A lo largo de toda la campaña
para las elecciones municipales, que termina justo el día en que se publica
este periódico, he sentido varias veces una sensación de pérdida, he echado de
menos algo a lo que no sabía ponerle palabras. Eso me suele pasar de vez en
cuando y, de pronto, al escuchar algo dicho por otra persona te das cuenta que
esas palabras del otro le dan sentido a lo que no sabías como explicar.
Algo parecido me ocurrió escuchando
lo que decía mi escritor preferido, Juan
José Millás, al hablar sobre el tema electoral actual. Millás dijo que “votar
ya no es una liturgia” refiriéndose a la falta de interés de mucha gente por ir
a votar en estos comicios y como la abstención va en aumento de unas elecciones
a otras sobre todo entre los jóvenes. Entendiendo como liturgia el ritual o la
ceremonia que reviste un acto comprendí que era esa la falta que yo estaba
sintiendo y que me provocaba malestar. Votar, para mucha gente, es un acto
desnudo, desprovisto del simbolismo que debería tener.
Aunque la abstención sea una
opción legítima como cualquier otra, su aumento es un síntoma de la desconexión
entre los poderes públicos y los ciudadanos. ¿Por qué existe este
distanciamiento? Me lo pregunto y no sé muy bien cómo empezó. Siento nostalgia
de aquellas primeras elecciones democráticas en las que los jóvenes estábamos
convencidos de que nuestro voto era importante para mantener el sistema
democrático que empezaba a caminar con mucha incertidumbre.
Los jóvenes, actuales, son en su
mayoría, descreídos y los que se consideran concienciados se autoproclaman
“anti sistema”. Posiblemente las generaciones nacidas en Democracia se han
acomodado al sistema propiamente dicho y piensan que su participación no sirve
para nada. A veces los entiendo, aunque no comparta ese punto de vista.
No se ha sabido o no se ha
querido trasmitir que la política no es sólo cosa de los partidos que se erigen
en protagonistas cuando llega la época electoral, aunque esa sea la impresión
que se da en los actos públicos a los que sólo asisten los afines a cada
ideología. Quizás esta forma de llegar a los ciudadanos sirvió durante un
tiempo, cuando había interés por escuchar lo que cada uno tenía que decir y oír
palabras nuevas que llegaban a nosotros por primera vez.
Ahora asistimos a discursos que
parecen proyectos empresariales en los que cada uno dice lo que hará si gana,
se echan de menos palabras que ilusionen a la gente con una forma de
pensamiento transformadora y beneficiosa para todos.
Vivimos en un sistema que no es
sano, para cambiarlo no creo que la formula sea ser antisistema sino participar
del mismo y poder modificarlo desde dentro. Si nos quedamos afuera sólo nos
convertimos en marginados apartados del camino. Al sistema lo sostienen los
antisistema.
En Alhama es gratificante ver a
tantos candidatos y candidatas jóvenes, con una preparación envidiable. A pesar
de ello, en la calle, se palpa la indiferencia o el rechazo.
Siempre he votado. Seguiré haciéndolo
por responsabilidad, desde una postura crítica y razonada, con el convencimiento
de que sólo participar es la forma de no
quedarnos afuera y de poder cambiar lo que esté a nuestro alcance.