La pasada semana acudí a dos actos públicos, los primeros desde que la pandemia se instaló en nuestra vida. La necesidad de contactar con la cultura de nuevo, sin pantallas de por medio, me animó a salir de casa para acercarme a ella. Dos actos, dos temas, dos mujeres, dos viajes al pasado con diferentes equipajes.
El primer día, el primer viaje
fue al pasado más desconocido de nuestra historia, ese que no solemos ver en
los temarios escolares. Interesante recorrido que, de manera muy profesional,
nos hizo la historiadora Paula Martínez, a través de una tesis doctoral, para
mostrarnos la importancia que tuvieron las mujeres anarquistas en nuestra
región durante la Guerra Civil. Relato bien desmenuzado, acompañado de datos,
fechas, direcciones, acciones y nombres que contaban lo que pasó, sin
interpretaciones. Desde la juventud de la autora, sentimos el apasionamiento y
la responsabilidad de una investigación que cumplía con creces el mayor de los
objetivos, echar luz sobre la oscuridad.
El segundo viaje al pasado venía
escrito en un libro. La presentación que de este hicieron las diferentes
personas que acompañaron a la autora ya nos daba un anticipo de lo que se
descubre una vez leído. Amparo González, a través de él, nos lleva de la mano
por lugares comunes que obligan a recordar, sobre todo, la historia del pasado
más íntimo, ese que ocurría de puertas para adentro. La experiencia y la
reflexión, lo íntimo y lo éxtimo acompañan cada historia escrita en el libro. Casi
sin querer, me encontré comparando las aparentes certezas de aquellos pausados días,
tan lejanos en el tiempo y cercanos en la memoria, con la vida incierta de
estos últimos meses.
Para terminar la semana asistí a
un evento deportivo en el que competían dos equipos infantiles. Mi primera
impresión fue la tristeza de ver a los niños jugando con las mascarillas
puestas (todavía me cuestan algunas cosas). Conforme pasaban los minutos recibí
una gran lección, de los críos que jugaban y de quienes los dirigían, las ganas
de luchar por ganar y por salir adelante. La vida corría de un lado para otro
de la pista, a la vez que se abría paso ante todos nosotros.
Y recordé a Serrat “…Sólo vale la
pena vivir, para vivir. Y hacer tuyo el camino, que tuyas son las botas. Que
una sonrisa pueda dar a luz tu boca. Abrázate a los vientos, y cabalga los
montes, que no acabe el paisaje con el horizonte…”
Casi año y medio ha transcurrido
entre paréntesis, un tiempo que cada uno ha intentado llenar echando mano de su
particular bagaje. Recuerdos, lecturas, familia, conversaciones en la
distancia, historias escritas, vacunas, el trabajo y la vida. Ahora ya es
momento de tirar para adelante con todo lo que ya sabíamos más lo que hemos
aprendido en este espacio de tiempo.
Si bien es verdad que hay días en
los que, al observar lo que está pasando a nuestro alrededor, siento decepción
¿de tan poco nos ha servido todo el sufrimiento que hemos pasado y que aún no
se ha ido del todo?, también es cierto que esos momentos duran poco. Salen
ganando los días en los que veo como la buena gente sigue trabajando para hacer
del mundo un lugar mejor, ejemplo son todos los protagonistas de los actos que
he nombrado.
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