La lectura alimenta la
imaginación y durante las siestas, en la terraza, después de haber leído alguna
de las tantas novelas de aventuras, me gustaba pasar el tiempo mirando a la
Sierra de la Muela. Ahora, los árboles que la perfilan se distinguen claramente
porque ya tienen un porte mayor, pero en aquellos años, se divisaban pequeñitos
y yo imaginaba que aquellos bultitos, parejos, uno al lado del otro, eran las
cabezas de los soldados de un ejército que apenas asomaba tras la montaña y que
venía con la clara intención de atacarnos. ¡La de historias que mi fantasía
discurría mirando nuestros montes!
Hace poco he leído el libro
“Anoxia”, del murciano Miguel Ángel Hernández, cuyo eje principal es la
fotografía. Este libro da para mucho hablar. Leyéndolo pensé en algo que nunca había hecho, es tan simple
como complejo. Me refiero al funcionamiento de las cámaras de fotos antiguas y
el tiempo de exposición que había que tener hasta que se fijase la imagen y poder
capturar la instantánea. Hay recuerdos que quedan fijos como las imágenes de
aquellos daguerrotipos antiguos y este es uno de ellos.
Con la lectura del citado libro
volví a ese mundo de la infancia y a las “fotos” que viven en mis recuerdos,
esos recuerdos que a veces miré durante largo tiempo y en los que no veía que,
al igual que en las cámaras fotográficas, la imagen estaba del revés.
Siguiendo con “Anoxia”, la
fotografía me llevó al mundo de los
sueños y su similitud con el de la imagen captada en un momento. Cuantas veces
nada más despertar, recuerdas lo que has soñado tan claramente como yo veía las
cabezas de guerreros desde mi terraza, sin embargo poco a poco ese recuerdo se
va desvaneciendo como si la NADA de la Historia Interminable entrase en tu
cabeza y fuese disolviendo esa historia que minutos antes recordabas con todo
detalle. A veces, si nada más despertar fijas el recuerdo de algo de lo soñado
y lo mantienes unos minutos, puedes retener una parte del sueño que ya será
difícil de perder.
Alhama, es todo esto para mí. Son
muchos los recuerdos, las fotos (reales e imaginarias) y los sueños que giran
alrededor de mi pueblo. Es un pueblo que entra por los ojos primero, y después por
todos los demás sentidos que, en primavera, en Los Mayos, están a flor de
piel y a pie de calle.
Las figuras de aquellos pinos que
a mi imaginación infantil le parecían ejércitos asomando tras la montaña, es
tan perfecta que nunca la olvidaré o quizás cuando vayan pasando los años y mi
mente vaya perdiendo lucidez, olvide que eran árboles y sólo recuerde la imagen
que, un día de verano, capturo mi mirada.
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