Extraños días, marcados por las figuras de maestros y alumnos. Días en los que libros, libretas y plumieres han dejado el protagonismo a termómetros, geles desinfectantes y mascarillas.
Lo desolador e incierto de la situación,
con tanta limitación en la acción educativa y tanta restricción de movimientos,
me lleva a pensar en un proyecto pedagógico que, sólo su nombre, “Institución
Libre de Enseñanza”, ya era inspirador. La ILE fue una institución educativa totalmente
innovadora que, durante los años 1876-1936, estuvo comprometida con la
renovación cultural y educativa de nuestro país.
Entonces España era un país pobre
y en su gran mayoría analfabeto, había lugares a los que no llegaba ningún tipo
de recurso de escolarización. Ni punto de comparación con los modelos
educativos actuales que parecen de otra dimensión comparados con aquellos
(aunque sigan siendo insuficientes).
De la ILE nacieron la Misiones
Pedagógicas, compuestas por maestros y artistas que, al amparo de la II
República, se encargaron de orientar a los maestros de los pueblos aislados,
donde también acercaron la cultura en sus diversas expresiones: teatro, música,
bibliotecas, museos…
Muchos alhameños de mi
generación, hemos tenido profesores de aquella casta. Don José Calero, con el
que leíamos a Góngora o a Miguel Hernández en el patio. Un profesor que inició
sus particulares Misiones Pedagógicas con la creación de grupos de teatro y
cinefórum, en tiempos que seguían siendo difíciles. O Ginés Diaz quien, pese a
sus grandes limitaciones físicas, reunía en una misma clase, a distintas horas
del día, peculiares grupos de alumnos, de todas las edades y de ambos sexos,
nadie entorpecía el estudio de nadie y todos aprendían, todos aprendimos.
Con el paso de los años he
conocido a otros maestros, que han bebido de las mismas fuentes. Maestros que,
si era menester, han impartido cursos enteros sin libros; han dado vida a las
mal llamadas “lenguas muertas” o se han saltado algunos pasos del temario si
veían que lo importante venía al final.
Los maestros que se adhirieron a
la Institución Libre de Enseñanza, en los inicios del pasado siglo, demostraron,
con hechos, que ser maestro es algo vocacional, que va mucho más allá del título
y de la posición social.
Hoy, reconozco a sus herederos de
pensamiento en esos maestros que, ante un curso escolar marcado por una
pandemia, ponen al alumno y su protección en el centro de todo; los que se entristecen
por lo injusto de no poder consolar y abrazar a los niños pequeños que tienen
miedo de lo que desconocen; esos profesores que se reinventan para que las
clases no se conviertan en algo impersonal a través de una pantalla; o los que
he visto trabajando, de noche, acondicionando el colegio para la llegada, sin
riesgo, de los alumnos al día siguiente. Maestros que tienen, “…un poco de
marino, un poco de pirata y un poco de poeta…” Como describía Celaya.
Hoy que he dedicado mi escrito a
la memoria, al recuerdo de maestros que, por causas diferentes, también
vivieron momentos muy difíciles, acabo de enterarme que se ha aprobado el
anteproyecto de la llamada “Ley de Memoria Democrática” que sustituirá y
completará la “Ley de Memoria Histórica”. La memoria, imprescindible para la
educación de los pueblos. ¿Recordáis a Fernando Fernán Gómez y aquel imborrable
maestro de la película “La lengua de las mariposas”?.
"La lengua de las mariposas" escenas pedagógicas.