10 ago 2021

SOMOS LO QUE COMEMOS (V)

 


Con este escrito termino la serie veraniega y me despido hasta el mes de septiembre en que volveremos a encontrarnos en estas páginas. “Agosto. Contraponientes de melocotón y azúcar, y el sol dentro de la tarde, como el hueso de una fruta. La panocha guarda intacta su risa amarilla y dura. Agosto. Los niños comen pan moreno y rica luna” Agosto. García Lorca.

Durante muchos años mi trabajo ha sido el de cocinera. Cuando en cocina se elaboraba un nuevo menú, de creación propia del restaurante o adaptado de otras culturas o regiones, era frecuente darlo a probar a los compañeros para que diesen su opinión. Casi siempre había alguien que decía: “esto está malo” a lo que yo le respondía: “no está malo, a ti no te gusta, que es diferente”. Todos tenemos unos sabores en la memoria gustativa, relacionados con nuestra historia y la historia de nuestra familia que son nuestra vara de medir lo que nos gusta y lo que no.

He sido seguidora de concursos televisivos de cocina, tanto de España como de otros países. Una situación que se daba a menudo en todos ellos era que los concursantes, a la hora de defender o nombrar su elaboración culinaria, hacían referencia a los sabores de las madres o las abuelas, aunque la mayoría de las veces fuese buscando el aplauso emocional.

Nuestra memoria está llena de recuerdos ligados a los olores y sabores que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida. Desde los primeros desayunos con leche de cabra (aún no habían llegado las vacas a nuestra dieta). Esta leche había que hervirla bien antes de tomarla para evitar coger las fiebres maltesas, algunas madres la hervían poniéndole una corteza de limón que atenuaba el fuerte sabor. Los guisos de las abuelas. Los dulces sólo en épocas especiales como Navidad o Semana Santa. El olor del estofado cuando la olla se ponía a hervir. Las mermeladas y su aroma típicamente veraniego. Las conservas de tomate. Las olivas aliñadas, para las que cada casa tenia un modo de elaboración. El arrope calabazate que, a pesar de su intenso dulzor, debía de pasar antes por una disolución de cal en agua. Cada persona tiene su propia historia culinaria y aun viviendo bajo el mismo techo, no hay dos historias iguales.

Sin darnos cuenta desde un principio vamos eligiendo, a unos les gusta el sabor del comino, a otros no les gusta el sabor del pimiento, el ajo o la cebolla pueden ser odiados o adorados, y, así con el paso del tiempo y sin apreciarlo, cada uno vamos conformando nuestra propia “despensa” en la que, sin duda, habrá muchos ingredientes de aquellos que usaban nuestras madres y abuelas, pero otros muchos los habremos ido agregando nosotros.

La convivencia con otras culturas es un rasgo predominante de la sociedad actual. Los establecimientos de alimentación han ido incorporando a sus lista de ofertas muchos de los ingredientes utilizados en sus países de origen. Con esta mescolanza se han visto enriquecidos, y a veces modificados, muchos de nuestros guisos tradicionales. Conocemos el ceviche que es como nuestro salpicón, pero con cilantro y lima en vez de vinagre.  Del coco, que solo lo usábamos seco y rayado en repostería, ahora tenemos a nuestro alcance su agua y su leche que podemos utilizar tanto en elaboraciones dulces como saladas. Se pueden encontrar ingredientes aún más ajenos a nuestra cultura como el wasabi, la salsa de soja, las algas etc..

Al final vamos eligiendo, esto de aquí, esto de allá, y según nuestro particular gusto, vemos como al abrir el frigorífico, podemos encontrar una bandeja de sushi al lado de unas tortillas para tacos mexicanos, humus o una fuente de ensalada de cuscús, mientras nuestra cocina huele al pisto que estamos cocinando y al arroz con leche de coco que acabamos de apartar del fuego.

El poder evocador de los sabores y olores también actúa sobre nuestro estado emocional para ser consuelo y refugio (o, todo lo contrario). “..necesito alguien que me emparche un poco y que limpie mi cabeza. Que cocine guisos de madre, postres de abuela y torres de caramelo…” Necesito. Sui Generis.

"Necesito" Sui Generis


 (Artículo publicado en el número 1.210 del periódico Infolínea)