“...está en las manos de todo el que trabaja,
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue, practique cualquier religión, dogma o rama;
huye de las manos del que reza y no ama,
del que va a misa y no enciende a los pobres, velas de esperanza;
suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
En el hospital, y en la casa enrejada..”
La semana santa sólo me trae
buenos recuerdos, aunque bien es cierto que ninguno vinculado al sentimiento
religioso.
De niña, porque era de las
pocas veces al año en que salíamos la familia al completo, unida, para ver las
procesiones y después festejar en algún bar del pueblo (entonces no había
restaurantes). También de esos años recuerdo el arroz con leche y las torrijas
con vino de mi abuela Isabel y las albóndigas de bacalao y las torrijas con
leche y canela de mi madre. Los caramelos de café con leche, los pirulís y los “caramelos-nazarenos”,
los más deseados por los niños de entre todos los que se repartían en
las procesiones y, luego, el recuento al llegar a la casa a ver quién había recogido
más.
Siendo adolescente salí en
alguna procesión, vestida de nazareno (con la túnica alquilada). Entonces nadie
vestía túnicas de terciopelo y muy pocos tenían túnica propia. Vestir de
nazareno era una de las diversiones que teníamos los grupos de jóvenes, no
había mucho donde elegir, además nos servía de excusa para llegar más tarde a
casa, esas horas “extra” las disfrutábamos doblemente, ya fuese por vestir de
nazareno o por el simple hecho de salir a ver la procesión. Eran ocasiones excepcionales en las que los
padres se volvían un poco más tolerantes con la hora de recogernos, por aquel
entonces nadie se cuestionaba negar una salida relacionada con actos religiosos.
Cuando se incorporó la música de
la “saeta” de Machado que cantaba Serrat, al repertorio que interpretaban las
bandas de tambores y cornetas, lo vivimos como un acto casi revolucionario
Camarón canta "La saeta" de Antonio Machado
Al ser madre llevé a mis hijos
a las procesiones, disfruté con ellos de su asombro ante los tronos y de su
alegría, temerosa, al recibir caramelos o monas de personas encapuchadas; con los años, se
vistieron de nazareno y participaron de esta fiesta primaveral de la manera que
ellos eligieron.
Por esta época me apasionaba escuchar, por igual, “El Canto General”
de Pablo Neruda interpretado por Mikis Theodorakis o “la Pasión según San Mateo”
de Bach (con auriculares y volumen alto).
"Algunas Bestias. Canto General" Pablo Neruda. Maria Farandouri y Mikis Theodorakis
Coro inicial de la "Pasión según San Mateo" de Bach.
Coros y Orquesta Bach de Munich dirigidos por Karl Richter
Coros y Orquesta Bach de Munich dirigidos por Karl Richter
Ahora vivo la semana santa
desde una distancia respetuosamente escéptica. Como casi todo, esto también se
ha convertido en negocio que mueve un dineral, el templo ha vuelto a
convertirse, una vez más, en mercado. Y, aunque, de alguna manera,
sigo vinculada a esta tradición que impregna nuestras costumbres, me molesta
y me preocupa que se quieran mostrar (y subvencionar), desde las instituciones públicas,
actos religiosos, como si fuesen actividades culturales, en un estado que se define como laico.
Jueves Santo por la noche, a veces, me
gusta escuchar, a través de la radio, la retransmisión de la “Madrugá” sevillana,
ese sonido de pies arrastrándose, mezclados con la música y las palabras, me devuelven a mi infancia y me envuelven en el silencio
y la serenidad.
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