La etapa adolescente de la vida
me parece una de las más importantes. La infancia lo es porque en ella se
asienta casi toda la vida, pero la adolescencia es un momento crucial donde uno
se va despegando de las directrices familiares, pero aún no tiene formadas las
propias.
Considero que son los años más
difíciles de la vida, las normas se niegan o se rechazan por la rebeldía que
acompaña esa edad. Los adolescentes suelen hablar con rotundidad y sin
aparentes dudas en un intento de reafirmar su identidad, sin embargo, la
angustia es la acompañante más fiel en ese periodo lleno de incertidumbre.
Los jóvenes han sido el grupo
social más juzgado durante la pandemia: se saltaban el confinamiento, burlaban
el estado de alarma, se escabullían para hacer fiestas clandestinas etc. Y yo
me digo si lo contrario no habría sido ilógico.
Los niños han sufrido relativamente
estos dos años, la protección y seguridad proporcionada por los padres han
conseguido que sigan una vida casi normal. Los adultos se supone que ya poseemos
una serie de recursos para poder afrontar los imprevistos de la vida. Los
adolescentes de esta generación sobreprotegida se han visto, de golpe, sin nada
a donde agarrarse. El futuro que se prevé incierto para todos, para ellos lo
es, aún más.
Reconozco que he tenido momentos
de incomprensión hacia este colectivo. Sus actitudes y comportamientos
inmaduros y aparentemente provocadores y desafiantes, me desconcertaron más de
una vez durante la pandemia. Hasta que me dio por pensar que quizás esa
chulería de la que alardeaban sólo era miedo, la angustia natural de esos años,
pero multiplicada por cien.
Ahora que estamos recogiendo la
“cosecha” negativa de estos últimos años, comprobamos la cantidad de problemas,
relacionados con la salud mental, que están apareciendo en personas
adolescentes. Jóvenes educados bajo las falsas premisas de la competitividad y
el triunfo en la vida ven que todo eso es mentira, el telón se ha caído, la
realidad se les ha puesto delante y no saben qué hacer con ella. Nuestra
sociedad se está radicalizando en muchos aspectos. En los jóvenes aprecio un
aumento de comportamientos machistas tanto en los chicos como en las chicas,
creo que se sienten más seguros dejándose llevar de actitudes conocidas que
afrontando otras más libres que les suponen un esfuerzo mayor.
Estos tiempos inciertos, están
dejando ver que son muchos los adolescentes carentes de herramientas con las
que hacer frente a la adversidad, para ello recurren al consumo de sustancias o
a la ejecución de retos extremos propagados por el libre acceso (mediante
móviles proporcionados por los propios padres) a unas redes sociales, sin
apenas control, donde se evaden, se sienten cómodos y seguros, aunque la
realidad sea que están en continua exposición y vulnerabilidad.
El otro día vi a unas niñas que
jugaban a hacerse fotos para subirlas a Internet, fantaseaban con cuál de ellas
conseguía más “likes”. Un domingo por la mañana muy temprano, un chico
regresaba a casa con la música del coche a todo volumen y una canción que decía
“Por culpa de la calle, el dinero y el alcohol, me volví mujeriego, perdóname,
Señor.”
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