Hay veces, muchas, en que la utilización de las mujeres, camuflada bajo el discurso de modernidad, igualdad y libertad, en aras de la feminidad, me da vergüenza ajena.
Siempre me ha parecido un despropósito que, en Nochevieja, una de las noches más frías del año, lo femenino y elegante sea ir con trajes propios de una fiesta en agosto mientras que lo masculino es ir con traje de tres piezas, bufanda y gabán.
Debido a mi profesión, son muchas las Nocheviejas que he trabajado dando cenas de fin de año y nunca me dejaba de sorprender lo que veía, ellas vestidas para gustar, tiritando de frío, ellos cómodos, elegantes y poderosos.
La figura de la mujer y su vestimenta, unida a las campanadas que dan paso a un nuevo año en las diferentes televisiones, me parece muy significativa. Previamente nunca es motivo de interés como va a ser el traje de los partenaires masculinos, ellos son importantes por lo que son, ellas por cómo son y cómo van a ir vestidas.
¿Os imagináis a una profesional de las características físicas de Chicote o Sobera como protagonistas de ese evento?
Muchas veces el vestido sólo sirve para disfrazar a quien esa noche se convierte en un objeto, en una cosa. Aviso subliminal de lo que la mujer seguirá siendo el resto del año.
1- Enero- 2016
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