Siempre me ha parecido el
otoño la época perfecta para ir al cine, tardes en las que oscurece pronto, aún
no hace frío y si, además, está lloviendo, miel sobre hojuelas.
Recuerdo como si hubiese sido
ayer, la primera vez que fui al cine, tendría yo seis o siete años y me llevó
mi padre al “Salón Espuña” para ver “El mayor espectáculo del mundo”. Las dos
horas largas que duraba la película, se me pasaron en un suspiro, cuando
terminó yo ya estaba irremediablemente enamorada del séptimo arte …y de
Charlton Heston.
Por aquel tiempo había épocas
señaladas, con proyecciones especiales, no sé bien que día, pero era el mes de
noviembre cuando echaban “Doctor Zhivago”, siempre que esto ocurría se
convertía en un evento social, sobre todo para las mujeres casadas, era de las
pocas veces que iban al cine sin maridos. Cada vez que veía salir a mi madre,
acompañada de las vecinas para ir a verla, soñaba con ser mayor y descubrir que
tenía aquella película para cautivar de esa manera al público femenino.
la primera vez que la vi, lo comprendí
Eran años de hambre, no
precisamente física, teníamos hambre de saber, de conocer otra realidad que
diese luz al gris cotidiano. El cine se encargó de colorear una parte de
nuestras vidas, poblando de fantasías los sueños de niños y no tan niños.
El hambre se fue saciando con
la llegada de otros tiempos, tiempos de cineclub, de cine fórum, de cine de
arte y ensayo; en estos años nos alimentábamos, casi a escondidas, de Bergman, Eisenstein,
Buñuel, Pasolini, Fellini, etc.
Con la transición llegó el
destape, con la democracia la tolerancia, con el neoliberalismo la invasión.
Cuando pienso en los chicos y
chicas de ahora, viviendo en el extremo contrario a aquellos años de infancia y
dictadura, chicos que con sólo conectarse a internet tienen a su alcance miles
de películas, para ver on line o para descargar de forma más o menos ilegal, me
inquieto...
...porque me
pregunto si sentirán esa hambre que sentíamos nosotros cuando vivíamos “a régimen”
o, por el contrario, andan tan atiborrados de “comida basura” que padecen una
especie de bulimia cultural, en la que comen de todo sin criterio ni control
para luego quedarse vacíos.
“La
virtud es una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término
medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto.”
Aristóteles
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