
("Celia en la revolución" de Elena Fortún.)
Con el paso de los años, los países idealizan sus guerras, ensalzan a sus héroes y las fechas clave forman parte del calendario festivo nacional. El enemigo suele ser otro, más allá de los limites de la vida cotidiana.
No es así cuando se trata de una guerra civil, cuando en la contienda el enemigo, el otro, no es ajeno a nosotros si no que forma parte de nuestra vida y es amigo, hermano o padre. En estas guerras no hay vencedores ni vencidos porque de una u otra manera todos acabamos malheridos.
En nuestro país hubo una guerra con estas características, auspiciada por sectores sociales que ansiaban controlar la economía, la educación, las creencias, en su propio beneficio. Para ello no se dudó en provocar un enfrentamiento fratricida con un golpe de estado militar que dividió al país y enfrentó a pueblos, vecinos y familias.
(Acabando así, además, con una de las etapas más avanzadas de la historia de España, la II Republica, gobierno este que se había instaurado de forma pacifica, por las urnas y sin derramamiento de sangre.)
18 de julio de 1936
Cuando terminó la guerra civil no llegó la paz, sino la victoria de unos sobre otros. En un país aislado, desolado y empobrecido, el dictador instauró una paga extra de verano, para aliviar las penurias que padecían una mayoría del pueblo, esta paga se llamó, perversamente, "Paga del 18 de julio", así que justo cuando se celebraba el día del golpe de estado, los ciudadanos (los que tenían trabajo) recibían unos cuantos duros, de esta manera todo el mundo "celebraba" algo.
Nunca la guerra es la solución y nunca los que provocan guerras lo hacen por la libertad ni por el bien de la humanidad.
La mayoría de guerras son a causa de intereses, no de ideales; intereses que poco tienen que ver con la defensa de los derechos de hombres y mujeres (aunque esa sea la excusa) sino por ostentar el poder sobre las personas y sobre todo aquello que las hace más libres.
"Una guerra". Cecilia
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