El otro día recordaba una
anécdota que contaban los mayores, cuando yo era una cría, sobre cierto médico
de nuestro pueblo.
Según cuentan, hubo una vez en el
pueblo un médico, que tenía un sentido del humor un tanto particular; un buen
día se presentó en su consulta una mujer, de condición humilde, con dolor de
espalda. El médico en cuestión le preguntó que como era aquel dolor, y la
paciente le dijo que era como si tuviese “una ventana abierta por donde le
entraba frío”, el facultativo le recetó su remedio y la buena mujer se fue
directa a la farmacia. Cuando llegó, le entregó la receta al mancebo, este llamó
al farmacéutico y se la mostró, inmediatamente después de leer la prescripción,
ambos se echaron a reír. Al preguntar la enferma que porqué se reían, le
dijeron que donde tenía que ir a recoger lo que le había mandado el doctor, era
a la yesera porque el galeno le había recetado unos ladrillos y un saco de yeso
para tapar la ventana.
Imagino que poca gracia le haría,
a la doliente, dicha broma; hecha por un médico desde su posición de poder. Hay
que contextualizar la anécdota en unos años en los que las “fuerzas vivas” eran
el alcalde, el cura, el médico y el boticario.
Siempre he pensado que el doctor
nunca habría actuado de esa manera con una paciente de clase social alta, o con
una que tuviese un nivel de conocimientos mayor que el que tenía la mujer de la
historia. Hay quien que sólo muestra respeto ante quienes son poderosos o ante
quienes se saben hacer valer.
Los tiempos cambian, pero no los
diferentes tipos de personas. Sigue habiendo las que son tan poca cosa que sólo
se salen del tiesto con aquel que consideran inferior.
Los profesionales de la medicina
o quizás debería decir, las personas que se dedican a ejercer la medicina, ya que hay
profesionales en los que la humanidad brilla por su ausencia; repito, las
personas que dedican su vida a ser médicos, a aliviar el sufrimiento de los seres
humanos, merecen y tienen todo mi reconocimiento. He conocido y conozco muchos
de esos.
En un lugar aparte están quienes
han estudiado esa carrera y por ello se creen por encima de los demás mortales, casi semidioses
con derecho a todo, esta especie aún sigue existiendo.
Por eso es tan importante la
educación, adquirir conocimientos sobre la vida y los derechos de las personas,
para en cualquier hipotética situación de vejación o abuso de poder, como la que sufrió aquella mujer hace tantos años, cada uno sepa defenderse con las
leyes que, afortunadamente, hoy nos amparan.
No sé por qué me viene todo
esto a la cabeza, quizás porque el cambio de tiempo me ha traído un dolor de
espalda que se puede describir perfectamente con la metáfora que utilizó la
protagonista de mi historia.
Y no olvidad que:
Y no olvidad que:
-Tener una carrera no garantiza comprender una
metáfora.-
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