Cuando comenzaron los días de
forzosa reclusión, se produjo una especie de estado de euforia descontrolada,
provocado por lo inusual de la situación y por la incertidumbre ante lo que
vendría después. Lo primero que hicimos fue llenar las despensas de productos
básicos, lentejas, arroz, garbanzos, aceite, azúcar etc.
Al ver este espectáculo recordé una historia, que no sé si me contaron o he leído: Cuenta que, en un momento especialmente convulso de los años de la dictadura, una familia, temiendo que volvieran las estrecheces vividas durante la postguerra, hizo acopio de víveres, sobre todo de aceite, para lo cual llenó la bañera de este preciado producto. Con tan mala suerte que el tapón de la bañera no ajustaba bien y, al día siguiente no quedaba dentro ni una gota. El aceite es escurridizo y difícil de contener.
De los primeros días de la
actual cuarentena por el Coronavirus, la imagen más repetida fue la de multitud
de personas cargadas de papel higiénico. Hace muchos años, una conocida marca
de este producto lanzó una campaña publicitaria que decía: “El higiénico papel
del papel higiénico”, otorgándole a este papel innumerables utilidades. Imagino
que la marca en cuestión nunca pensaría que un día serviría también para
contener la angustia.
Ahora vemos que los días van
pasando y que se alarga, por orden gubernamental, el periodo de cuarentena. No
se pierde la esperanza, pero tampoco la incertidumbre. Nosotros que vivíamos en
la sociedad de la certeza, la sociedad del “todo se puede lograr si así lo
quieres” ahora nos damos de bruces con algo que se nos escapa.
Los productos que han visto
aumentadas sus ventas durante la segunda quincena de reclusión, son las bebidas
alcohólicas, el chocolate y las bolsas de aperitivos como patatas fritas u
otros productos similares. Hemos vuelto a las recompensas rápidas e inmediatas,
que nos sacian pronto el hambre y el miedo.
Y es que nos vemos ante un
escenario desconocido que ha trastocado casi todo. Hay por un lado algo
ilimitado que es el Coronavirus. No sabemos cuánto durará ni hasta donde
llegarán sus efectos. Cuando algo se escapa a un mínimo control, se convierte
en algo que lo envuelve todo.
De otro lado tenemos el exceso
de límites, el confinamiento en la propia casa. Una casa es un refugio, un
hogar, cuando estás fuera y eliges volver, cuando cansado de trabajar regresas
a ella, si has hecho un largo viaje o simplemente cuando, al acabar el día,
miras a tu alrededor y sientes la calma. Pero una casa no es lo mismo cuando no
se puede salir de ella, y debes enfrentarte, lo quieras o no, a un espacio que,
en muchos casos, puede ser tan inabarcable como la pandemia exterior. Muchas
veces lo desconocido está más cerca de lo que pensamos.
Pero lo que me parece más sobrecogedor
de esta epidemia es que quien la padece la tiene que vivirla solo y, si ha de
morir, tampoco tendrá a su lado a ninguno de sus seres queridos. El sector de
población más afectado es el de la gente mayor de 75 años. Esa generación de
hombres y mujeres que sufrieron, unos de mayores y otros siendo niños, la
tragedia que significa una guerra y la penuria y escasez de la posguerra.
"Papá cuéntame otra vez"
El último superviviente de la compañía de soldados republicanos que entró como avanzadilla en París para liberar la ciudad de los nazis (pertenecía a la llamada “Quinta del biberón”) no ha podido superar el coronavirus. Rafael Gómez Nieto, de 99 años, falleció en la madrugada del 30 de marzo en una residencia de ancianos en Estrasburgo (Francia), ciudad en la que vivía desde 1955”.
(Este escrito está publicado en la tercera edición digital de Infolínea
http://www.infolinea.es/infolinea-alhama-publica-su-tercer-periodico-con-su-mensaje-claro-quedateencasa-por-ti-y-por-todos)
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