13 abr 2017

PASIÓN Y RECOGIMIENTO







Decía Gloria Fuertes, en su poema “Un hombre pregunta…”, que Dios
“...está en las manos de todo el que trabaja,
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue, practique cualquier religión, dogma o rama;
huye de las manos del que reza y no ama,
del que va a misa y no enciende a los pobres, velas de esperanza;           

suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
En el hospital, y en la casa enrejada..”

 

La semana santa sólo me trae buenos recuerdos, aunque bien es cierto que ninguno vinculado al sentimiento religioso.
De niña, porque era de las pocas veces al año en que salíamos la familia al completo, unida, para ver las procesiones y después festejar en algún bar del pueblo (entonces no había restaurantes). También de esos años recuerdo el arroz con leche y las torrijas con vino de mi abuela Isabel y las albóndigas de bacalao y las torrijas con leche y canela de mi madre. Los caramelos de café con leche, los pirulís y los “caramelos-nazarenos”, los más deseados por los niños de entre todos los que se repartían en las procesiones y, luego, el recuento al llegar a la casa a ver quién había recogido más.

Siendo adolescente salí en alguna procesión, vestida de nazareno (con la túnica alquilada). Entonces nadie vestía túnicas de terciopelo y muy pocos tenían túnica propia. Vestir de nazareno era una de las diversiones que teníamos los grupos de jóvenes, no había mucho donde elegir, además nos servía de excusa para llegar más tarde a casa, esas horas “extra” las disfrutábamos doblemente, ya fuese por vestir de nazareno o por el simple hecho de salir a ver la procesión.  Eran ocasiones excepcionales en las que los padres se volvían un poco más tolerantes con la hora de recogernos, por aquel entonces nadie se cuestionaba negar una salida relacionada con actos religiosos.
Cuando se incorporó la música de la “saeta” de Machado que cantaba Serrat, al repertorio que interpretaban las bandas de tambores y cornetas, lo vivimos como un acto casi revolucionario

Camarón canta "La saeta" de Antonio Machado
 
 
Al ser madre llevé a mis hijos a las procesiones, disfruté con ellos de su asombro ante los tronos y de su alegría, temerosa, al recibir caramelos o monas de personas encapuchadas; con los años, se vistieron de nazareno y participaron de esta fiesta primaveral de la manera que ellos eligieron.
Por esta época me apasionaba escuchar, por igual, “El Canto General” de Pablo Neruda interpretado por Mikis Theodorakis o “la Pasión según San Mateo” de Bach (con auriculares y volumen alto).
"Algunas Bestias. Canto General" Pablo Neruda. Maria Farandouri y Mikis Theodorakis
 
 
Coro inicial de la "Pasión según San Mateo" de Bach.
Coros y Orquesta Bach de Munich dirigidos por Karl Richter
 
Ahora vivo la semana santa desde una distancia respetuosamente escéptica. Como casi todo, esto también se ha convertido en negocio que mueve un dineral, el templo ha vuelto a convertirse, una vez más, en mercado. Y, aunque, de alguna manera, sigo vinculada a esta tradición que impregna nuestras costumbres, me molesta y me preocupa que se quieran mostrar (y subvencionar), desde las instituciones públicas, actos religiosos, como si fuesen actividades culturales, en un estado que se define como laico.
Jueves Santo por la noche, a veces, me gusta escuchar, a través de la radio, la retransmisión de la “Madrugá” sevillana, ese sonido de pies arrastrándose, mezclados con la música y las palabras,  me devuelven a mi infancia y me envuelven en el silencio y la serenidad.

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