anteriormente, pero está la
pandemia que nos envuelve y busca cualquier resquicio para invadir nuestro
cuerpo y nuestra sociedad. El peligro
constante ha hecho que sintamos más que nunca la cercanía de la muerte y, por
tanto, la consciencia de estar vivos y las ganas de seguir estándolo.
El dueño absoluto que ha sido (y
aún es) el Coronavirus nos ha dejado desnudos y expuestos, despojándonos de
esos rituales y convencionalismos que rellenan muchas veces el vacío; símbolos
que nos ayudan a formar parte y reconocernos en unos grupos sociales u otros.
Rituales festivos como Semana Santa, Los Mayos, La Feria, La fiesta de la Matanza, La Navidad etc. marcan y ordenan la vida social. Este año un día ha sido igual a otro, no ha habido cortes, ha sido un continuo pasar de tiempo. Cuando nos fuimos quedando sin puntos de encuentro, surgieron otros de forma espontánea en los que se cantaba en la distancia o se hablaba a través de pantallas, otras formas de estar conectados y sentirnos menos aislados.
De los ritos sociales, quizás han sido los entierros los que más nos han afectado emocionalmente. Despedir a un ser querido en la distancia o no poder consolar a las familias de un amigo fallecido con un abrazo que, a la vez, nos consolase a nosotros. La ausencia de contacto es difícil para personas acostumbradas a concretar un acuerdo con un apretón de manos.
Los jóvenes, han vivido
situaciones que se han ido sumando a algunas de las anteriores, como ha sido el
que muchos de sus actos estén controlados por el Estado. Generaciones de poco
control parental, se han visto de golpe y porrazo en medio de una serie de
restricciones ante las que no saben desenvolverse.
Todos en mayor o menor medida
sufrimos una sacudida a primeros del año pasado, de la que nos costará
recuperarnos. No hay parte de nuestras vidas que no se haya visto trastocada,
aunque considero que son los adolescentes el grupo social más desubicado en
esta etapa de nuestra historia y más desamparado de cara al futuro.
Durante este año, que ojalá no
hubiese existido, nos hicimos conscientes de nuestra vulnerabilidad y de
nuestras fortalezas. Viendo reacciones que van desde la negación a la
cooperación entre los grupos humanos.
Los niños nacidos en plena
pandemia aprenderán a reconocer a las personas por la mirada y por la voz. Nuestros
escolares han normalizado la distancia social, el uso de gel o las mascarillas,
incorporando a sus juegos palabras y comportamientos nuevos.
La cronología ya no tendrá como
punto de referencia una guerra como ha sido el caso de las más recientes, II
Guerra Mundial y nuestra Guerra Civil Española. Nuestros nietos ya no hablarán
de “antes de la guerra” o “la posguerra”. Su historia irá ligada a una pandemia
mundial que trastocó la forma de vida del planeta.
Una Pandemia de la que nosotros, hoy
en día, aún no conocemos cual será su alcance.
(articulo publicado en el numero 1.182 del periódico Infolínea)
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