La vida va retomando su lugar y
nosotros vamos incorporándonos a esta nueva sociedad que nos pilla a todos un
poco desorientados. La cuarentena y, ahora el calor, contribuyen a crear un
cierto aletargamiento que hace que nos cueste aún más asimilar la realidad.
A lo largo de todo el
confinamiento ha habido noticias que me han llamado poderosamente la atención
por que ponían en relieve esa parte del ser humano que no atiende a otras
normas que las de los impulsos primarios e irreprimibles.
La convivencia de familias en un
lugar cerrado, sin vía de escape, han dado lugar a multitud de situaciones de
maltrato, sobre todo de mujeres, pero también de niños. Mujeres en situación de
vulnerabilidad se han visto obligadas a vivir con su maltratador, sin tener
acceso a sus vínculos más próximos de familiares y amigos, que en otro momento
hubiesen significado un apoyo. La ONU ha llamado a esto “La pandemia en la
sombra”. Las casas de acogida se han visto casi desbordadas. Niños indefensos
inmersos en familias desestructuradas donde, durante la pandemia, han aflorado
todos los males.
Por otro lado, personas con
personalidades violentas han visto agravada su situación por el estrés, el
confinamiento, la situación económica y laboral. Hombres y mujeres que estaban
a salvo del COVID, pero no de sí mismas.
Otra situación alarmante, durante
el Coronavirus, ha sido la de la prostitución. Ese “antiguo oficio” socialmente
aceptado, aunque nunca reconocido, ha llenado albergues y refugios de personas
que viven al día y que al tener la “clientela” confinada han visto desaparecer
su fuente de ingresos.
Aunque hay demandas que no pueden
cerrar la puerta. Los clubes de alterne cerraron el 14 de marzo, pero “hecha la
ley, hecha la trampa”, así que todo lo relacionado con esto se volvió clandestino,
lo que quiere decir sin medidas de seguridad ni sanitarias. Internet ha
funcionado como medio para informar sobre los pisos y habitaciones donde se
ofrecían estos servicios.
Así se han asegurado quienes
gestionan redes de prostitución, mantener sus ingresos “salir para hacer la
compra en el supermercado ha sido una buena excusa para los clientes”. Las
mujeres (prostitutas y esposas) y los hombres (clientes) expuestos, unos sin
saberlo y otros a sabiendas.
Otro grupo social que se ha visto
doblemente afectado durante este confinamiento han sido los drogodependientes.
El estado de alarma con el consiguiente control policial ha hecho casi
imposible el acceso a los sitios de compra de costumbre. El alcohol y los
fármacos han suplido en gran manera a las drogas de consumo habitual.
Aunque, (siempre hay “listos”) empresas
ficticias, aprovechando que se podía repartir comida a domicilio, se las han
ingeniado para responder a la demanda del consumo para los clientes habituales.
Situaciones como estas, sobre las
que no voy a emitir ningún juicio, demuestran que muchas veces, las personas
somos incapaces de “poner puertas al campo”, a ese campo salvaje e indomesticable,
aunque con ello se ponga en riesgo la propia vida y, lo que es peor, la vida de
quienes nos rodean.
Hay confinamientos de los que no
se puede salir y otros que son imposibles de mantener.
"la bestia en mi" Johnny Cash
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